miércoles, 6 de julio de 2016

La memoria como arma contra la guerra


Magdalenas por el Cauca (Valle del Cauca)


Existen dos vertientes para asumir la memoria. De acuerdo con Todorov,  los acontecimientos recuperados por la memoria  pueden ser leídos de manera literal o de manera ejemplar. La primera extiende el trauma a todos los instantes de la existencia y establece una continuidad de odios, mientras el segundo, construye un ejemplo, y se extrae una lección. El pasado se convierte en principio de acción para el presente. La memoria como ejemplo para la no repetición de los hechos en un país como Colombia, se constituye en factor fundamental para iniciar los procesos de reconciliación.

Los centros y museos a la memoria son bastiones que se construyen como primer instrumento al término de las guerras y conflictos. Podemos pensar en los museos dedicados al holocausto o a las guerras civiles, a la inquisición y a la esclavitud, así como a los centros de memoria en los países que sufrieron dictaduras y regímenes sanguinarios. Todos ellos se convierten en una forma de lección para la NO repetición. La memoria neutraliza el olvido como  la mayor amenaza que rige sobre la historia, pues las nuevas generaciones que no han vivido los traumas del pasado tienden a repetir las circunstancias que condujeron a estos horrores. La memoria como arma contra la guerra debe ser entendida y apropiada tanto por víctimas como por victimarios y por la población en medio del conflicto en todas las dimensiones que conlleva comprender lo ocurrido en el pasado para potenciar una convivencia pacífica hacia el futuro.

En Colombia se construyen actualmente museos de la memoria en varias regiones. Uno de ellos está en Medellín, otro se adelanta actualmente en Bogotá, auspiciado por el Centro de Memoria Histórica, y existen los llamados parques monumentos en regiones apartadas que recuerdan las masacres ocurridas, como es el ubicado en Trujillo, Valle, y en San Carlos, Antioquia. Otras formas no convencionales utilizan los talleres de memoria como formas de recuperación emocional y terapéutica con grupos afectados por el conflicto. De hecho, se han generado cartillas y manuales para trabajar los recuerdos en forma colectiva como forma de liberación y catarsis de poblaciones enteras. 

Tantos los Centros de memoria como las organizaciones de paz se empeñan en convertir la memoria en el centro de la reconstrucción de ciudadanía y de dignidad para un país adolorido y en proceso de convalecencia. Surgen muchas formas de reconstrucción basadas en la memoria: los repertorios artísticos y culturales son parte de esos procesos. Estos repertorios acuden al arte y a la cultura como simbolización del tejido social. Así, el teatro, las producciones visuales, los tejidos y tapices, la música, los rituales y tradiciones que caracterizan a comunidades y sus entornos adquieren nuevas connotaciones como vehículos de sanación desde el cuerpo individual hacia la masa colectiva. Muchas víctimas al compartir su experiencia en forma comunitaria convierte su trauma en un instrumento de empoderamiento y resignificación de su experiencia.



Mural de la Ruta Pacífica de las Mujeres (Cali, Valle)

Ignacia Roca, una desplazada de Barbacoa, Nariño, lo expresó así al plasmar en un mural colectivo de las Mujeres de la Ruta Pacífica su recuerdo traumático, “Ahora puedo contar mi experiencia porque no soy la única”. Efectivamente, el estigma del desplazamiento deja de serlo cuando son varios los que comparten las misma circunstancia y pueden transmitirlo sin recabar en la victimización, sino en la liberación que produce su expresión. Juana Alicia Ruíz la coordinadora de Mujeres Tejedoras de Sueños y Sabores de Mampuján, declara que los tapices de memoria que realizan en el Colectivo de mujeres sobrevivientes a las masacres de Montes de María, se han convertido “en una catarsis, en una forma de sanar las heridas”. 

Ludibia Vanegas, una de las matronas de Trujillo y Vicepresidenta de Afavit (Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo) refiere que tanto ella como sus compañeras han sobrevivido gracias a la labor colectiva de Afavit en el parque monumento a la memoria de Trujillo. “Afavit nos ha cambiado la vida, ahora podemos hacer nuestro duelo, ahora somos parte de la historia”.  En este parque se rememora la tragedia vivida en Trujillo a través de varias iniciativas: el sendero de la memoria está dedicado a cada una de las masacres ocurridas en Colombia desde 1985. Como en un Viacrucis, cada una de las placas a lo largo del sendero registra una imagen o foto del evento,  las fechas de la masacre, los nombres de los culpables, el número aproximado de víctimas y una nota explicativa. El osario, otra de las iniciativas, es un cementerio sin cuerpos. En cada lápida se representa la figura de la víctima trazada sobre el cemento en alto relieve representando los oficios que desempeñaba en vida y un objeto que lo caracterizaba. Este cementerio ha sido considerado por el padre Javier Giraldo, como “un sepulcro animado, una cátedra de resistencia, un templo sagrado, una hoguera y un centro de convenciones donde se unen quienes proclaman ‘nunca más". 

Por último, las Magdalenas por el Cauca, es uno de los repertorios de memoria más significativos. Consiste en una procesión de balsas que portan estandartes con la imagen de las víctimas que fueron asesinadas y desaparecidas en el mismo río durante la época de las masacres de la zona. Esta procesión combina una mezcla de varios repertorios. Es un ritual religioso que resignifica la ceremonia que  se efectuaba tradicionalmente el día de las ánimas. Es también, una reelaboración del mito popular de La llorona, la mujer que clama por sus hijos ahogados en el río. Es igualmente, una restitución simbólica que utiliza la imagen de las víctimas expuestas en lienzos gigantes en cada balsa. Marsella Beltrán, religiosa acompañante de las Víctimas de Trujillo declara que el ritual de Las Magdalenas por el Cauca es una metáfora de las lágrimas, del dolor, mientras que el arte sirve como 'traductor del dolor del alma”.

Colombia hace frente a su historia de dolor a través de diversas formas de expresiones simbólicas del recuerdo. Se trata de un esfuerzo por dignificar a través de repertorios e iniciativas una cultura viva de resistencia en la construcción de una memoria compartida. En todos estos casos, la memoria como símbolo, como soporte, como expresión es la herramienta que sana, regenera, reconstruye y resignifica las vivencias del dolor hacia un renacer en positivo. En suma, la memoria se constituye en ingrediente fundamental de la paz, porque como señala Marta Ruíz:

La memoria es un campo de batalla donde cada persona o grupo narra la violencia, de acuerdo a su propia experiencia. De la fuerza que tenga cada una de ellas dependerá, en buena medida, el rostro que tome la Nación en su futuro. La memoria es un lugar para la inclusión, para el reconocimiento del otro, para cerrar heridas y saldar cuentas pendientes. La memoria puede, si se hace con espíritu democrático, ser un hito político, una manera de transitar de un estado de guerra a uno de reconciliación. Puede ser el primer paso para una agenda de paz.

Referencias

AFAVIT (2009). “La memoria: una apuesta por la vida y la dignidad”. En Briceño et al. Recordar el conflicto: iniciativas no oficiales de memoria en Colombia. Bogotá, ICTJ: 43- 72.

Castrillón, Gloria. “Las tejedoras de Mampuján: La fuerza femenina del perdón”.  Revista Cromos, Lunes 16 de marzo del 2015.
Ruíz, Martha (2010). "La batalla por la memoria". Fundación Semana. 
http://www.fundacionsemana.com/sala-de-prensa/articulo/la-batalla-memoria/2808/
Todorov, T. (1995). Los abusos de la memoria.  Barcelona: Paidos.



 


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