lunes, 26 de septiembre de 2016

Sí o Sí


Hoy se constituye en un día histórico para Colombia y para Latinoamérica. Con la firma del acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno concluyen más de cincuenta años de guerra en el país. Lo curioso es que mientras en el mundo se aplaude y reconoce este gran evento, en Colombia las divisiones entre familias y amigos se ahondan cada vez más. ¿Cómo es posible que la paz se convierta en el detonante de una guerra sórdida y tácita entre nuestros núcleos más cercanos? ¿Por qué no podemos celebrar esta fecha como deberíamos después de tantos años de vivir en la incertidumbre y la desesperanza?

Me parece que estamos sumidos en la ceguera de la que hablaba José Saramago en su inolvidable Ensayo sobre la ceguera. La tesis de esta novela donde una población completa se contagiaba de una epidemia de ceguera blanca como alegoría de la incapacidad del mundo de ver la realidad que se vive ante sus ojos, es la misma que padecen los sectores de nuestro país más recalcitrantes y extremistas. Aquellos que con un discurso malintencionado y plagado de mentiras se complacen en denigrar los esfuerzos por superar los escollos que nos han impedido avanzar hacia un camino distinto del recorrido en los pasados sesenta años.

Me permito citar apartes de William Ospina cuando señala:

Sí hubo una guerra, todos delinquieron, todos cometieron crímenes, todos profanaron la condición humana, todos se envilecieron. Y la sombra de esa profanación y de esa vileza cae sobre la sociedad entera, por acción, por omisión, por haber visto, por haber callado, por haber cerrado los oídos, por haber cerrado los ojos".

Y es que en ese proceso todos somos culpables por precisamente eso: cerrar los ojos y oídos hacia lo que pasaba ante nuestro alrededor: las injusticias sociales, las desigualdades, los prejuicios que ostentamos y perpetuamos en nuestro actuar y en el discurso diario.  Es que la guerra ha sido una tragedia colectiva, como lo dice claramente Ospina, en la que todos somos víctimas y victimarios, y algunos más victimarios que otros. Especialmente aquellos que hoy se rasgan las vestiduras oponiéndose a la paz y acudiendo a un discurso retorcido y maléfico que pretende captar la ingenuidad de las mentes débiles y desinformadas. Porque son estos seres mezquinos de la extrema derecha los que intentan mantener el "orden inicuo" que ha existido desde siempre y que en las palabras sabias de Ospina, seguimos tolerando:

Un orden inicuo de menosprecio, de injusticia, de arrogancia... Un orden absurdo, excluyente, mezquino, que hemos tolerado entre todos y del que somos responsables."

Hoy le temo más a los seres que se oponen al cambio y a los que no les conviene iniciar un nuevo período de pacificación en el país. Son ellos los que enturbiarán las aguas con sus actitudes engañosas. Son los que se empeñarán en manipular a los sectores incautos de la población usando los mecanismos más vulnerables: la religión y la exclusión social. Es evidente que la gente de las clases favorecidas no quieren mezclarse con los individuos que dejan las zonas afectadas por la violencia, sean ellos campesinos, desplazados, o excombatientes, no tanto por haber sido parte de la guerra, sino por su condición social. Es obvio que  las exclusiones exacerbadas persistirán porque tampoco les conviene que se lleven a cabo los compromisos pactados en los acuerdos: redistribución de tierras,  inclusión laboral y tolerancia social. Es más fácil manipular conciencias propagando las amenazas del mentado "castrochavismo', o la apañada consigna de "regalarle el país a las FARC", y de la temida impunidad, para obstaculizar y sabotear un proceso que a todas luces se ha logrado con todas las condiciones dignas para todas las partes.

Ojalá la historia nos demuestre que un día como hoy se constituye en una fecha para recordar no tanto por la firma en sí, como por el corte con el pasado y el comienzo de una nueva era.