Índices y censuras
Por Elvira Sánchez-Blake
Los hombres son criaturas muy raras: la mitad censura lo que practica; la otra mitad practica lo que censura”.
Benjamín Franklin
Y nosotros que pensábamos que las eras inquisoriales y la
quema de libros habían sido superadas por la libertad de credos, de pensamiento
y por el imperio de la razón. Pues, no es así.
En pleno siglo XXI los movimientos ultraconservadores acuden de nuevo a
las censuras y condenas sobre el conocimiento y la libertad de expresión.
La censura de libros por supuesto no es nueva. Desde que aparecieron los primeros códices, pergaminos o formas de expresión, los poderes institucionales han temido el poder de la palabra y el acceso al conocimiento. En todas las culturas se han prohibido o censurado de alguna forma el acceso a libros y a las ciencias cuando se advierte que el saber es un arma mucho más peligrosa que un instrumento de agresión física.
Durante el imperio romano se quemaron y prohibieron libros, oráculos y escritos inflamantes o antirreligiosos. Esta costumbre se mantuvo cuando Roma adoptó el cristianismo y el fervor religioso arrasó con el saber humanista acumulado durante siglos por la cultura grecorromana por considerarlo pagano.
El Índice de libros prohibidos promulgado en 1564, fue una lista de libros vetados por la Iglesia Católica por ser considerados dañinos para la fe y la moral cristiana. Los que no cumplían las ordenanzas estaban sujetos a los castigos inquisitoriales. Miles de escritores con sus libros fueron llevados a la hoguera en esta cruzada de terror.
Libros como El Quijote fueron censurados por alguna frase, que el autor, don Miguel accedió a suprimir, porque definitivamente su vocación no era la de mártir. La obra de Nicolás Copérnico, que promulgaba la teoría física de las órbitas celestes fue condenada hasta 1758, cuando se levantó la prohibición. Los Miserables de Víctor Hugo fue prohibida desde 1862 hasta su publicación en 1959, un siglo después.
Sin ir más lejos, autores recientes como Jean Paul Sartre, Jean Genet y Emil Cioran fueron prohibidos en pleno siglo XX. Salman Rusdhie no solo fue vetado, sino condenado a muerte por el fanatismo religioso iraní, por considerar blasfema su novela, Los versos satánicos. Hace menos de un año sufrió un atentado que casi le cuesta la vida.
Grandes obras literarias han abordado el tema de la condena de libros. Umberto Eco en El nombre de la rosa (1980) hace una crítica mordaz a la censura del saber durante la Edad Media. El autor presenta un mundo franqueado por las convicciones religiosas que confinaban el conocimiento en bibliotecas lúgubres donde solo unos privilegiados tenían acceso. Entretanto, los debates alrededor de dogmas y creencias entre los jerarcas de la Iglesia desembocaban en ordenanzas promulgadas en torno a la amenaza de la Inquisición para fundamentar el poder sobre masas obedientes e ignorantes.
El escritor norteamericano Ray Bradbury aborda el tema de censura en su libro Fahrenheit 451. El protagonista de esta historia de ciencia ficción, tiene como tarea quemar libros prohibidos por causar discordia y sufrimiento. 1984 de George Orwell plantea la creación de un mundo distópico donde el Gran hermano controla el pensamiento unificado y no está permitido conocer la historia de la humanidad. El infinito en un junco de Irene Vallejo trata sobre la historia de los libros desde el primer códice que se conoce hasta la escritura digital actual. La autora española hace un recuento de las diferentes formas en que los libros han sido censurados, quemados, impugnados, llevados a los altos tribunales y subyugado por los poderosos. Esto es solo un ejemplo de los libros que exponen y condenan las censuras y prohibiciones al saber y al conocimiento humano.
La historia nos enseña que los vetos a libros en torno a temas de raza, género o “moralidad” que se han impuesto en estados como Florida, tienen una misma simiente. Las condenas y vetos a libros no son más que un arma para perpetuar y cimentar el poder de una tendencia ideológica que impone una sola manera de ver el mundo monolítica y excluyente. ¿Cuál es el fin último? No es diferente al de la Edad Media: el de mantener una masa ignorante y obediente a los esquemas orquestados desde el poder.
Lo que sí es diferente en la actualidad, es que contamos con un gran acervo de recursos para oponernos a estas leyes y para defender el derecho al conocimiento y la lectura. Para eso existen los medios de comunicación, las redes sociales, asociaciones, instituciones, y la pluma y el arrojo de líderes de opinión, periodistas y educadores.
Organizaciones como Pen America y la Asociación Americana de Bibliotecas (ALA) han cuestionado a los legisladores que pretenden suprimir libros sobre “raza, historia, identidad de género, historia, orientación sexual y salud reproductiva, con un fin de sometimiento de grupos que representan estas tendencias.”
Tanto Pen como ALA han invitado a la sociedad a organizarse por la libertad de expresión, a denunciar las condenas y restricciones de libros en escuelas y bibliotecas y a defender el derecho de leer y acceder al conocimiento.
Los invito a unirnos al llamado de estas asociaciones con el fin de promover iniciativas para combatir y defender la libertad de expresión y educar a la población sobre la importancia de la lectura con contenidos y criterios sólidos. Vale recordar que en una sociedad donde se empieza quemando libros se termina quemando gente.
Fuentes
https://pen.org/report/banned-in-the-usa-state-laws-supercharge-book-suppression-in-schools
El Debate. 27 de junio 2023. https://www.eldebate.com/cultura/20230325/libros-clasicos-contra-libros-adoctrinamiento-ideologico-guerra-censura-recrudece-ee-uu_103444.html