lunes, 6 de noviembre de 2017

Una herida que no cierra: El Holocausto del Palacio de Justicia

por Elvira Sánchez-Blake

 Foto Mauricio Velez (Semana.com)

Hoy se cumple un aniversario más del fatídico Holocausto del Palacio de Justicia ocurrido el 6 y 7 de noviembre de 1985 en Bogotá. Un hecho trágico que dividió la historia de Colombia en dos, antes y después de este magnicidio.  Una vez más, los medios de comunicación registran en sus páginas las versiones de uno y otro lado reviviendo nuevamente los lacónicos testimonios de los familiares de víctimas y desaparecidos. Surgen los mismos interrogantes que  por tres décadas han intentando descorrer los resquicios de la esquiva verdad. Mientras que esta verdad no se sepa será imposible cerrar la herida que permanece abierta en la historia del país.

Han pasado 32 años y las preguntas continúan: ¿quién ordenó la matanza de los magistrados y rehenes? ¿Por qué el Presidente Betancur no respondió al llamado del Presidente de la Corte pidiendo detener la ofensiva militar? ¿Quién detuvo a los empleados de la Cafetería y a dónde fueron conducidos? ¿Por qué no ha sido posible obtener sus restos? ¿Cuáles fueron los verdaderos motivos del M-19 para realizar esta incruento asalto contra el sistema judicial? La suma de respuestas a estos interrogantes han sido compilados en investigaciones y archivos judiciales; se han rodado películas y documentales; se han escrito novelas, crónicas, entrevistas y reportajes por doquier. Sin embargo la verdad real sobre los hechos continúa oculta y a medida que pasan los años, se vela cada vez más. Es como si se esperara que los protagonistas y actores del incruento episodio desaparezcan y con ellos, las huellas de la tragedia.

La espera que más desespera es la promesa de que el propio Presidente de la época, Belisario Betancur revele su propia verdad, la que aclararía muchos de los hechos y permitiría cerrar algunas de las heridas más profundas de este evento. Betancur anunció que su testimonio solo será conocido después de su muerte. Me pregunto, a qué le teme tanto, cuál es el oprobio tan nefasto que ha querido evitar todo este tiempo.

Como periodista de la Oficina de Prensa de la Presidencia del momento, recuerdo con exactitud el momento en que abrí las puertas de Consejo de Ministros del segundo piso del Palacio de Nariño y me encontré con el rostro desencajado de Betancur, quien me preguntó qué había pasado.  Yo le conté lo que todas las emisoras acaban de anunciar, el desenlace de la toma del palacio de Justicia. Entonces, él me interrogó perentorio:
           
            ¿El Presidente de la Corte?
             Está muerto, le respondí.
             ¿Está segura?
             Lo dicen todas las emisoras.

Este diálogo que he repetido infinidad de veces no me lo inventé y no fue fortuito. Yo no sé qué ocurrió antes ni por qué se encontraba en ese momento en el Consejo de Ministros acompañado de algunos colaboradores, ni por qué el presidente desconocía lo que estaba pasando.  ¿Hubo un Golpe de Estado? El gran interrogante que sigue sin ser despejado.

Colaboradores cercanos al Presidente corroboran la toma de poder por parte de los militares.  Bernardo Ramírez, quien había sido Ministro de Comunicaciones, y era muy cercano a Betancur,  lo expresa así en entrevista con Castro Caycedo:

En la desgracia del palacio de Justicia hubo un golpe de Estado de los militares. Fue un golpe de Estado técnico, porque el presidente les dio la orden. Mire: lo de fondo es que los militares desobedecieron la orden del presidente: vayan al Palacio de Justicia, hay que recuperar la autoridad, pero por favor, cuiden primero que todo la vida de los rehenes, y de los guerrilleros también porque son seres humanos… Pero los militares estaban sedientos de venganza, y esos mandos de esa época eran siniestros, les chorreaba sangre, fueron a lo que querían. A ellos no les importaba que fueran magistrados, o que fueran mujeres, lo que querían era vengarse de todas la humillaciones que habían sufrido, de pronto por su propia incompetencia[1].

Esta desobediencia de parte de los militares la confirma el entonces Ministro y luego, procurador General de la nación,  Alfonso Gómez Méndez,  quien dirigió una de las investigaciones  más serias sobre los hechos del palacio de Justicia y presidió un debate en la Cámara de Representantes. Gómez,  asegura que el cese de fuego fue ordenado por el Presidente, pero no fue atendido por los militares[2].  Entonces, ¿quien dirigió el ataque? Según Gómez, fue el propio Ministro de Defensa, General Miguel Vega Uribe.

Todos sabemos que el Presidente Betancur asumió la responsabilidad de los acontecimientos la noche del 7 de noviembre de 1985 al dirigirse al país por televisión:  “Asumo la responsabilidad de lo ocurrido… El gobierno no podía negociar bajo presiones violentas”.  Recuerdo esas palabras con intensidad porque yo no me explicaba que el mismo hombre a quien le había abierto la puerta esa tarde y que desconocía el desenlace, afirmara con tanto vehemencia esta versión de los hechos. Mi padre, me lo explicó con una argumento que aun resuena en mi mente: “para el país era peor conocer la vulnerabilidad de las instituciones y confirmar la falacia de democracia que nos ufanamos de poseer”.  

Este argumento sigue siendo válido en 2017 cuando el país trata de recuperarse de una guerra cruenta generada por injusticias sociales de todo tipo, así como tratados y acuerdos de paz  que en su momento han sido desconocidos y saboteados por oscuras fuerzas que intentan a todo costo impedir la posibilidad de una verdadera paz. Al igual que en los años ochenta, hoy tras los acuerdos del gobierno con las FARC, se lleva a cabo una ofensiva persiguiendo y aniquilando a los líderes sociales y a los promotores de paz.  Seguimos viviendo en una falacia de democracia que no reconoce las decisiones de los gobernantes y que sigue sometida a la voluntad de caudillos que enarbolan un poder soterrado, amparado por el clientelismo, las hordas de bandas criminales que lo asesoran y obedecen, y un pueblo que sigue enajenado por la quimera de un discurso manipulador y mentiroso. Ese es el legado que nos ha dejado décadas de desconocer la verdad, de vivir en los intersticios de mentiras y ocultamientos, de una democracia exigua y raquítica.

Sr. Betancur, es hora de conocer su verdad, así sea tan dolorosa y apabullante para el país y para su figura como gobernante. Solo así podremos emerger de las cenizas de la democracia.
           




[1] Castro Caycedo, Germán. Palacio sin máscara. Planeta, 2008. P. 239.
[2] Castro Caycedo, p. 257.

viernes, 18 de agosto de 2017

Supremacismo indignante


El racismo y las ideologías supremacistas no tienen cabida en este mundo bajo ninguna justificación.  Esto debería ser un mandamiento de las leyes de la humanidad. Por eso indigna hasta la repulsión las declaraciones y posturas del llamado “Presidente” de Estados Unidos de apoyo a los movimientos de supremacistas que provocaron muertes, heridos y caos  en las protestas del pasado fin de semana en Charlotesville, Virginia.

Lo que sorprende sin embargo son las muestras de sorpresa de los miembros de su partido y otros gremios, quienes expresaron disgusto y desilusión de su mandatario. Los que eligieron y apoyaron  su candidatura sabían desde su primera declaración en contra de los inmigrantes mexicanos que el racismo sería el bastión de su campaña y ahora, de su mandato. ¿De qué se sorprenden, pregunto?  Lo que hace pensar que la discriminación contra hispanos no se considera “racista”, porque para esta mayoría, los miembros de este grupo no merecen esta deferencia, no así, los judíos, quienes en este caso fueron el objeto de ataque por parte de los “neonazis”.  Este tipo de “discriminación” es el que ha recibido la atención y sorpresa de los partidarios de Trump. Los medios norteamericanos hacen eco a esta protesta y por primera vez se escuchan los llamados a impugnar y revocar al jefe de gobierno.

No sé qué es lo que me indigna más en estas muestras hipócritas de la sociedad estadounidense. Si las declaraciones de Trump; las de sus aliados y detractores; la de las columnas de opinión o las tribulaciones por las estatuas de confederados que están siendo derribadas. Mientras tanto, los inmigrantes hispanos siguen siendo perseguidos y deportados bajo la campaña de erradicación de “criminales , violadores y narcotraficantes”. El propio procurador Jeff Sessions, quien  ha estado a cargo de esta campaña, se rasgó las vestiduras ante las declaraciones de Trump. Nada que ver con el racismo contra hispanos, ¿verdad? En ese caso, el racismo no cuenta, los hispanos ni siquiera ocupan el último escalón de las razas en Estados Unidos.  Son los  equivalentes a los intocables de las castas en la sociedad hindú.


Este fin de semana tiene lugar el eclipse total de sol en Estados Unidos. Una buena excusa para distraer la atención de las protestas contra los supremacistas neonazis. El eclipse tendrá la función de eclipsar el entendimiento de los gringos. las muestras de solidaridad hacia los afectados por los ataques de Charlotesville se difuminarán como los rayos del sol bajo la sombra lunar y volveremos a la normalidad de lo que significa vivir bajo este régimen de horror y de impunidad. Lo que indigna es que  las vejaciones, iniquidades y degradaciones promovidas e incitadas por este mandatario se normalicen y se conviertan en parte de su proyecto de gobierno. El pueblo poco a poco se va acomodando y asimilando a vivir en la era de la revocación de los derechos humanos y a la regresión de los prejuicios fundamentales arraigados en la cultura colonialista de este país.

domingo, 30 de julio de 2017

Recordando a Ginny Bouvier, gestora de paz

Hoy me enteré del fallecimiento de Ginny Bouvier, amiga, colega, mentora y un ser humano extraordinario.


Virginia Bouvier era Senior Advisor de la sección Colombia del Instituto de Paz de Estados Unidos.
Tenía a su cargo la difícil tarea de servir de vínculo entre las gestiones de paz adelantadas por Colombia y el gobierno de Estados Unidos. En este cargo, Ginny se destacó por trabajar con ahínco por las organizaciones de víctimas, especialmente las mujeres; por lograr alianzas entre la burocracia de EEUU y el gobierno de Colombia; por incidir en las mesas de negociación; por llamar la atención en temas tan arduos como la educación y la participación de los sectores marginados. Ginny conoció todos los rincones de Colombia, se metió en las zonas rojas y trabajó con desplazados, víctimas, actores armados, administradores, funcionarios y hasta con el Presidente. Su blog, Colombian Calls, informaba durante todo el proceso sobre los avances de en la mesa de negociación de Paz. Los informes de Ginny eran iluminadores sobre lo que estaba en juego en un tono neutral y admirablemente bien escritos.

Siento profundamente la pérdida de Ginny. La había conocido primero en la Universidad de Cornell cuando asistió a un Congreso sobre la Construcción de paz en Colombia. En esa ocasión estaba escribiendo su libro, Colombia: Building Peace in a Time of War (2009) el cual documenta en una serie de artículos de diferentes intelectuales las iniciativas de paz que se construían a principios del milenio. Luego, nos encontramos en varios congresos de LASA y de la Asociación de Colombianistas en diferentes lugares. Recuerdo especialmente un seminario sobre Narrativas de la violencia en Colombia organizado por Constanza López en CUNY Graduate Center de Nueva York. Ginny y yo compartimos habitación en el hotel. Esa noche encontramos identificaciones en muchos aspectos de la vida como la pasión por la literatura, la sensibilidad  hacia las causas perdidas como la paz en Colombia; el trabajo por las mujeres,  y en la vida personal, el de ser madres de hijas adolescentes en ese momento. En otros congresos volvimos a compartir habitaciones y espacios en paneles, foros, mesas redondas, siempre en la búsqueda por comprender las redes intrincadas del conflicto y el camino hacia la paz.

Ginny era una de esas personas apasionadas por Colombia. Amaba su cultura tanto como la naturaleza indómita, además de su locura. He conocido varios estadounidenses que aman a Colombia, pero ella no se limitaba a amarla, sino a trabajar por el país.  El carisma de Ginny era incomparable así como su lucidez intelectual y su actividad incesante. Sus publicaciones así lo demuestran.
La última vez que la vi fue en octubre del 2016 en el Institute of Peace en Washington, DC.  La noté decaída. Se limitó a decirme que tenía problemas de salud.  En esa ocasión la invité a participar en un simposio sobre la Construcción de Paz en Colombia programado para abril de este año en MSU. Ella me prometió no solo su asistencia como conferencista, sino ayuda financiera.  Lastimosamente, su presencia no fue posible en el congreso. Ella se disculpó simplemente, pero ahora comprendo los motivos.

La presencia de Ginny será muy extrañada. No solo su voz como gestora de paz en el USIP, sino como activista y como referente. Yo la consideraba un modelo de trabajo apasionado y dedicado a las causas que defendía. Siempre la vi trabajando celosamente en el detalle, extraordinaria en su expresión, con humildad, honestidad y firmeza. Yo por mi parte, ya echo de menos su presencia,  su sabiduría y lo que representaba como persona y amiga.


domingo, 19 de febrero de 2017


Redadas contra inmigrantes:
una nueva persecución al estilo Nazi?
Elvira Sánchez-Blake


A menos de un mes de iniciado el período Trump en los Estados Unidos, las redadas antiinmigrantes y las agresiones contra foráneos son la bandera de la nueva administración. Las nuevas directivas lanzadas por el nuevo Secretario de Seguridad Nacional así lo demuestran.  John F. Kelly, un ex marine y nacionalista acérrimo, ha iniciado una ofensiva para otorgar poder sin límites a las autoridades federales para detener, perseguir y  deportar inmigrantes considerados "ilegales" en este país. Estas medidas, junto con las restricciones de viaje de países árabes emitida por el Presidente desde el primer día de su mandato replica  las políticas de persecución y aniquilación de los judíos y miembros de otros grupos indeseables del régimen Nazi en Europa del siglo pasado. ¿Es esto lo que nos espera?


Cuando miramos una película de la era Nazi en la que se revelan las persecuciones inhumanas contra los judíos, los espectadores terminamos horrorizados. Estas películas están diseñadas para lograr ese efecto y han sido propaganda ideal para recordarle a las nuevas generaciones sobre los fatídicos impactos de los regímenes autoritarios. Sin embargo, perseguir a hispanos o a musulmanes no parece causar el mismo efecto.  Es algo que ya está ocurriendo. Lo vemos en las noticias de todos los días: en la prensa, en la televisión, en las redes sociales sin mucho impacto ni visibilidad. Pareciera existir un acuerdo tácito generalizado de que la limpieza étnica cuando se trata de grupos minoritarios oscuros (browns) como hispanos y musulmanes no se considera una aberración, sino una defensa de la cultura anglosajona y por ende del mito arraigado sobre la superioridad de la raza blanca.

Esta postura nativista y nacionalista está anclada en postulados como los expresados por Samuel Huntington, eminente profesor de  la Universidad de Harvard, quien en sus publicaciones, Clash of Civilizations, (“Choque de civilizaciones”)  y Who are We? The Challenges to America’s Nacional identity (“Quiénes somos?, Desafíos de la identidad nacional americana”) proclamaba los lineamientos de un discurso supremacista. La tesis central de Huntington es que  la migración latina está atentando contra la cultura anglosajona y Estados Unidos corre el riego así de  convertirse en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas enfrentadas.

Huntington advierte sobre la necesidad de defender los valores que hacen a los americanos “americanos”. Sostiene que  los inmigrantes provenientes de países hispanos están poniendo en peligro la identidad y los valores estadounidenses que han hecho de este país una gran nación, Según él los tres componentes básicos que atentan contra la cultura americana son la raza, la lengua y la religión. Huntington pone de presente la forma en que otras grandes civilizaciones, como Grecia y Roma se desintegraron cuando la base de su identidad se vio amenazada por fuerzas externas consideradas barbáricas e ignorantes. Uno de los aspectos sobresalientes de sus planteamientos es la amenaza del oscurecimiento de la raza, lo cual conllevaría a la reducción de la superioridad intelectual de la población predominante blanca.

El problema no son los postulados expresados por Huntington y los intelectuales de esa talla, puesto que no muchos leen este tipo de libros, sino por los medios de comunicación y los políticos que encontraron asidero para justificar sus premisas y para manipular las tendencias supremacistas en su afán de hacerlas parecer como defensa de la soberanía nacional. Así los mitos que propagan la falacia de que los inmigrantes afectan la economía, usurpan los trabajos de los americanos, no pagan impuestos y además son criminales, violadores y drogadictos, tienen un efecto sorprendente y efectivo en la población. Más triste aún es escuchar de los propios hispanos asentados en Estados Unidos una justificación a estas políticas aceptando tácitamente que existe una superioridad de la cultura anglosajona.

 Las tesis expresadas por Huntington a finales de los años noventa y principios del nuevo milenio sirvieron de sustento para las políticas antimigratorias de las administraciones sucesivas de Bush y como pretexto para la construcción del famoso muro del 2006. Ahora, en la era Trump, las ofensivas contra los inmigrantes resurgen con nuevos ahíncos, apoyadas por un discurso de odio y de triunfalismo que basa sus premisas de “hacer una gran América otra vez” en la limpieza étnica y la purga de elementos extraños a esta nación.

Anoche vi una película sobre los Nazis que replicaba una vez más las imágenes ya conocidas: los judíos escondidos en buhardillas, los oficiales germanos apuntando con saña contra los infelices judíos; la inmisericordia de los ataques contra la población que trataba de huir despavorida; el terror, el horror, el pánico de los perseguidos. 

Esta mañana leí las primeras noticias del Washington Post y se me reveló la película actual: las redadas contra los hispanos; la gente buscando refugios; los consulados mexicanos atiborrados de gente pidiendo asilo y ayuda; otros escapando hacia Canadá. De otra parte se mencionan los anuncios de medidas que elevan el número de oficiales de fuerza antimigratoria, los planes de la construcción del infame muro y las palabras de John Kelly que declaran que “el número de inmigrantes en la frontera sur han creado una vulnerabilidad de la seguridad nacional de los Estados Unidos de América” para justificar las medidas drásticas antimigrantes de la administración Trump.

La historia se repite en ciclos concéntricos. Todo parece indicar que las persecuciones contra grupos étnicos indeseables ocurre cada cierto tiempo. Estados Unidos es famoso por sus campañas anti inmigrantes en distintos tiempos de su historia y estamos reviviendo una vez más esta campaña anti-hispanos, basada en un pretexto nacionalista que esconde una tremenda conciencia supremacista, nativista y xenofóbica que solo puede traer consecuencias nefastas como ya se vivió el siglo pasado.


Citas
[1] Huntington, Samuel. Who are we?: The Challenges to America’s Nacional identity. NY: Simon and Schuster, 2004.



domingo, 8 de enero de 2017

Un tiroteo más... (Elvira Sánchez-Blake)

El 2017 llegó con toda la carga heredada del 2016.  El inevitable advenimiento de la presidencia de Trump en Estados Unidos; el reconocimiento de la intrusión de Rusia en el resultado de las nefastas elecciones;  la interminable guerra en Siria y el recrudecimiento del conflicto en el Medio Oriente.  Las predicciones no son muy optimistas,  y menos aún la normalización de la violencia a nivel individual y colectivo. En lo corrido del año ya han ocurrido dos tiroteos masivos, uno el día del año nuevo en Turquía, donde cerca de cien personas murieron en una discoteca, y otro en Fort Lauderdale, el 6 de enero por parte de un joven exmilitar de la guerra de Irak. Ambos casos se registraron en la prensa, pero pasaron casi desapercibidos porque los tiroteos ya no son noticia si no ocurren por motivos de terrorismo político.

Fueron unas fiestas de Navidad y de fin de año inolvidables celebradas en familia. Mi hermano Javier, su esposa, Consuelo, y su hija Laura, vinieron desde Bogotá, y mi hermana Cony con su hija Camila, se unieron a la visita.  Nuestra hija Victoria había llegado unos días antes con su perrita, Luna. Nuestra casa se llenó de música, de entusiasmo y de olores y sabores provenientes de platillos suculentos preparados por Roberto. Todo salió perfecto. Hubo lágrimas y risas en la rememoración de fotos y videos de recuerdos familiares, y de la placidez que emana de los efluvios del sentimiento más antiguo, el del cariño familiar. El 3 de enero Javier y familia se marcharon para pasar sus últimos días con Cony en Palm Beach, y el 6 de enero regresarían a Bogotá partiendo del aeropuerto de Fort Lauderdale.

Ellos habían alquilado un carro y salieron para el aeropuerto a las doce del mediodía. Ninguno de ellos tenía un teléfono que sirviera sin estar conectado a Internet.  Cuando escuchamos las noticias sobre el tiroteo en el aeropuerto nos alarmamos de inmediato. No estábamos seguros de que ellos hubieran alcanzado a llegar al aeropuerto, y no teníamos forma de comunicarnos.  Cony, y su  esposo, así como Roberto y yo, pasamos las tres horas más largas y angustiosas esperando alguna manifestación de su parte mientras mirábamos las noticias horrorizados. Mi esposo trató de llamar a Avianca, la aerolínea de su vuelo, y a Avis, donde ellos entregarían el carro. Nadie nos dio noticias.  Esperábamos que no hubieran alcanzado a llegar al aeropuerto. Confiábamos en que Javier condujera despacio en estas carreteras donde no tiene mucha familiaridad; en la posibilidad de que a Laurita se le hubiera ocurrido hacer una compra de última hora; o en que hubieran parado a almorzar en Mac Donalds, a donde nunca los llevamos.

Entretanto nos enteramos que los disparos indiscriminados de un joven de 26 años excombatiente de la guerra de Irak había matado a cinco personas y herido a muchas más en la zona de recibo de equipaje del terminal uno del aeropuerto. El joven llevaba su arma en el equipaje y cuando recibió su maleta, simplemente sacó su pistola y disparó. Se desconocen los motivos o intenciones. Disparó simplemente porque sí, porque le vino en gana, porque hace parte de esa masa de individuos desajustados e inestables que compone una parte de la población en este país y que tiene acceso a las armas sin limitación y sin control. Ah, sí, la segunda enmienda de la Constitución permite que cualquier persona tenga derecho a portar armas, un derecho fundamental e inalienable de la libertad intrínseca del individuo. Un derecho que se sobrepone al de la vida misma y al deber del estado de proteger a sus ciudadanos.

La epidemia de los mass shootings, definida como un tiroteo donde más de cuatro personas son víctimas de disparos se inició en 1996, cuando un exmarino mató a 14 personas desde la torre de la Universidad de Texas, después de haber asesinado a su madre y hermana.  A partir de ahí, la mecha se prendió y el virus de matanzas masivas se extendió como una peste. El Washington Post indica que en los pasados veinte años se han registrado 129 eventos.  En la mayoría de los casos, las armas con que se cometieron los crímenes fueron adquiridas legalmente ya sea por el atacante o por los familiares de los mismos. Los lugares donde ocurren las matanzas son inesperados. La mayoría han ocurrido en escuelas o universidades, pero también en centros comerciales, teatros,  discotecas, iglesias y en aeropuertos. Todo parece indicar que el sitio público es la preferencia de los atacantes.

Vivir en medio de la zozobra de saber que en cualquier momento se puede producir un tiroteo se ha convertido en parte de la rutina. El mundo se ha acostumbrado a esta amenaza y los lugares públicos toman las precauciones necesarias. En instituciones universitarias y escuelas se han adoptado medidas preventivas y se hacen drills rutinarios para que la gente aprenda a reaccionar en caso de que suceda. Todo esto normaliza que haya matones en potencia y que así como ocurren huracanes o tormentas, el fogonazo puede suceder en cualquier momento y sin aviso.  Sorprende por demás, que las medidas preventivas estén orientadas más hacia la reacción que a lo que pareciera ser más obvio, el control de armas y la regulación del acceso a las mismas. Sin embargo, este tema se ha convertido en un punto de confrontación política tan agudo que ya ni siquiera se menciona en las discusiones sobre el asunto. Con la llegada de Trump a la presidencia el debate sobre el control de armas no sólo se agota, sino que la producción de mayor número de armas sofisticadas y su libre acceso será el derrotero del nuevo gobierno.

Los tiroteos son la nueva epidemia de este siglo y especialmente en Estados Unidos. El problema es que es casi imposible detectar a los ejecutores en potencia.  A los políticos de turno les conviene cuando la matanza proviene de un personaje asociado con el Medio Oriente para achacarle la culpa a los musulmanes radicales y convertir el hecho en un atentado terrorista. Pero cuando el agente de los disparos es un estadounidense, el hecho pasa desapercibido porque es preferible ocultar lo que se revela a simple vista: que los actores son jóvenes en su mayoría no mayores de 30 años, muchos de ellos con problemas mentales debido a haber sido reclutados como soldados de la guerra de Irak, o son chicos que presentan antecedentes de desajuste emocional  provenientes de hogares fracturados, víctimas de bullying y marginalización. El común denominador es que estos jóvenes tienen libre y fácil acceso a armas de todo tipo, y que saben usarlas, y en muchos casos han crecido jugando los famosos videojuegos violentos donde aprenden a tirar, a acertar en el blanco, y a no distinguir entre la realidad virtual y la realidad misma.

Javier finalmente mandó un mensaje tres horas más tarde  avisando que estaba bien y que nunca llegó al aeropuerto puesto que quedó atascado en el embotellamiento vehicular en la rampa de entrada al terminal.  Sobra decir que mi promesa fue comprar un teléfono móvil funcional con cobertura internacional para todos los que nos visiten. Por otro lado, me comprometo a crear conciencia y a hacer visible que la epidemia de inestabilidad mental que sufre este país podría frenarse, o reducirse al menos, si hubiera un control de armas y difícil acceso a todos los que la padecen, empezando por el entrante presidente de los Estados Unidos.


Referencias

Washington Post. “The math of mass shootings”.  Enero 7, 2017.