Por Elvira Sánchez-Blake
A venticinco años de la masacre de El Aro, las víctimas piden justicia.
Plegarias del pueblo muerto: El Aro, de Pablo Navarrete es un libro necesario. Las historias que se cuentan enmarcan el horror de una de las masacres más nefastas de Colombia, la del corregimiento El Aro ubicado en Ituango, Antioquia, ocurrida varios días durante la semana del 22 al 27 de octubre de 1997 por grupos paramilitares en asocio con fuerzas del Estado y la colaboración del gobernador de Antioquia de la época. Pero la historia no es solo de la masacre, es también la experiencia personal del proceso de escritura, incluso de los atentados contra la vida del autor, por escribir esta historia. La voz de Navarrete es a la vez fuerte y sensible. Es firme con los perpetradores entrevistados que le revelan los entramados que se movieron detrás de la masacre, y es sensible con las víctimas y sobrevivientes que fueron testigos de horrores de deshumanización impensables.
El libro cuenta la historia de Wilmar, un joven de catorce años que fue ajusticiado impunemente por los paramilitares. La narración se cuenta desde la perspectiva de Miladis, su hermana mayor. El caso de Wilmar es patético por lo cruel y despiadado y toca hasta la fibra más estoica por la forma como el narrador alterna apartes textuales de la entrevista con la ambientación de los hechos a través de un lenguaje cautivante sin caer en lo dramático. Al enfocarse en una historia real en detalle, el cronista humaniza la tragedia otorgando verisimilitud a un caso que refleja la colectividad. Navarrete dice que este libro se convirtió en un deber con las víctimas cuando afirma: “debía escribir esta historia que es un reconocimiento a sus vidas y una manera de decirles que lo ocurrido está siempre en mi mente. Que no los olvido, Que su dolor es también mío”.
Escombros de El Aro tras la masacre
Otra historia revela que los paramilitares atacaron al pueblo con la intención de rescatar a un secuestrado por el Frente 18 de las Farc y en retaliación por la supuesta simpatía por parte de los pobladores con este grupo subversivo. El secuestrado, según cuenta el autor, era un primo del gobernador de Antioquia de la época, un mafioso que trabajaba con el cartel de Cali y a quien se le conocía como “Carepuño”. El relato describe en detalle los hechos desde las horas que precedieron al secuestro hasta las consecuencias del evento, incluyendo a los inocentes que pagaron el precio mayúsculo por estar en el sitio equivocado. Esta parte del libro se basa en entrevistas realizadas con abogados, exguerrilleros de las Farc y conocidos del personaje en mención.
Una de las historias más impactantes del libro es la propia experiencia del autor, quien en forma cándida narra el atentado del que fue víctima durante el proceso de escritura del libro. No solo él sufrió persecuciones y amenazas, sino algunas personas que contribuyeron con su texto. La forma como Navarrete narra esta parte del libro remueve las entrañas, no solo porque el autor admite que esta experiencia le causó un trauma psicológico del cual no termina de recuperarse, sino porque revela que las fuerzas ocultas que causaron la masacre de El Aro y de tantas otras masacres sigue latente y que nadie está exento de sufrir las consecuencias. También explica porqué la narración expone los horrores que se vivieron durante los días en que ocurrió la masacre, pero se abstiene de revelar pormenores del entramado de maquinaciones del sistema que permitió que los perpetradores quedaran impunes tras la masacre.
En la sección final Navarrete le da nombres y apellidos a las víctimas; los hace visibles y reales, cuenta su historia y nos hace vibrar con cada una de ellos. Incluye también la sentencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la cual se condena al Estado colombiano por la masacre de El Aro. La Corte exigía un acto público en el que se reconociera la responsabilidad de los hechos por parte del mandatario de la nación. Esta condición se refería tácitamente al jefe de estado que tuvo participación en los hechos, pero el cumplimiento de la norma no se hizo efectiva hasta el 30 de noviembre del 2022, veinticinco años después de ocurrido, cuando el presidente Gustavo Petro pidió perdón en nombre del Estado a las víctimas y sobrevivientes. El libro concluye con una serie de anexos que incluye datos del Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Política del Cinep- durante el año 1997 (uno de los años más sangrientos del país); la lista de los nombres completos de los desplazados que produjo la masacre de El Aro; los mapas de Colombia con localizaciones de las Convivir y las bases paramilitares de la época. Además, provee fotos de la población y una última sección con los rostros y nombres de las personas asesinadas en octubre de 1997 en este corregimiento y las veredas contiguas.
Pablo Navarrete nos da una lección de templanza y honor en el acto de escribir este libro. Una tarea que le tomó más de seis años en la búsqueda y acceso a más de diez mil folios de documentos judiciales, 35 videos de audiencias de paramilitares, viajes y numerosas entrevistas a los personajes tanto víctimas como victimarios. Pablo devela su historia en forma de testigo-cronista y también víctima de las amenazas que persisten hacia aquellos que se atreven a ver el mundo con una mirada diferente. En su nota introductoria esto se hace evidente cuando escribe:
Este libro honra aquello que silenciamos en el periodismo: los efectos que trae consigo el oficio investigativo para la salud mental y emocional. Los episodios que nos convierten en otros, los miedos que nunca abandonan, el terror de seguir adelante pero que, al mismo tiempo, nos impulsan a seguir escribiendo y preguntando.
Plegarias del pueblo muerto: el Aro, es un libro que duele y que reclama las verdades que aún quedan en la sombra.
Fotos tomadas de la revista Cuestión Pública que aparecen en el libro (edición 1/12/2024).