domingo, 14 de enero de 2024

Plegarias de El Aro: a 25 años de la barbarie

Por Elvira Sánchez-Blake

A venticinco años de la masacre de El Aro,  las víctimas piden justicia.

                      Craneos puestos por los victimarios en el cementerio de El Aro
 

Plegarias del pueblo muerto: El Aro, de Pablo Navarrete es un libro necesario.  Las historias que se cuentan enmarcan el horror de una de las masacres más nefastas de Colombia, la del corregimiento El Aro ubicado en Ituango, Antioquia, ocurrida varios días durante la semana del 22 al 27 de octubre de 1997 por grupos paramilitares en asocio con fuerzas del Estado y la colaboración del gobernador de Antioquia de la época. Pero la historia no es solo de la masacre, es también la experiencia personal del proceso de escritura, incluso de los atentados contra la vida del autor, por escribir esta historia.  La voz de Navarrete es a la vez fuerte y sensible. Es firme con los perpetradores entrevistados que le revelan los entramados que se movieron detrás de la masacre, y es sensible con las víctimas y sobrevivientes que fueron testigos de horrores de deshumanización impensables.

El libro cuenta la historia de Wilmar, un joven de catorce años que fue ajusticiado impunemente por los paramilitares. La narración se cuenta desde la perspectiva de Miladis, su hermana mayor. El caso de Wilmar es patético por lo cruel y despiadado y  toca hasta la fibra más estoica  por la forma como el narrador alterna apartes textuales de la entrevista con la ambientación de los hechos a través de un lenguaje cautivante sin caer en lo dramático. Al enfocarse en una historia real en detalle, el cronista humaniza la tragedia otorgando verisimilitud a un caso que refleja la colectividad. Navarrete dice que este libro se convirtió en un deber con las víctimas cuando afirma: “debía escribir esta historia que es un reconocimiento a sus vidas y una manera de decirles que lo ocurrido está siempre en mi mente. Que no los olvido, Que su dolor es también mío”.

 

                                                    Escombros de El Aro tras la masacre 
 

Otra historia revela que los paramilitares atacaron al pueblo con la intención de rescatar a un secuestrado por el Frente 18 de las Farc y en retaliación por la supuesta simpatía por parte de los pobladores con este grupo subversivo. El secuestrado, según cuenta el autor, era un primo del gobernador de Antioquia de la época, un mafioso que trabajaba con el cartel de Cali y a quien se le conocía como “Carepuño”. El relato describe en detalle los hechos desde las horas que precedieron al secuestro hasta las consecuencias del evento, incluyendo a los inocentes que pagaron el precio mayúsculo por estar en el sitio equivocado. Esta parte del libro se basa en entrevistas realizadas con abogados, exguerrilleros de las Farc y conocidos del personaje en mención.

 

Una de las historias más impactantes del libro es la propia experiencia del autor, quien en forma cándida narra el atentado del que fue víctima durante el proceso de escritura del libro. No solo él sufrió persecuciones y amenazas, sino algunas personas que contribuyeron con su texto. La forma como Navarrete narra esta parte del libro remueve las entrañas, no solo porque el autor admite que esta experiencia le causó un trauma psicológico del cual no termina de recuperarse, sino porque revela que las fuerzas ocultas que causaron la masacre de El Aro y de tantas otras masacres sigue latente y que nadie está exento de sufrir las consecuencias. También explica porqué la narración expone los horrores que se vivieron durante los días en que ocurrió la masacre, pero se abstiene de revelar pormenores del entramado de maquinaciones del sistema que permitió que los perpetradores quedaran impunes tras la masacre. 

 

                                        Cementerio de El Aro tras la masacre

En la sección final Navarrete le da nombres y apellidos a las víctimas; los hace visibles y reales, cuenta su historia y nos hace vibrar con cada una de ellos. Incluye también la sentencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la cual se condena al Estado colombiano por la masacre de El Aro. La Corte exigía un acto público en el que se reconociera la responsabilidad de los hechos por parte del mandatario de la nación. Esta condición se refería tácitamente al jefe de estado que tuvo participación en los hechos, pero el cumplimiento de la norma no se hizo efectiva hasta el 30 de noviembre del 2022, veinticinco años después de ocurrido, cuando el presidente Gustavo Petro pidió perdón en nombre del Estado a las víctimas y sobrevivientes.  El libro concluye con una serie de anexos que incluye datos del Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Política del Cinep- durante el año 1997 (uno de los años más sangrientos del país); la lista de los nombres completos de los desplazados que produjo la masacre de El Aro; los mapas de Colombia con localizaciones de las Convivir y las bases paramilitares de la época. Además, provee fotos de la población y una última sección con los rostros y nombres de las personas asesinadas en octubre de 1997 en este corregimiento y las veredas contiguas.


Pablo Navarrete nos da una lección de templanza y honor en el acto de escribir este libro. Una tarea que le tomó más de seis años en la búsqueda y acceso a más de diez mil folios de documentos judiciales, 35 videos de audiencias de paramilitares, viajes y numerosas entrevistas a los personajes tanto víctimas como victimarios. Pablo devela su historia en forma de testigo-cronista y también víctima de las amenazas que persisten hacia aquellos que se atreven a ver el mundo con una mirada diferente.  En su nota introductoria esto se hace evidente cuando escribe:

Este libro honra aquello que silenciamos en el periodismo: los efectos que trae consigo el oficio investigativo para la salud mental y emocional. Los episodios que nos convierten en otros, los miedos que nunca abandonan, el terror de seguir adelante pero que, al mismo tiempo, nos impulsan a seguir escribiendo y preguntando.

 

Plegarias del pueblo muerto: el Aro, es un libro que duele y que reclama las verdades que aún quedan en la sombra. 

Fotos tomadas de la revista Cuestión Pública que aparecen en el libro (edición 1/12/2024).

sábado, 6 de enero de 2024

En el tercer aniversario del ataque al capitolio el punto de mira es contra la democracia

Por Elvira Sánchez-Blake 

 

 

Se cumple el tercer aniversario de la violenta escalada contra el congreso de los Estados Unidos ocurrida el 6 de enero del 2021. Este ataque contra el corazón de una de las instituciones más simbólicas de la democracia de este país se convierte hoy en un emblema definitorio de las próximas elecciones. Los retractores y defensores de la insurrección serán los que determinarán la continuación de la democracia o no en los comicios del 2024.

 

¿Cómo se explica que un acto tan brutal que a todas luces atentó contra la institución democrática con claros visos de fanatismo y con una intención letal, sea defendido y exaltado por el electorado del candidato republicano para promover su causa y devaluar a su adversario? ¿Cómo es posible que los mismos congresistas que denostaron la acción el día de la insurrección, hoy proclamen lo contrario con argumentos absurdos y que se caen de su peso? ¿Bajo qué racionalidad se entiende que Trump sea un candidato presidencial nuevamente y el más opcionado según todas las encuestas electorales? 

 

Recordemos que el 6 de enero del 2021 una turba de fanáticos asaltó el congreso de los Estados Unidos instigados por Trump con el fin de impugnar los resultados electorales del 2020. Durante el evento se registraron varios muertos, múltiples heridos, ataques contra miembros de la fuerza pública, total desacato a las normas legales, atentados contra la vida de los congresistas con invasión a sus oficinas y acceso ilegítimo a documentos legales. Incluso el vicepresidente Pence se vio en peligro de ser ajusticiado en una horca que pendía en las afueras del edificio. Las imágenes constantes y repetitivas del evento a través de todos los medios debían recordarnos que la turba enardecida pendía carteles de Trump, símbolos de organizaciones extremistas, íconos nacionalistas exacerbados, y slogans de facciones religiosas ultraderechistas que comparaban a Jesús con la figura de Trump.

 

Tres años después tras investigaciones y pesquisas judiciales, se ha comprobado sin lugar a dudas que la toma del 6 de enero fue un acto planeado con diligencia y cálculo para impedir la legítima proclamación de Joe Biden como presidente de Estados Unidos. Las investigaciones demostraron que todas las acusaciones de fraude electoral fueron infructuosas.  Por el contrario, el fraude fue ejecutado por los cómplices del candidato republicano, con pruebas fehacientes de manipulación y falsas acusaciones. Los procesos legales han demostrado las maquinaciones realizadas y los propios ejecutantes admitieron su participación en los hechos.  El fiscal federal de Washington, Matthew Graves, ha calificado  el asalto al Capitolio como "la mayor agresión masiva a agentes del orden en un solo día de la historia de Estados Unidos“.  Por lo tanto, dijo “es fundamental que recordemos el daño colectivo que se hizo el 6 de enero de 2021 y que entendamos cómo sucedió, para que podamos asegurarnos de que no vuelva a ocurrir". No hay duda de que el ataque contra el capitolio fue un crimen considerado como traición a la patria que pasará a los anales de la historia como el acto de insurrección política más grave de los últimos 200 años.

 

Sin embargo, el evento del 6 de enero se ha transformado en el eje que marca la agenda política y que definirá el resultado de las elecciones del 2024.  Las apreciaciones al respecto demuestran que en tres años el ataque se ha convertido en una muestra de patriotismo y un gran porcentaje de la población presume que fue justificado por la gran mentira que aún subyace de que las elecciones del 2020 fueron ilegítimas. Incluso un 25% de la población cree sin ningún fundamento que el FBI instigó el asalto al Capitolio. Esta posverdad o alteración de la realidad ha sido repetida, difundida y corroborada por los medios ultraderechistas que se han encargado de manufacturar una falacia acomodada a los intereses republicanos.

 

En un acto de conmemoración del tercer aniversario del 6 de enero, el presidente Biden por fin se atrevió a denunciar el asalto al capitolio como una insurrección y acusó a Trump de representar una amenaza contra la democracia. Muchos temen que no importa el número de votos ni la prolijidad del esquema electoral, Donald Trump viene preparado con la maquinaria política para imponerse en el trono del poder y dispuesto a abolir las instituciones democráticas que impidan su reelección.  Sus aliados republicanos son responsables en el proceso por haber permitido que saliera invicto de su participación en el ataque al negar la dimensión de los hechos y al rehursarse a condenarlo en el proceso de “impeachment” a pesar de las evidencias. A esto se suma la inoperancia del aparato juidical  frente a los múltiples cargos delincuenciales que enfrenta Trump y que continúan en un proceso interminable de legalismos y tecnicismos. Más que todo, el candidato siente asegurada su reeelección por la complicidad de sus partidarios consagrados a un culto impúdico de este líder que los embruja y los aterroriza a la vez. Todos estos factores han tapizado el camino para que el magnante se sienta dispuesto a saltarse por sobre todos los esquemas legales y asentarse de nuevo en el solio presidencial.

 

¿Qué vamos a hacer para defender la democracia? Podemos desde nuestras modestas instancias promover una toma de conciencia de los ciudadanos para que participen, denuncien, expresen, argumenten, defiendan y decidan sobre la legitimidad de las instituciones?  ¿Cómo combatir los sesgos ideológicos, los tabús, las falsas promesas, los temores y las falacias en torno a la economía, el aborto o la ideología de género? Y por sobre todo, cómo expugnar para siempre los rótulos facilistas y absurdos del “comunismo” asociado con el pensamiento demócrata? No hay nada más vil que perpetuar el espectro del comunismo para manipular mentes poco informadas e indiferentes.  

 

Estamos a tiempo para emprender esa cruzada desde nuestras redes y usar los medios a nuestro alcance. Hay una esperanza muy leve de que se considere la cláusula de la 14 enmienda de la constitución, por la cual se impide la participación de un candidato presidencial acusado de insurrección. Este asunto está en manos de la Corte Suprema de Justicia. El problema es que el tribunal está compuesto por una mayoría conservadora de seis de los nueve magistrados  (tres de ellos nombrados por Trump)  que pronostica una decisión negativa al respecto.

 

El tercer aniversario de la toma del capitolio del 6 de enero 2021 debe servir para recordarnos que es posible caer en poder de los fanáticos impulsados por un demente narcisista; que es factible perder la estabilidad de un modelo democrático que ha sobrevivido por más de doscientos años, y que esta es la mayor amenaza que se cierne sobre el mundo en este momento histórico.