miércoles, 6 de mayo de 2020

El régimen de la democradura


Por Elvira Sánchez-Blake

El 3 de mayo del 2020 la Revista Semana reveló un informe por el cual la alta cúpula del Ejército colombiano ha realizado interceptaciones y chuzadas a periodistas, ONGS, magistrados y abogados que investigan o reportan sobre derechos humanos o que denuncian las acciones indebidas de las autoridades. 

Ejército colombiano ejecutó durante 2019 un programa masivo de espionaje que terminó con la eleboración de más de 130 perfiles de periodistas, defensores de derchos humanos, políticos, militares y hasta altos funcionarios de la Casa de Nariño.
 
Este es uno más de los escándalos que resurgen en el país cada cierto tiempo sobre este tipo de eventos. En este caso llama la atención la interceptación de periodistas extranjeros, como es el caso de Nicholas Casey, del New York Times, quien denunció el resurgimiento de los Falsos Positivos en mayo del 2019.  El organigrama descubierto entre los documentos del Ejército sobre el periodista era tan detallado y sucinto, con información sobre todos sus pasos, conexiones, amigos, familia, y relacionados, que pone los pelos de punta. 

El mismo esquema revela en detalle el seguimiento a 30 periodistas entre nacionales y extranjeros.  Entre ellos, se contaban corresponsales estadounidenses que reportan sobre Colombia  para medios como NPR o Wall Street Journal.  Las carpetas descubiertas ponen al descubierto detalles de la vida privada de los perfilados, tales como contactos familiares, amistades, dirección, teléfono y hasta las multas de tránsito. Lo significativo del caso es que mientras los periodistas colombianos se han habituado a  operar bajo amenazas y seguimientos, los reporteros internacionales no habían sido blanco de estas chuzadas.  Las carpetas de seguimientos incluyen también a abogados del Colectivo Alvear Restrepo,  al director de Human Rights Watch para las Américas, José Miguel Vivanco, y a magistrados de la Corte a cargo de casos judiciales de altas personalidades políticas.

Pero, igual que sucedió hace treinta años cuando mataron a Luis Carlos Galán, a Bernardo Jaramillo,  a Héctor Abad Gómez, o hace 23 años, a los ambientalistas del Cinep, Mario Calderón y Elsa Alvarado;  a los penalistas, Jesús María Valle y Eduardo Umaña,  al humorista Jaime Garzón, y más recientemente, a los líderes sociales, no pasa nada.  Como bien señala el reportaje de Semana: “el Ejército ha soportado varios graves escándalos. Todos han estado involucrados, directa o indirectamente, en operaciones cuestionables. Cuando estas quedan al descubierto y estalla el escándalo, siempre ocurre lo mismo: los integrantes son trasladados a puestos administrativos por sus jefes mientras la marea del escándalo baja y meses después regresan para comenzar un nuevo encargo.”

Lo más alarmante del caso es que estos escándalos solo ahondan la polarización del país. Mientras unos se alarman ante las revelaciones, son más los que apoyan este tipo de interceptaciones bajo el infame argumento, “no importa lo que hagan los militares si salvan al país del 'comunismo'”. Este argumento es tan perverso porque sirve para justificar cualquier actuación indebida por parte de la institución a cargo de salvaguardar al país.  La continua acusación de ”izquierdistas” a personas que se ocupan de  reportar abusos de violencia o de derechos humanos, así como de defender a poblaciones marginadas, ha sido causal y motor de una gran cantidad de crímenes que se cometen y se siguen cometiendo en el país. Es la justificación perfecta para seguir perpetuando la supervivencia de una “democradura” (democracia-dictadura), término acuñado por Javier Giraldo para denominar  un modelo de estado que impone un régimen de dictadura bajo una fachada de democracia.

Los que piensan que el Estado de derecho se rige por la persecución a periodistas, abogados, juristas que denuncian las violaciones  de derechos humanos y combaten las arbitrariedades de las autoridades, bajo la supuesta defensa contra el “comunismo” están muy equivocados.  Esta es una falacia indecente y por sobre todo, una manipulación de las conciencias, de las mentes débiles, mal informadas, y ausentes de criterio propio.  Ya basta de los sofismas de distracción que pretenden defender a los “buenos” de los peligros del “comunismo”.   Las interceptaciones ilegales por parte de las altas esferas de los mandos militares es un acto execrable que merece los máxima condena por parte de todos los segmentos de la población. No hay excusa para tanto cinismo.









[1] https://www.semana.com/nacion/articulo/the-new-york-times-responde-a-los-seguimientos-del-ejercito-colombiano/667721.