Por Elvira Sánchez-Blake
El 3 de mayo del 2020 la Revista Semana reveló un informe por el
cual la alta cúpula del Ejército colombiano ha realizado interceptaciones y
chuzadas a periodistas, ONGS, magistrados y abogados que investigan o reportan
sobre derechos humanos o que denuncian las acciones indebidas de las
autoridades.
Este es uno más de los escándalos que
resurgen en el país cada cierto tiempo sobre este tipo de eventos. En este caso
llama la atención la interceptación de periodistas extranjeros, como es el caso
de Nicholas Casey, del New York Times,
quien denunció el resurgimiento de los Falsos Positivos en mayo del 2019. El organigrama descubierto entre los
documentos del Ejército sobre el periodista era tan detallado y sucinto, con
información sobre todos sus pasos, conexiones, amigos, familia, y
relacionados, que pone los pelos de punta.
El mismo esquema revela en detalle el
seguimiento a 30 periodistas entre nacionales y extranjeros. Entre ellos, se contaban corresponsales
estadounidenses que reportan sobre Colombia
para medios como NPR o Wall Street Journal. Las carpetas descubiertas ponen al
descubierto detalles de la vida privada de los perfilados, tales como contactos familiares, amistades, dirección, teléfono
y hasta las multas de tránsito. Lo significativo del
caso es que mientras los periodistas colombianos se han habituado a operar bajo amenazas y seguimientos, los
reporteros internacionales no habían sido blanco de estas chuzadas. Las carpetas de seguimientos incluyen también
a abogados del Colectivo Alvear Restrepo, al
director de Human Rights Watch para las Américas, José Miguel Vivanco, y a
magistrados de la Corte a cargo de casos judiciales de altas personalidades
políticas.
Pero, igual que sucedió hace treinta años
cuando mataron a Luis Carlos Galán, a Bernardo Jaramillo, a Héctor Abad Gómez, o hace 23 años, a los
ambientalistas del Cinep, Mario Calderón y Elsa Alvarado; a los penalistas, Jesús María Valle y Eduardo
Umaña, al humorista Jaime Garzón, y más
recientemente, a los líderes sociales, no pasa nada. Como bien señala el reportaje de Semana: “el
Ejército ha soportado varios graves escándalos. Todos han estado involucrados,
directa o indirectamente, en operaciones cuestionables. Cuando estas quedan al
descubierto y estalla el escándalo, siempre ocurre lo mismo: los integrantes
son trasladados a puestos administrativos por sus jefes mientras la marea del
escándalo baja y meses después regresan para comenzar un nuevo encargo.”
Lo más alarmante del caso es que estos
escándalos solo ahondan la polarización del país. Mientras unos se alarman ante las revelaciones, son más los
que apoyan este tipo de interceptaciones bajo el infame argumento, “no importa lo
que hagan los militares si salvan al país del 'comunismo'”. Este argumento es
tan perverso porque sirve para justificar cualquier
actuación indebida por parte de la institución a cargo de salvaguardar
al país. La continua acusación de ”izquierdistas”
a personas que se ocupan de reportar
abusos de violencia o de derechos humanos, así como de defender a poblaciones
marginadas, ha sido causal y motor de una gran cantidad de crímenes que se
cometen y se siguen cometiendo en el país. Es la justificación perfecta para
seguir perpetuando la supervivencia de una “democradura” (democracia-dictadura),
término acuñado por Javier Giraldo para denominar un modelo de estado que impone un régimen de
dictadura bajo una fachada de democracia.
Los que piensan que el Estado de
derecho se rige por la persecución a periodistas, abogados, juristas que
denuncian las violaciones de derechos
humanos y combaten las arbitrariedades de las autoridades, bajo la supuesta defensa
contra el “comunismo” están muy equivocados.
Esta es una falacia indecente y por sobre todo, una manipulación de las
conciencias, de las mentes débiles, mal informadas, y ausentes de criterio
propio. Ya basta de los sofismas de
distracción que pretenden defender a los “buenos” de los peligros del
“comunismo”. Las
interceptaciones ilegales por parte de las altas esferas de los mandos
militares es un acto execrable que merece los máxima condena por parte de todos
los segmentos de la población. No hay excusa para tanto cinismo.
[1] https://www.semana.com/nacion/articulo/the-new-york-times-responde-a-los-seguimientos-del-ejercito-colombiano/667721.