por
Elvira Sánchez-Blake
Hoy se cumple un aniversario más del
fatídico Holocausto del Palacio de Justicia ocurrido el 6 y 7 de noviembre de
1985 en Bogotá. Un hecho trágico que dividió la historia de Colombia en dos,
antes y después de este magnicidio. Una
vez más, los medios de comunicación registran en sus páginas las versiones de
uno y otro lado reviviendo nuevamente los lacónicos testimonios de los
familiares de víctimas y desaparecidos. Surgen los mismos interrogantes
que por tres décadas han intentando
descorrer los resquicios de la esquiva verdad. Mientras que esta verdad no se
sepa será imposible cerrar la herida que permanece abierta en la historia del
país.
Han pasado 32 años y las preguntas
continúan: ¿quién ordenó la matanza de los magistrados y rehenes? ¿Por qué el Presidente
Betancur no respondió al llamado del Presidente de la Corte pidiendo detener la
ofensiva militar? ¿Quién detuvo a los empleados de la Cafetería y a dónde
fueron conducidos? ¿Por qué no ha sido posible obtener sus restos? ¿Cuáles
fueron los verdaderos motivos del M-19 para realizar esta incruento asalto
contra el sistema judicial? La suma de respuestas a estos interrogantes han sido
compilados en investigaciones y archivos judiciales; se han rodado películas y
documentales; se han escrito novelas, crónicas, entrevistas y reportajes por doquier. Sin
embargo la verdad real sobre los hechos continúa oculta y a medida que pasan
los años, se vela cada vez más. Es como si se esperara que los protagonistas y
actores del incruento episodio desaparezcan y con ellos, las huellas de la
tragedia.
La espera que más desespera es la promesa de que el
propio Presidente de la época, Belisario Betancur revele su propia verdad, la
que aclararía muchos de los hechos y permitiría cerrar algunas de las heridas
más profundas de este evento. Betancur anunció que su testimonio solo será
conocido después de su muerte. Me pregunto, a qué le teme tanto, cuál es el
oprobio tan nefasto que ha querido evitar todo este tiempo.
Como periodista de la Oficina de Prensa
de la Presidencia del momento, recuerdo con exactitud el momento en que abrí
las puertas de Consejo de Ministros del segundo piso del Palacio de Nariño y me
encontré con el rostro desencajado de Betancur, quien me preguntó qué había
pasado. Yo le conté lo que todas las
emisoras acaban de anunciar, el desenlace de la toma del palacio de Justicia.
Entonces, él me interrogó perentorio:
¿El Presidente de la Corte?
Está muerto, le respondí.
¿Está segura?
Lo dicen todas las emisoras.
Este diálogo que he repetido infinidad de
veces no me lo inventé y no fue fortuito. Yo no sé qué ocurrió antes ni por qué
se encontraba en ese momento en el Consejo de Ministros acompañado de algunos
colaboradores, ni por qué el presidente desconocía lo que estaba pasando. ¿Hubo un Golpe de Estado? El gran interrogante
que sigue sin ser despejado.
Colaboradores cercanos al Presidente
corroboran la toma de poder por parte de los militares. Bernardo Ramírez, quien había sido Ministro
de Comunicaciones, y era muy cercano a Betancur, lo expresa así en entrevista con Castro
Caycedo:
En la desgracia
del palacio de Justicia hubo un golpe de Estado de los militares. Fue un golpe
de Estado técnico, porque el presidente les dio la orden. Mire: lo de fondo es
que los militares desobedecieron la orden del presidente: vayan al Palacio de
Justicia, hay que recuperar la autoridad, pero por favor, cuiden primero que
todo la vida de los rehenes, y de los guerrilleros también porque son seres
humanos… Pero los militares estaban sedientos de venganza, y esos mandos de esa
época eran siniestros, les chorreaba sangre, fueron a lo que querían. A ellos
no les importaba que fueran magistrados, o que fueran mujeres, lo que querían
era vengarse de todas la humillaciones que habían sufrido, de pronto por su
propia incompetencia[1].
Esta desobediencia de parte de los
militares la confirma el entonces Ministro y luego, procurador General de la
nación, Alfonso Gómez Méndez, quien dirigió una de las investigaciones más serias sobre los hechos del palacio de
Justicia y presidió un debate en la Cámara de Representantes. Gómez, asegura que el cese de fuego fue ordenado por
el Presidente, pero no fue atendido por los militares[2]. Entonces, ¿quien dirigió el ataque? Según
Gómez, fue el propio Ministro de Defensa, General Miguel Vega Uribe.
Todos sabemos que el Presidente Betancur
asumió la responsabilidad de los acontecimientos la noche del 7 de noviembre de
1985 al dirigirse al país por televisión:
“Asumo la responsabilidad de lo ocurrido… El gobierno no podía negociar
bajo presiones violentas”. Recuerdo esas
palabras con intensidad porque yo no me explicaba que el mismo hombre a quien
le había abierto la puerta esa tarde y que desconocía el desenlace, afirmara
con tanto vehemencia esta versión de los hechos. Mi padre, me lo explicó con
una argumento que aun resuena en mi mente: “para el país era peor conocer la
vulnerabilidad de las instituciones y confirmar la falacia de democracia que
nos ufanamos de poseer”.
Este argumento sigue siendo válido en
2017 cuando el país trata de recuperarse de una guerra cruenta generada por injusticias
sociales de todo tipo, así como tratados y acuerdos de paz que en su momento han sido desconocidos y
saboteados por oscuras fuerzas que intentan a todo costo impedir la posibilidad
de una verdadera paz. Al igual que en los años ochenta, hoy tras los acuerdos del gobierno con las FARC, se lleva a cabo una ofensiva persiguiendo y aniquilando a los
líderes sociales y a los promotores de paz. Seguimos viviendo en una falacia de democracia
que no reconoce las decisiones de los gobernantes y que sigue sometida a la
voluntad de caudillos que enarbolan un poder soterrado, amparado por el
clientelismo, las hordas de bandas criminales que lo asesoran y obedecen, y un
pueblo que sigue enajenado por la quimera de un discurso manipulador y
mentiroso. Ese es el legado que nos ha dejado décadas de desconocer la verdad,
de vivir en los intersticios de mentiras y ocultamientos, de una democracia
exigua y raquítica.
Sr. Betancur, es hora de conocer su
verdad, así sea tan dolorosa y apabullante para el país y para su figura como
gobernante. Solo así podremos emerger de las cenizas de la democracia.