La locura es la medida del hombre cuando
se compara con la desmesurada razón de Dios.
Michel Foucault
¿Cómo distinguir en una acción sabia que ha sido cometida por un loco, y en la más insensata de las locuras, que es obra de un hombre ordinariamente sabio y comedido? se pregunta Michel Foucault. ¿Cómo distinguir los niveles de demencia de líderes que manipulan el tablero del poder geopolítico para dictaminar quién vive y quién muere en un planeta dividido por fanatismos y extremismos?
El ataque a Israel ocurrido el pasado fin de semana por parte de Hamas pone al descubierto la crisis de valores humanitarios y el poder de los extremismos al máximo nivel. Horrores que nos recuerdan la Edad Media han sido cometidos por fanáticos religiosos convencidos de su causa con un nivel de barbarie desmedida. Como respuesta los israelitas han emprendido una cruzada de venganza contra todos los pobladores de la franja de Gaza sin importar a quién se lleven por delante. En medio de estos bandos se encuentra el mundo que ve con horror los niveles de deshumanización de dos bandos que han pasado dos milenios en un ciclo de pugnas y venganzas que parece no tener fin.
Los niveles de locura colectiva se agudizan cada vez más por el resurgimiento de los fanatismos religiosos y étnicos y poderes políticos que amenazan con implantar un dominio absoluto sobre el universo y sistemas económicos que se disputan los mercados y que absorben las riquezas en gigantescos monopolios. Cada vez se abren más las brechas y se agudizan los extremos de riqueza y pobreza excesiva, de avances tecnológicos y de ignorancia total, de explotadores y oprimidos. Un conflicto de oposiciones que genera desigualdad, descontento y violencia que sólo difiere de otros tipos de agresiones precedentes en la historia por la aplicación tecnológica que permite mayor exterminio a menor esfuerzo.
Dice Foucault que la locura es espejo reflejo de razón y sinrazón, reverso y anverso de un espejo donde se reflejan mutuamente una a la otra. Cada una es medida de la otra y en ese movimiento ambas se alimentan mutuamente. La humanidad se mueve en círculos de lucidez y desvarío. Nadie quisiera recordar las guerras que ocurrieron en el siglo XX ni de los horrores que nos dejó el regimen nazi y que continuan latentes. Sin embargo los síntomas que permitieron esos fenómenos están presentes: los odios étnicos y la intolerancia hacia el otro. Los magnates enamorados del poder y que acuden a cualquier tipo de artimaña para realizar sus ambiciones surgen en todas las latitudes. Las facciones extremas se hacen más agudas en todos los ámbitos y los fanatismos religiosos, étnicos y nacionalistas se encumbran sobre la racionalidad.
Sabemos que el conflicto entre Israel y Palestina es de largo alcance y que los ataques de Hamas han dado pie para desencadenar una guerra a alto nivel por parte de Israel. El mundo se divide en bandos: los que apoyan la causa Israelí y los que defienden la causa palestina. Los blogs, podcasts y las redes sociales se desbordan recordando los origenes del conflicto; las historias bíblicas se recuerdan en uno y otro bando. Argumentos de tierras prometidas y de las desendencias de Abraham sirven de sustento para justificar la barbarie. Detrás de todo eso no hay más que ambiciones de poder que no se nutren ni de historias sagradas ni de victimizaciones ancestrales. El peligro es que pueblos y naciones se sumen a uno y otro bando y se desate la insensatez total.
José Saramago en sus obras advirtió sobre la nube blanca que le impide ver lo que sucede a su alrededor porque los sistemas de poder están diseñados para controlar lo que el individuo percibe de su entorno. La locura se convierte en una forma de razón, de alguna manera adquiere un sentido dentro del campo de la razón, por eso no se reconoce. Y nos envuelve, nos distorsiona la realidad y nos conduce en masa hacia un proceso alarmante de deshumanización. Los recientes acontecimientos del mundo, como los ataques desmesurados entre Israel y Palestina demuestran que los lados del espejo se confunden entre el delirio de la razón y la sinrazón.