Por Elvira Sánchez-Blake
En esta época de protestas, manifestaciones y revueltas permanentes por parte de todas las facciones políticas, me interesa destacar el libro de Gabriela Castellanos sobre una revuleta monumental que ocurrió en Cali en 1974 y que tuvo un impacto decisivo en la historia de la ciudad.
El 26 de febrero de 1971 fue asesinado Edgar Mejía Vargas, alias Jalisco, en medio de la revuelta universitaria que dejó numerosos heridos y muertos en la ciudad de Cali. En La novela Jalisco pierde en Cali, Gabriela Castellanos recrea las circunstancias de este hecho en una cartografía narrativa que permite comprender el mosaico espacial y temporal del relato dentro de la historia de forma magistral.
La novela comprende una polifonía de voces que emergen desde un eje central: la muerte de Jalisco, y se desplaza como en círculos concéntricos a las historias de varios personajes; a los hechos que precedieron la protesta; a los aspectos sociales y políticos y religiosos de la época, y a la proyección hacia el futuro. También se advierte en una especie de recurso especular el paralelo entre la protesta de 1971 con el estallido social ocurrido en 2021.
La cartografía que traza la novela parte de varios núcleos a nivel espacial y temporal. La plaza de Cayzedo es el epicentro espacial que opera como la quinta esencia de la ciudad de Cali. Es allí donde se unen las tradiciones y los valores: La estatua de Cayzedo, símbolo y testigo de todos los cambios de Cali por cuatro siglos. Desde este locus la narración se extiende por rutas y espacios hacia el norte, sur, oriente y occidente como un mapa que refleja la ciudad en las zonas de clase alta, media, baja y periférica. Las marchas que recorren las calles a lo largo y ancho de la urbe son metáfora del monstruo dormido que despierta y se desplaza por el espacio público como amenaza y testimonio de una colectividad que reclama por siglos de marginación.
El epicentro temporal es la hora del toque de queda. Las dos de la tarde se sitúa metafóricamente como la hora de mayor calor, desde donde irradia la conflagración entre todos los estamentos que circulan a lo largo de la narración. De ese centro candente surgen luces y sombras: el estallido de las bombas, los carros quemados, la luz centelleante que explota en la cabeza de Jalisco en el momento del disparo, los detenidos en el estadio sometidos la radiación solar de la tarde, y hasta el recuerdo de la explosión de tanques de gas ocurrida en 1956 como una mancha oscura de la historia de Cali.
El torrente de voces que se unen y confunden a lo largo del relato nos presentan un retrato policromático de la sociedad vallecaucana. El círculo narrativo se va extendiendo a través de un flujo de voces intercaladas de los personajes que giran en sus respectivos vértices. Así conocemos los contrastes sociales entre Tina, la mujer de clase alta indignada porque la revuelta le impide celebrar la fiesta programada esa noche, y Sofía, una madre humilde que recorre la ciudad desesperada en busca de su hijo, detenido por la policía. La religión de las altas esferas tradicionales se confronta con las nuevas manifestaciones de la teología de la liberación en las voces del padre Javier y de las monjas que trabajan con grupos de base en barrios marginados. Los estamentos militares y policiales se reflejan en la voz del soldado que dispara contra Jalisco, un pobre joven reclutado del ejército que no sabe cómo ni porqué ejecutó el disparo, y el capitán Morales, quien se jacta de aplicar métodos de tortura aprendidos en la famosa Escuela de las Américas. El mosaico social incluye al político y al empresario exitoso que se muestran fastidiados por la alteración de su rutina por las protestas y el toque de queda. En el centro se hallan las voces de los que tal vez podrían llamase protagonistas: Marcos y Catalina, dos jóvenes situados en lados opuestos de la escala social que deben superar múltiples obstáculos para hacer efectiva su relación de amor.
Jalisco pierde en Cali es una novela atrevida. Retrata y denuncia los contrastes de una ciudad como Cali, que es a la vez reflejo de otras urbes latinoamericanas donde conviven la riqueza y la pobreza; la soberbia de una clase dominante y estratos populares resentidos por falta de oportunidades. Sorprende por tanto que un hecho ocurrido hace cincuenta años refleje casi sin alteraciones el estallido social del 2021. Las causas son de igual naturaleza: los manifestantes reclaman las mismas injusticias; los muertos y heridos son similares: (los jóvenes hippies de los setenta y los de la primera línea de los dos mil veintiuno). Las consecuencias son equiparables. La novela revela que las posibilidades de un cambio a nivel de sociedad son inalcanzables mientras existan las injusticias sociales.
La estrategia narrativa de Gabriela Castellanos es admirable. La polifonía de voces alternadas en los capítulos opera como el coro griego que replica el fragor de la tragedia desde diversas perspectivas. La historia de desplaza desde un pasado remoto (hasta referencias prehistóricas) hacia el futuro incierto de la desmemoria. Los flujos y reflujos masivos que se mueven a través de la narración replican la fuerza colectiva del movimiento estudiantil. Esto se advierte en el siguiente apartado: “Hay una enorme fuerza, una monumental energía de esa turba, ese tropel de gente, a la vez que demasiado odio, demasiado gozo en la ira; hay una intensidad inmensa” (114).
La autora del prólogo, Carmiña Navia, destaca que uno de los grandes aciertos de la novela es la policromía social que corresponde a una muy bien lograda polifonía. “Cali es la sede y el cruce de varios discursos que se configuran cada uno en su lógica y en su matriz, dando cuenta de una urbe en la que las voces, ideologías y puntos de vista se entrecruzan, albergan y se contraponen” (13). Y yo añadiría que Castellanos logra de forma admirable reproducir tanto el discurso del delincuente, con el de la clase alta, el de los revolucionarios y el castrense con el de los religiosos progresistas. De este modo, como dice Navia, “distintos grupos sociales dejan oír su voz dibujando un tapiz de múltiples matices” (13).
Gabriela Castellanos es escritora y académica, nacida en Cuba y educada en Estados Unidos. Ha vivido en Cali por 55 años, donde ha sido catedrática de la Universidad del Valle, cofundadora del programa del Centro de Investigaciones y Estudios de Género y del doctorado de la facultad de Humanidades. Es autora de numerosos libros académicos, poemarios, ensayos y textos literarios. Con la novela Jalisco pierde en Cali, Castellanos demuestra el profundo conocimiento del Valle del Cauca y rinde homenaje a la ciudad de Cali con todos sus contrastes y gamas de luces y sombras.