sábado, 10 de febrero de 2018

No hay derecho a que los colombianos no queramos vivir en paz


Por Elvira Sánchez-Blake

(El Espectador, 2-10-17)

Los colombianos se niegan a la paz.  Es como si la maldición sobre la tumba de Bolívar se cumpliera en esta república de tan solo 200 años de vida independiente que no ha conocido un período de su historia sin conflicto.  Estamos a puertas  de lograr lo que la mayoría anhelamos, una coexistencia armónica, lo mínimo que cualquier pueblo aspira. Sin embargo, las fuerzas ocultas que manejan las dinámicas del poder y el deseo de mantener el odio priman en esta contienda de irracionalidad.

No hay derecho a que a partir de la firma de la paz se hayan registrado más de 300 asesinatos de líderes sociales y de defensores de derechos humanos (INDEPAZ). En su  mayoría estas personas pertenecían a comunidades afectadas por el conflicto que trabajaban por la supervivencia de sus integrantes con iniciativas de  integración social y de emprendimiento.  En muchos casos, eran líderes de comunidades indígenas, como el caso de los asesinatos en el Cauca o afrodescendientes. Es decir, de las minorías no reconocidas como parte de la “comunidad imaginada” de la nación.  

¿Qué hay detrás del atroz asesinato de un hombre como Temístocles Machado en Buenaventura el pasado 27 de enero?. Temístocles era un archivista de la memoria de Buenaventura. Este archivo contenía las reclamaciones de tierras y pleitos territoriales de la zona. El Centro de Memoria Histórica había contactado a Temístocles porque su archivo era crucial para identificar los abusos de las corporaciones en la apropiación indebida de las tierras. El documento publicado como Buenaventura: un pueblo sin comunidad, se convirtió en un punto de contención y luego de sucesivas amenazas.  El chocoano de 65 años fue asesinado cruelmente en su propia casa.

El caso de Temístocles quedó en la impunidad, como sucede en la mayoría de las muertes de este país. Y si no fuera por las voces indignadas de intelectuales nacionales e internacionales, quienes se han pronunciado fuertemente contra estos asesinatos, estas muertes se sumirían en el olvido. Porque  las amenazas y muertes son contra gente humilde que vive en las márgenes. Porque no tocan a “las gentes de bien” de las ciudades. Porque no se registran en el discurso oficial del país. Pero, ¿quién está detrás de estos asesinatos “sistemáticos” y de estas amenazas? Es la pregunta que no encuentra respuesta, pero tal vez, sí. Todos saben que detrás de esto están los de siempre, los enemigos de la paz.  Como los define William Ospina:

Hay sectores interesados en que la guerra continúe, todos los sectores para los que la guerra es mejor negocio que la paz. Los traficantes de armas, los que ven amenazados algunos privilegios medievales, los que han sufrido ofensas espantosas de la guerrilla o de los paramilitares…Incluso me gustaría estar seguro de que esta guerra dramática no es vista como un negocio rentable para algunos medios de comunicación (De la Habana a la paz).
                       
En la actual encrucijada se abre la posibilidad de una convivencia armónica que no me atrevo a llamar paz. Es  el natural derecho de los pueblos a vivir en equilibrio con la naturaleza, con sus semejantes y a gozar de los derechos fundamentales: un techo, educación, salud y bienestar.  Las condiciones materiales y legales están dadas, pero no lo queremos aceptar.

Los alcances del Acuerdo de paz es un paso trascendental que las actuales generaciones no alcanzamos a dimensionar en este momento histórico. Sin embargo, las fuerzas opositoras tienen más interés en mover las  fichas para impedir que esta consolidación sea posible.  El mensaje que se transmite a través de los medios sociales y que se arraiga en la población que no lee con pensamiento crítico, es que debemos continuar la guerra para preservar los intereses económicos y los privilegios de la minoría poderosa. Es decir,  en palabras de Ospina, seguimos enmarañados en “un cúmulo de prejuicios y formalismos, favorecidos por una extrema desconfianza y el viejo hábito de girar en un tiovivo de venganzas que parecen prohibirnos para siempre la reconciliación y el perdón” (De la Habana a la paz).

Las noticias de los últimos días son alarmantes. El ELN se niega a continuar con las negociaciones de paz. Han declarado paro armado y continúan amedrentando las regiones que controlan.  Las amenazas insidiosas contra los encargados de trabajar con los desmovilizados de las FARC, impiden que el proceso de reintegración siga su curso.  Las instituciones encargadas de iniciativas para desmontar la guerra y ofrecer oportunidades para los reintegrados a la vida civil así como las organizaciones de paz están paralizados ante las amenazas.  Se acercan las elecciones y con esto se disparan las pugnas y los odios llevados al extremo.

El fenómeno de la Patria Boba, se cierne sobre nosotros con su daga acechante. Seguimos anclados en la ignominia de la cultura de odio y exclusión que rige el país.  Porque como señala Ospina, “el principal enemigo de este sueño (de paz) son los privilegios y las exclusiones, las inmensas propiedades que ni producen ni tributan, la privatización del territorio nacional por quienes no creen tener deberes sociales" (De la Habana a la paz).

¿Cómo salir de este entuerto?  ¿Qué hay que hacer para convencer a la mayoría de colombianos de que hay otra vida posible?  ¿Cómo combatir la cultura de violencia y propugnar por una cultura de paz?  Vera Grave,  directora del Observatorio de Paz lo define así:

Ojalá le den a la paz como pedagogía de cultura de vida cotidiana, el lugar que requiere y merece para que en serio logremos cambiar la historia, y no sigamos en el círculo vicioso de las violencias que se reciclan bajo otros nombres y signos. Que dimensionemos la paz en su posibilidad de transformación política y cultural.

Referencias

Grave, Vera.  “Triste paz la de estos días”. El Espectador.  8 de Febrero, 2018.

Marín, Nicolás. “Un violento comienzo de año para los líderes sociales”. El Espectador. 31 de enero, 2018.

Ospina, William. De la Habana a la paz.  Bogotá: Debate, 2016.