lunes, 15 de octubre de 2018

Sobre violencia sexual en la era del #Metoo



 En su artículo de la revista The Nation, “When Women Get Mad”, Katha Pollit  se pregunta, por qué los hombres siguen siendo los dueños del mundo pese a que las mujeres han conquistado espacios en todas las esferas. La respuesta no la atribuye Pollit a la violencia masculina, el acoso sexual o la discriminación. En cambio señala a las mujeres como las autoras de ese destino.  Pollit asegura  que son las propias mujeres quienes no se han convencido de su propio poder y de sus capacidades, sino de que su principal rol consiste en “complacer a los hombres”.  Esta explicación que parece simplista a primera vista permite comprender las contradicciones que vive actualmente la sociedad.

En días pasados fue confirmado  como juez de la Corte Suprema de Justicia Brett Kavanaugh, luego de ser acusado por varias mujeres de asalto sexual. En la misma semana el Premio Nobel de Paz le fue otorgado a dos activistas defensores de las víctimas de violencia sexual.  Los recipientes del premio son Nadia Murad, una activista Yazidi, quien sufrió a manos del ISIS la tortura y abuso sexual. El otro galardonado es el doctor Denis Mukwege, un médico especializado en tratar víctimas de violaciones en la República Democrática del Congo.

Lo que sorprende es que estos dos eventos en apariencia aislados convergen en las implicaciones del fenómeno de violencia sexual en todos los ámbitos y el surgimiento del Movimiento #Metoo en medio de controversias violentas y desmesuradas.

No es aventurado decir que medio mundo presenció desde sus pantallas el show mediático en que se convirtió la sesión de declaraciones por parte de la profesora Christine Blasey Ford y la defensa del juez Kavanaugh.  Blasey Ford expuso los hechos en forma moderada, comedida y factual, ante una corte inquisitorial que a todas luces pretendía encontrar alguna falla en su argumento. Por el contrario, el juez se mostró agresivo, “histérico” y  amenazante. Es decir, perdió la compostura y dejó ver su incapacidad para mostrarse imparcial, lo cual debe ser el mayor atributo en un juez. Pese al escrutinio feroz a que fue sometida Blasey  Ford, y a la incapacidad de los interrogadores de encontrar incongruencias en su testimonio, la profesora  fue ofendida por los republicanos, acusada de ser parte de un montaje de manipulación; su declaración fue rechazada, y en días posteriores, se convirtió en el hazmerreir de los senadores y del propio Presidente. Peor aún, las mismas congresistas que al principio apoyaban su causa y se mostraban simpatizantes, le volvieron la espalda al momento de votar en la confirmación del Juez, quien al final quedó eximido de toda responsabilidad y convertido en “víctima de los ataques insolentes de la era del Movimiento #metoo.”

¿Se repite la historia? Pareciera que no hubiéramos evolucionado nada desde la confirmación de otro juez en 1991, Clarence Thomas, a la misma Corte Suprema de Justicia, acusado también de acoso sexual por una profesora de leyes, Anita Hill.  A la postre,  tanto Anita Hill como Christine Blasey Ford se convierten una vez más en las víctimas del escarnio ante la sociedad. En ambos casos, sus historias conmovieron a un sector de la sociedad, pero no condujeron al resultado esperado convirtiéndose en doblemente víctimas.

Llama la atención en el último caso que haya sido una senadora, Susan Collins, la que marcó la diferencia con su voto, al poner por encima la necesidad de complacer al sistema republicano compuesto por hombres blancos poderosos, que la solidaridad de género. Su cambio de parecer en el último momento, tras haber declarado la credibilidad y apoyo al caso de Blasey, para luego retractarse y expresar su apoyo al juez, con la excusa de que no existían suficientes pruebas, fue inexcusable.  Demuestra una vez más que las mujeres sobreponen la necesidad de aprobación por parte del estamento masculino al derecho de las propias mujeres y la solidaridad que conlleva. Confirma que las mujeres que acceden a posiciones de poder y autoridad con oportunidades de cambiar estructuras se someten a la presión del sistema y se convierten en parte del mismo.

Una vez más queda demostrado que el mundo sigue sumido en estructuras patriarcales dominantes imposibles de permear y de desmontar.