En días pasados fue confirmado como juez de la Corte Suprema de Justicia
Brett Kavanaugh, luego de ser acusado por varias mujeres de asalto sexual. En
la misma semana el Premio Nobel de Paz le fue otorgado a dos activistas
defensores de las víctimas de violencia sexual.
Los recipientes del premio son Nadia Murad, una activista Yazidi, quien
sufrió a manos del ISIS la tortura y abuso sexual. El otro galardonado es el doctor
Denis Mukwege, un médico especializado en tratar víctimas de violaciones en la
República Democrática del Congo.
Lo que sorprende es que estos dos eventos
en apariencia aislados convergen en las implicaciones del fenómeno de violencia
sexual en todos los ámbitos y el surgimiento del Movimiento #Metoo en medio de controversias
violentas y desmesuradas.
No es aventurado decir que medio mundo
presenció desde sus pantallas el show mediático en que se convirtió la sesión
de declaraciones por parte de la profesora Christine Blasey Ford y la defensa
del juez Kavanaugh. Blasey Ford expuso los
hechos en forma moderada, comedida y factual, ante una corte inquisitorial que
a todas luces pretendía encontrar alguna falla en su argumento. Por el
contrario, el juez se mostró agresivo, “histérico” y amenazante. Es decir, perdió la compostura y
dejó ver su incapacidad para mostrarse imparcial, lo cual debe ser el mayor
atributo en un juez. Pese al escrutinio feroz a que fue sometida Blasey Ford, y a la incapacidad de los
interrogadores de encontrar incongruencias en su testimonio, la profesora fue ofendida por los republicanos, acusada de
ser parte de un montaje de manipulación; su declaración fue rechazada, y en
días posteriores, se convirtió en el hazmerreir de los senadores y del propio
Presidente. Peor aún, las mismas congresistas que al principio apoyaban su
causa y se mostraban simpatizantes, le volvieron la espalda al momento de votar
en la confirmación del Juez, quien al final quedó eximido de toda responsabilidad
y convertido en “víctima de los ataques insolentes de la era del Movimiento #metoo.”
¿Se repite la historia? Pareciera que no
hubiéramos evolucionado nada desde la confirmación de otro juez en 1991,
Clarence Thomas, a la misma Corte Suprema de Justicia, acusado también de acoso
sexual por una profesora de leyes, Anita Hill.
A la postre, tanto Anita Hill
como Christine Blasey Ford se convierten una vez más en las víctimas del
escarnio ante la sociedad. En ambos casos, sus historias conmovieron a un
sector de la sociedad, pero no condujeron al resultado esperado convirtiéndose
en doblemente víctimas.
Llama la atención en el último caso que
haya sido una senadora, Susan Collins, la que marcó la diferencia con su voto,
al poner por encima la necesidad de complacer al sistema republicano compuesto
por hombres blancos poderosos, que la solidaridad de género. Su cambio de
parecer en el último momento, tras haber declarado la credibilidad y apoyo al
caso de Blasey, para luego retractarse y expresar su apoyo al juez, con la
excusa de que no existían suficientes pruebas, fue inexcusable. Demuestra una vez más que las mujeres
sobreponen la necesidad de aprobación por parte del estamento masculino al derecho
de las propias mujeres y la solidaridad que conlleva. Confirma que las mujeres
que acceden a posiciones de poder y autoridad con oportunidades de cambiar
estructuras se someten a la presión del sistema y se convierten en parte del
mismo.
Una vez más queda demostrado que el mundo
sigue sumido en estructuras patriarcales dominantes imposibles de permear y de
desmontar.