Por Elvira Sánchez-Blake
(El Espectador, 2-10-17)
Los colombianos se niegan a la paz. Es como si la maldición sobre la tumba de
Bolívar se cumpliera en esta república de tan solo 200 años de vida independiente que no ha conocido un período
de su historia sin conflicto. Estamos a
puertas de lograr lo que la mayoría
anhelamos, una coexistencia armónica, lo mínimo que cualquier pueblo aspira.
Sin embargo, las fuerzas ocultas que manejan las dinámicas del poder y el deseo
de mantener el odio priman en esta contienda de irracionalidad.
No hay derecho a que a partir de la firma
de la paz se hayan registrado más de 300 asesinatos de líderes sociales y de
defensores de derechos humanos (INDEPAZ). En su mayoría estas personas pertenecían a comunidades
afectadas por el conflicto que trabajaban por la supervivencia de sus
integrantes con iniciativas de
integración social y de emprendimiento.
En muchos casos, eran líderes de comunidades indígenas, como el caso de
los asesinatos en el Cauca o afrodescendientes. Es decir, de las minorías no
reconocidas como parte de la “comunidad imaginada” de la nación.
¿Qué hay detrás del atroz asesinato de un
hombre como Temístocles Machado en Buenaventura el pasado 27 de enero?.
Temístocles era un archivista de la memoria de Buenaventura. Este archivo
contenía las reclamaciones de tierras y pleitos territoriales de la zona. El
Centro de Memoria Histórica había contactado a Temístocles porque su archivo
era crucial para identificar los abusos de las corporaciones en la apropiación
indebida de las tierras. El documento publicado como Buenaventura: un pueblo
sin comunidad, se convirtió en un punto de contención y luego de sucesivas
amenazas. El chocoano de 65 años fue
asesinado cruelmente en su propia casa.
El caso de Temístocles quedó en la
impunidad, como sucede en la mayoría de las muertes de este país. Y si no
fuera por las voces indignadas de intelectuales nacionales e internacionales,
quienes se han pronunciado fuertemente contra estos asesinatos, estas muertes
se sumirían en el olvido. Porque las
amenazas y muertes son contra gente humilde que vive en las márgenes. Porque no
tocan a “las gentes de bien” de las ciudades. Porque no se registran en el
discurso oficial del país. Pero, ¿quién está detrás de estos asesinatos
“sistemáticos” y de estas amenazas? Es la pregunta que no encuentra respuesta,
pero tal vez, sí. Todos saben que detrás de esto están los de siempre, los
enemigos de la paz. Como los define
William Ospina:
Hay sectores
interesados en que la guerra continúe, todos los sectores para los que la
guerra es mejor negocio que la paz. Los traficantes de armas, los que ven
amenazados algunos privilegios medievales, los que han sufrido ofensas
espantosas de la guerrilla o de los paramilitares…Incluso me gustaría estar
seguro de que esta guerra dramática no es vista como un negocio rentable para
algunos medios de comunicación (De
la Habana a la paz).
En la actual encrucijada se abre la
posibilidad de una convivencia armónica que no me atrevo a llamar paz. Es el natural derecho de los pueblos a vivir en
equilibrio con la naturaleza, con sus semejantes y a gozar de los derechos
fundamentales: un techo, educación, salud y bienestar. Las condiciones materiales y legales están
dadas, pero no lo queremos aceptar.
Los alcances del Acuerdo de paz es un paso trascendental que las actuales generaciones no alcanzamos
a dimensionar en este momento histórico. Sin embargo, las fuerzas opositoras
tienen más interés en mover las fichas
para impedir que esta consolidación sea posible. El mensaje que se transmite a través de los
medios sociales y que se arraiga en la población que no lee con pensamiento
crítico, es que debemos continuar la guerra para preservar los intereses
económicos y los privilegios de la minoría poderosa. Es decir, en palabras de Ospina, seguimos enmarañados en “un
cúmulo de prejuicios y formalismos, favorecidos por una extrema desconfianza y
el viejo hábito de girar en un tiovivo de venganzas que parecen prohibirnos
para siempre la reconciliación y el perdón” (De la Habana a la paz).
Las noticias de los últimos días son
alarmantes. El ELN se niega a continuar con las negociaciones de paz. Han
declarado paro armado y continúan amedrentando las regiones que controlan. Las amenazas insidiosas contra los encargados
de trabajar con los desmovilizados de las FARC, impiden que el proceso de
reintegración siga su curso. Las
instituciones encargadas de iniciativas para desmontar la guerra y ofrecer
oportunidades para los reintegrados a la vida civil así como las organizaciones
de paz están paralizados ante las amenazas.
Se acercan las elecciones y con esto se disparan las pugnas y los odios
llevados al extremo.
El fenómeno de la Patria Boba, se cierne
sobre nosotros con su daga acechante. Seguimos anclados en la ignominia de la
cultura de odio y exclusión que rige el país.
Porque como señala Ospina, “el principal enemigo de este sueño (de paz)
son los privilegios y las exclusiones, las inmensas propiedades que ni producen
ni tributan, la privatización del territorio nacional por quienes no creen
tener deberes sociales" (De la Habana a la paz).
¿Cómo salir de este entuerto? ¿Qué hay que hacer para convencer a la mayoría
de colombianos de que hay otra vida posible? ¿Cómo combatir la cultura de violencia y propugnar por una cultura de
paz? Vera Grave, directora del Observatorio de Paz lo define
así:
Ojalá le den a la paz como pedagogía de
cultura de vida cotidiana, el lugar que requiere y merece para que en serio
logremos cambiar la historia, y no sigamos en el círculo vicioso de las
violencias que se reciclan bajo otros nombres y signos. Que dimensionemos la
paz en su posibilidad de transformación política y cultural.
Referencias
Grave, Vera. “Triste paz la de estos días”. El Espectador. 8 de Febrero, 2018.
Marín, Nicolás. “Un violento comienzo de
año para los líderes sociales”. El
Espectador. 31 de enero, 2018.
Ospina, William. De la Habana a la paz.
Bogotá: Debate, 2016.
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