Esta fecha no es para felicitarnos unas a otras por el hecho de haber
nacido mujer. En cambio, nos ofrece un
espacio para reflexionar sobre los avances pero también sobre el camino que
falta por recorrer en materia de derechos y oportunidades para las mujeres.
Celebremos los logros alcanzados en
materia de oportunidades, acceso a educación, posiciones laborales, a estamentos
económicos y políticos. Esto en sí es un logro si comparamos con las
limitaciones de nuestras madres y abuelas. Celebremos el derecho al voto (En
Colombia se ganó en 1958). El derecho a entrar a la universidad, a tener
títulos de propiedad (ganado en los
sesentas). La prerrogativa de no estar sujetas a padres, maridos o hermanos
para gozar de una estabilidad económica. Todo esto, chicas, es reciente. Celebremos que nuestras hijas y nietas no
tendrán que verse sometidas por las imposiciones sociales y religiosas que impiden
un desarrollo integral. Ellas tienen acceso a decidir sobre su propia vida, a escoger su pareja y el momento de tener hijos o no tenerlos; a elegir
sus carreras y a ser independientes y autosuficientes. Celebremos que nuestra
generación tuvo acceso a la educación gracias al camino arduo que recorrieron
nuestras antecesoras.
Pero, también, reconsideremos todo el
camino que falta por recorrer. En muchas culturas todavía las mujeres están
sometidas a sistemas que las obligan a cubrir su rostro y a negar su cuerpo. Muchas todavía no pueden acceder ni a
una mínima educación, mientras el sistema privilegia que sus hermanos sí la
tengan. Son demasiadas las mujeres que son vendidas o tranzadas en matrimonios
forzados en edades tempranas para asegurar una descendencia y después, condenadas de por
vida a cuidar a sus hijos, maridos y familiares cercanos. La mayoría de ellas sepultaron esperanzas de surgir en algún
oficio y a desarrollar sus talentos. Pero la economía del cuidado las liga de
por vida a “cuidar”, “atender”, “criar” y a negar ambiciones y proyectos. No vayamos muy lejos. En Colombia la educación
básica de la mujer rural cubre apenas un 15% de la población y cero en la educación
superior. Las campesinas se ven forzadas a trabajar en labores extremadamente
arduas en el campo y a jornadas extras en el cuidado de la familia, mientras el
salario lo reciben los hombres. Todo se cobija bajo el rubro del “bienestar
familiar”, que muchas veces se gasta en licor o en otras actividades
licenciosas. Ellas no tienen voz ni voto en estas decisiones, así como tampoco
en el de la titulación de tierras. Muchas víctimas de la violencia que
perdieron a sus maridos descubren con horror que no pueden reclamar títulos de
propiedad por el hecho de ser mujeres.
En otras latitudes, las mujeres todavía
están sujetas a procedimientos ignominiosos para asegurar la honra o son consideradas “impuras” durante la menstruación y deben someterse
a prácticas inhumanas. Todo esto con el aval de mandatos legales y religiosos
que están por encima de los derechos humanos. Los abusos sexuales que deben soportar una gran mayoría de mujeres a todo nivel son una práctica
normalizada por la sociedad que hasta ahora se está considerando como un
delito. Por primera vez hay leyes que denuncian las violaciones y los acosos sexuales, pero en la mayoría de los casos impera la ley del silencio a riesgo
de que las víctimas sean tachadas de mentirosas, deshonradas o histéricas. El movimiento #Metoo está revelando la monstruosa estructura que ha mancillado por
siglos la dignidad de las mujeres.
Un delito tan nefasto como el feminicidio
está comenzando a ser considerado como tal tras siglos de imperar incólume en
la sociedad. En guerras y conflictos armados, los hombres son las principales
víctimas de asesinatos, pero las mujeres llevan la peor parte, la de ser
laceradas en su cuerpo con violaciones y ataques contra su intimidad, dejando
huellas más atroces que la misma muerte.
“Los hombres hacen la guerra, pero las mujeres cargamos con ella”, dice
María Teresa Arizabaleta, una de las promotoras del voto en Colombia, quien a
sus 85 años enarbola las consignas de la lucha por los derechos fundamentales
de la mujer.
Por supuesto, hay que tener cuidado con las generalizaciones. Porque hay también mujeres que abusan de sus propias congéneres. Son las que utilizan sus atributos “femeninos”
para explotar a los hombres con el fin de obtener privilegios, alcanzar
posiciones o beneficios económicos sin
merecerlos. Hay también las que utilizan el poder para enarbolar las mismas armas
del sistema dominante masculino con el fin de oprimir, rebajar y denigrar a
otras en posiciones inferiores. No hay nada más despreciable que las mujeres en
cargos políticos con posibilidad de influir legislaciones, cuyas agendas se
dirigen en contra de las propias mujeres en asuntos como derechos reproductivos
o acceso a derechos fundamentales. Estas
no tienen perdón de Dios.
Y líbrame señor de las que utilizan la
religión para calar en el fondo de las conciencias con el fin de perpetuar los
sometimientos a las normas creadas por hombres y para hombres por los siglos de
los siglos. Pero también, hay que tener
cuidado de no caer en los fanatismos de las que utilizan la retórica feminista
para crear exclusiones y discriminar por cuestiones banales. Ese es el peligro
de un discurso mal manejado.
Hoy, día de la mujer, celebremos los
derechos adquiridos; sigamos luchando
por acceder a los no alcanzados; no cesemos en la búsqueda de que estos
derechos cubran a la raza humana, de una manera integral y totalizante. Pregonemos la dignidad humana dentro de la
diferencia.
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