Por Elvira Sánchez-Blake
Se cumple el tercer aniversario de la violenta escalada contra el congreso de los Estados Unidos ocurrida el 6 de enero del 2021. Este ataque contra el corazón de una de las instituciones más simbólicas de la democracia de este país se convierte hoy en un emblema definitorio de las próximas elecciones. Los retractores y defensores de la insurrección serán los que determinarán la continuación de la democracia o no en los comicios del 2024.
¿Cómo se explica que un acto tan brutal que a todas luces atentó contra la institución democrática con claros visos de fanatismo y con una intención letal, sea defendido y exaltado por el electorado del candidato republicano para promover su causa y devaluar a su adversario? ¿Cómo es posible que los mismos congresistas que denostaron la acción el día de la insurrección, hoy proclamen lo contrario con argumentos absurdos y que se caen de su peso? ¿Bajo qué racionalidad se entiende que Trump sea un candidato presidencial nuevamente y el más opcionado según todas las encuestas electorales?
Recordemos que el 6 de enero del 2021 una turba de fanáticos asaltó el congreso de los Estados Unidos instigados por Trump con el fin de impugnar los resultados electorales del 2020. Durante el evento se registraron varios muertos, múltiples heridos, ataques contra miembros de la fuerza pública, total desacato a las normas legales, atentados contra la vida de los congresistas con invasión a sus oficinas y acceso ilegítimo a documentos legales. Incluso el vicepresidente Pence se vio en peligro de ser ajusticiado en una horca que pendía en las afueras del edificio. Las imágenes constantes y repetitivas del evento a través de todos los medios debían recordarnos que la turba enardecida pendía carteles de Trump, símbolos de organizaciones extremistas, íconos nacionalistas exacerbados, y slogans de facciones religiosas ultraderechistas que comparaban a Jesús con la figura de Trump.
Tres años después tras investigaciones y pesquisas judiciales, se ha comprobado sin lugar a dudas que la toma del 6 de enero fue un acto planeado con diligencia y cálculo para impedir la legítima proclamación de Joe Biden como presidente de Estados Unidos. Las investigaciones demostraron que todas las acusaciones de fraude electoral fueron infructuosas. Por el contrario, el fraude fue ejecutado por los cómplices del candidato republicano, con pruebas fehacientes de manipulación y falsas acusaciones. Los procesos legales han demostrado las maquinaciones realizadas y los propios ejecutantes admitieron su participación en los hechos. El fiscal federal de Washington, Matthew Graves, ha calificado el asalto al Capitolio como "la mayor agresión masiva a agentes del orden en un solo día de la historia de Estados Unidos“. Por lo tanto, dijo “es fundamental que recordemos el daño colectivo que se hizo el 6 de enero de 2021 y que entendamos cómo sucedió, para que podamos asegurarnos de que no vuelva a ocurrir". No hay duda de que el ataque contra el capitolio fue un crimen considerado como traición a la patria que pasará a los anales de la historia como el acto de insurrección política más grave de los últimos 200 años.
Sin embargo, el evento del 6 de enero se ha transformado en el eje que marca la agenda política y que definirá el resultado de las elecciones del 2024. Las apreciaciones al respecto demuestran que en tres años el ataque se ha convertido en una muestra de patriotismo y un gran porcentaje de la población presume que fue justificado por la gran mentira que aún subyace de que las elecciones del 2020 fueron ilegítimas. Incluso un 25% de la población cree sin ningún fundamento que el FBI instigó el asalto al Capitolio. Esta posverdad o alteración de la realidad ha sido repetida, difundida y corroborada por los medios ultraderechistas que se han encargado de manufacturar una falacia acomodada a los intereses republicanos.
En un acto de conmemoración del tercer aniversario del 6 de enero, el presidente Biden por fin se atrevió a denunciar el asalto al capitolio como una insurrección y acusó a Trump de representar una amenaza contra la democracia. Muchos temen que no importa el número de votos ni la prolijidad del esquema electoral, Donald Trump viene preparado con la maquinaria política para imponerse en el trono del poder y dispuesto a abolir las instituciones democráticas que impidan su reelección. Sus aliados republicanos son responsables en el proceso por haber permitido que saliera invicto de su participación en el ataque al negar la dimensión de los hechos y al rehursarse a condenarlo en el proceso de “impeachment” a pesar de las evidencias. A esto se suma la inoperancia del aparato juidical frente a los múltiples cargos delincuenciales que enfrenta Trump y que continúan en un proceso interminable de legalismos y tecnicismos. Más que todo, el candidato siente asegurada su reeelección por la complicidad de sus partidarios consagrados a un culto impúdico de este líder que los embruja y los aterroriza a la vez. Todos estos factores han tapizado el camino para que el magnante se sienta dispuesto a saltarse por sobre todos los esquemas legales y asentarse de nuevo en el solio presidencial.
¿Qué vamos a hacer para defender la democracia? Podemos desde nuestras modestas instancias promover una toma de conciencia de los ciudadanos para que participen, denuncien, expresen, argumenten, defiendan y decidan sobre la legitimidad de las instituciones? ¿Cómo combatir los sesgos ideológicos, los tabús, las falsas promesas, los temores y las falacias en torno a la economía, el aborto o la ideología de género? Y por sobre todo, cómo expugnar para siempre los rótulos facilistas y absurdos del “comunismo” asociado con el pensamiento demócrata? No hay nada más vil que perpetuar el espectro del comunismo para manipular mentes poco informadas e indiferentes.
Estamos a tiempo para emprender esa cruzada desde nuestras redes y usar los medios a nuestro alcance. Hay una esperanza muy leve de que se considere la cláusula de la 14 enmienda de la constitución, por la cual se impide la participación de un candidato presidencial acusado de insurrección. Este asunto está en manos de la Corte Suprema de Justicia. El problema es que el tribunal está compuesto por una mayoría conservadora de seis de los nueve magistrados (tres de ellos nombrados por Trump) que pronostica una decisión negativa al respecto.
El tercer aniversario de la toma del capitolio del 6 de enero 2021 debe servir para recordarnos que es posible caer en poder de los fanáticos impulsados por un demente narcisista; que es factible perder la estabilidad de un modelo democrático que ha sobrevivido por más de doscientos años, y que esta es la mayor amenaza que se cierne sobre el mundo en este momento histórico.
3 comentarios:
Excelente análisis del tercer aniversario del asalto al capitolio. Un gran lectura
Gracias por su comentario.
Excelente reflexión. No cabe duda que el populismo, la destrucción de instituciones y de la democracia, es el cancer de los países que conforma LATAM.
Publicar un comentario