Consideren los siguientes puntos.
¿Cómo es posible que una mayoría prefiera negarse a los acuerdos que garantizan un cese de hostilidades, de enfrentamientos y de amenazas que han durado por cincuenta años?
¿Cómo se explica que sean las víctimas de masacres, desplazamientos, violaciones y despojos, las que han perdido a seres queridos y sus tierras; las que han puesto la sangre y la piel en los combates, las que más apoyaban los acuerdos y las propuestas de paz?
En la misma línea, ¿quién puede comprender que sean los sectores urbanos privilegiados, los que nunca han puesto un píe en zona de guerra, los que viven en un mundo blindado, a quienes les ha pasado la guerra por el lado, los que cambian el canal cuando se presentan noticias sobre el conflicto, los más opuestos a la paz y los que votaron por el NO?
¿Alguien me quiere decir por qué un líder tan desprestigiado como Uribe, con gran responsabilidad en los horrores del conflicto, el que habla de impunidad y de justicia, el mismo que sigue encandilando con su discurso falaz y de engaños, sea el que convocó y decidió el resultado del referéndum? Peor aún son sus seguidores que como loros repiten y avalan sus dictados, sin pensar, sin evaluar, sin reflexionar sobre las hondas repercusiones que pesan sobre el país?
El hecho de que ahora recaigan sobre la oposición las decisiones que se tomen y el rumbo de las negociaciones conlleva otra insensatez. ¿Son ellos los que van a definir la salida a este caos que ellos promovieron con sus sesgos ideológicos e intolerantes? Las consecuencias de esta determinación pueden ser no solo peligrosas e infructuosas, sino que atentan contra la legitimidad del gobierno y de las instituciones.
Curiosamente, uno de los puntos que exigen revisar es el de la distribución de la tierras y el que está en el centro del debate. Por supuesto, a los grandes terratenientes que componen un 2% de la población no les conviene una reforma territorial. Menos les interesa permitir que existan ideologías diferentes a los partidos tradicionales en los foros políticos. En últimas, los partidarios del NO, no sólo se oponen a los acuerdos de paz, sino a los cambios que representaban. Ellos dijeron No a la igualdad, a la justicia y a la reparación. No a la participación política de todos los sectores. No a la posibilidad de reconciliación y de convivencia y por supuesto No al enfoque de género, al que tanto le temen.
En tanto se define el rumbo del caos en que ha caído el país y el shock del que todavía no nos reponemos, recuerdo un pasaje de la novela Delirio de Laura Restrepo, en que el narrador profetizaba el aniquilamiento de Colombia del mapa terrestre:
Si no fuera por las bombas y las ráfagas de metralla que resuenan a distancia… juraría que este lugar llamado Colombia hace mucho dejó de existir.
Estamos al borde de que esta predicción se convierta en realidad. Es evidente que cada proceso de paz trunco desde los años ochenta ha traído mayor violencia y cada vez se incrementan los niveles de monstruosidad del conflicto. No quiero pensar en el desangre que se puede precipitar con el derrumbe de los acuerdos y la imposibilidad de lograr una renegociación. Sólo espero que me equivoque y que la racionalidad encuentre su cauce nuevamente, porque como precisa Foucault, cuando la locura se convierte en una forma de razón y de alguna manera adquiere un sentido dentro del campo de la razón, no se reconoce, y nos envuelve, nos distorsiona la realidad y nos conduce en masa hacia un proceso alarmante de deshumanización (Historia de la locura).
Citas
Foucault,
Michel. (1967). Historia de la locura en la época clásica.
México. Fondo de Cultura Económica.
Restrepo, Laura. Delirio.
Bogotá: Alfaguara, 2004.
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