El Presidente Belisario Betancur solía
iniciar sus discursos con una parábola.
Cuando un pájaro se posa en una rama no es ya el mismo pájaro ni la
misma rama, y si además, trina, entonces, ya no son ni el mismo pájaro, ni la
misma rama ni el mismo trino, porque ocurre una confluencia de factores que
inciden en la constante transformación: el devenir histórico. Esta parábola
servía para ilustrar las teorías del filósofo Heráclito sobre el fluido
constante que provenía del célebre aforismo, “Nadie se baña dos veces en un
mismo río”, y al que Belisario agregaba, “ni es el mismo hombre el que se baña
en él”.
Pienso en esta analogía para recordar a
Belisario Betancur, Presidente de Colombia durante los años 1982-1986, quien
falleció el 7 de diciembre pasado a la edad de 95 años. Son muchos los
recuerdos que afloran al rememorar los cuatro años en que fungí como redactora
de la Oficina de Prensa de la Presidencia. Cubrir su mandato día a día en mis
labores de periodista se convirtió en un aprendizaje intenso de vivencias que
me ha tomado el resto de mi vida decantar y comprender. Yo viví junto con Belisario un período de la
historia de Colombia pleno de acciones funestas. Es una época que se recuerda
con resquemor. Fue el tiempo del surgimiento de grupos guerrilleros, de la consolidación
del narcotráfico; del incremento de secuestros, atentados y extorsiones;
una época de confrontaciones entre
gobierno, militares y empresarios. Fue cuando ocurrió el Holocausto del Palacio
de Justicia, la encrucijada que rompió la historia del país en dos, y el que
marcaría el recrudecimiento de la violencia que azotó al país en las siguientes
tres décadas.
Yo reclamo justicia para Belisario. Él debe ser recordado como el presidente que
concibió el primer proceso de paz inteligente y justo, Su concepto de paz abordaba
las “causas objetivas y subjetivas de la subversión”. Tantas veces lo dijo, y
yo lo he venido a comprender con el proceso de paz reciente, en el que
finalmente se aplicó este concepto. En
esa época Belisario no fue comprendido, como tampoco su proceso, y los
“enemigos agazapados de la paz”, frase célebre
de Otto Morales Benítez, menos aun, cuando muchas
fuerzas oscuras se empeñaron en obstruir e impedir que se consolidara el
proceso de paz.
Pienso que sobre Belisario recayó el peor
castigo: ser testigo viviente durante tres décadas de la degeneración del
proceso que él inició, en uno de desangre y horror. ¿Sería un castigo por su
soberbia al no confrontar la verdad de lo ocurrido en el Palacio de Justicia?
Su empeño en asumir una responsabilidad que no le correspondía fue mayor que el
compromiso con la verdad. No poder aceptar que los Militares lo despojaron de
su poder como primer mandatario y lo tomaron como rehén para hacerse cargo de
la situación que culminó en una carnicería, al final del cual lo devolvieron al poder. Haber asumido esa responsabilidad
era preferible a revelar la verdad: la debilidad de las instituciones
democráticas frente a un aparato de represión brutal. No creo que haya pasado un día de su vida en
esos treinta tres años en que este pensamiento no lo haya atormentado. Un
hombre recto, integro y honesto como fue Belisario debió haber sido martirizado
por ese secreto que nunca esclareció ante el país.[1]
Paradójicamente, la parábola del devenir
histórico cumple así su precepto. La culpa de Belisario no fue por haber tomado
las decisiones equivocadas en la toma del Palacio de Justicia, como muchos
creen. Fue por no haber enfrentado la verdad. Estoy convencida de que si el
país hubiera sabido la desmesura de la acción militar que se tomó el poder bajo
la dirección del entonces Ministro de Defensa, Miguel Vega Uribe, se habrían
conocido mucho antes las arbitrariedades que se cometieron durante la toma y
después de ella. Esto le daría al pueblo la posibilidad de juzgar a los
culpables, tanto a la guerrilla, como a los militares, las dos fuerzas
enfrentadas, y así se hubiera ahorrado mucho dolor. Quizás, este conocimiento
habría impedido la actuación subsecuente de las fuerzas armadas por fuera de
la ley y la consiguiente creación de los
paramilitares que se tomaron el destino del país en las siguientes décadas para
enfrentar a la vez a unas guerrillas fortalecidas como resultado de un proceso de paz trunco.
Es posible que con ese conocimiento se
hubiera juzgado a los culpables de uno y otro lado y se habrían tomado las medidas
para evitar que numerosos individuos indefensos cayeran como víctimas de horrendas
masacres a manos de uno y otro bando. Se
hubiera podido evitar que las maquinarias de los militares unidas a las
autodefensas cobraran tantas vidas bajo la supuesta excusa de luchar contra la
subversión con mecanismos ilegales y por métodos ilegítimos. Quizás la lucha
del narcotráfico no hubiera sido tan despiadada y sangrienta. Todo el conflicto
que degeneró en un Estado deslegitimado se hubiera evitado, o tal vez hubiera
sido menos cruento, si Belisario como presidente hubiera actuado con responsabilidad
ante el país para defender la legitimidad de las instituciones y aceptar que en
un momento crucial fue depuesto como el líder elegido democráticamente. En ese
sentido le cabe a Belisario la responsabilidad de haber alterado el devenir
histórico. Su famoso “pájaro, rama más trino” no cabe en este enunciado. El
pájaro que no trinó devino en un silencio cómplice y funesto.
Como hombre, como gobernante, como gestor
cultural, sin embargo, honro hoy
homenaje a su memoria. Que en paz descanse Belisario.
[1] La verdad sobre la toma del poder durante el Holocausto del
Palacio de Justicia se encuentra consignada por mi testimonio en los libros, Palacio sin máscara, de Germán Castro
Caycedo y en mi novela, Espiral de
silencios.
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