sábado, 8 de diciembre de 2018

Pájaro más rama más trino: la parábola de Belisario



 Por Elvira Sánchez-Blake


El Presidente Belisario Betancur solía iniciar sus discursos con una parábola.  Cuando un pájaro se posa en una rama no es ya el mismo pájaro ni la misma rama, y si además, trina, entonces, ya no son ni el mismo pájaro, ni la misma rama ni el mismo trino, porque ocurre una confluencia de factores que inciden en la constante transformación: el devenir histórico. Esta parábola servía para ilustrar las teorías del filósofo Heráclito sobre el fluido constante que provenía del célebre aforismo, “Nadie se baña dos veces en un mismo río”, y al que Belisario agregaba, “ni es el mismo hombre el que se baña en él”.

Pienso en esta analogía para recordar a Belisario Betancur, Presidente de Colombia durante los años 1982-1986, quien falleció el 7 de diciembre pasado a la edad de 95 años. Son muchos los recuerdos que afloran al rememorar los cuatro años en que fungí como redactora de la Oficina de Prensa de la Presidencia. Cubrir su mandato día a día en mis labores de periodista se convirtió en un aprendizaje intenso de vivencias que me ha tomado el resto de mi vida decantar y comprender.  Yo viví junto con Belisario un período de la historia de Colombia pleno de acciones funestas. Es una época que se recuerda con resquemor. Fue el tiempo del surgimiento de grupos guerrilleros, de la consolidación del narcotráfico; del incremento de secuestros, atentados  y extorsiones;  una época de confrontaciones entre gobierno, militares y empresarios. Fue cuando ocurrió el Holocausto del Palacio de Justicia, la encrucijada que rompió la historia del país en dos, y el que marcaría el recrudecimiento de la violencia que azotó al país en las siguientes tres décadas.

Yo reclamo justicia para Belisario.  Él debe ser recordado como el presidente que concibió el primer proceso de paz inteligente y justo, Su concepto de paz abordaba las “causas objetivas y subjetivas de la subversión”. Tantas veces lo dijo, y yo lo he venido a comprender con el proceso de paz reciente, en el que finalmente se aplicó este concepto.  En esa época Belisario no fue comprendido, como tampoco su proceso, y los “enemigos agazapados de la paz”, frase célebre de Otto Morales Benítez, menos aun,  cuando muchas fuerzas oscuras se empeñaron en obstruir e impedir que se consolidara el proceso de paz.

Pienso que sobre Belisario recayó el peor castigo: ser testigo viviente durante tres décadas de la degeneración del proceso que él inició, en uno de desangre y horror. ¿Sería un castigo por su soberbia al no confrontar la verdad de lo ocurrido en el Palacio de Justicia? Su empeño en asumir una responsabilidad que no le correspondía fue mayor que el compromiso con la verdad. No poder aceptar que los Militares lo despojaron de su poder como primer mandatario y lo tomaron como rehén para hacerse cargo de la situación que culminó en una carnicería, al final del cual lo devolvieron al poder.  Haber asumido esa responsabilidad era preferible a revelar la verdad: la debilidad de las instituciones democráticas frente a un aparato de represión brutal.  No creo que haya pasado un día de su vida en esos treinta tres años en que este pensamiento no lo haya atormentado. Un hombre recto, integro y honesto como fue  Belisario debió haber sido martirizado por ese secreto que nunca esclareció ante el país.[1]

Paradójicamente, la parábola del devenir histórico cumple así su precepto. La culpa de Belisario no fue por haber tomado las decisiones equivocadas en la toma del Palacio de Justicia, como muchos creen. Fue por no haber enfrentado la verdad. Estoy convencida de que si el país hubiera sabido la desmesura de la acción militar que se tomó el poder bajo la dirección del entonces Ministro de Defensa, Miguel Vega Uribe, se habrían conocido mucho antes las arbitrariedades que se cometieron durante la toma y después de ella. Esto le daría al pueblo la posibilidad de juzgar a los culpables, tanto a la guerrilla, como a los militares, las dos fuerzas enfrentadas, y así se hubiera ahorrado mucho dolor. Quizás, este conocimiento habría impedido la actuación subsecuente de las fuerzas armadas por fuera de la ley y la consiguiente  creación de los paramilitares que se tomaron el destino del país en las siguientes décadas para enfrentar a la vez a unas guerrillas fortalecidas como resultado de un  proceso de paz trunco.

Es posible que con ese conocimiento se hubiera juzgado a los culpables de uno y otro lado y se habrían tomado las medidas para evitar que numerosos individuos indefensos cayeran como víctimas de horrendas masacres a manos de uno  y otro bando. Se hubiera podido evitar que las maquinarias de los militares unidas a las autodefensas cobraran tantas vidas bajo la supuesta excusa de luchar contra la subversión con mecanismos ilegales y por métodos ilegítimos. Quizás la lucha del narcotráfico no hubiera sido tan despiadada y sangrienta. Todo el conflicto que degeneró en un Estado deslegitimado se hubiera evitado, o tal vez hubiera sido menos cruento, si Belisario como presidente hubiera actuado con responsabilidad ante el país para defender la legitimidad de las instituciones y aceptar que en un momento crucial fue depuesto como el líder elegido democráticamente. En ese sentido le cabe a Belisario la responsabilidad de haber alterado el devenir histórico. Su famoso “pájaro, rama más trino” no cabe en este enunciado. El pájaro que no trinó devino en un silencio cómplice y funesto. 

Como hombre, como gobernante, como gestor cultural, sin embargo,  honro hoy homenaje a su memoria. Que en paz descanse Belisario.


[1] La verdad sobre la toma del poder durante el Holocausto del Palacio de Justicia se encuentra consignada por mi testimonio en los libros, Palacio sin máscara, de Germán Castro Caycedo y en mi novela, Espiral de silencios.

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