lunes, 1 de diciembre de 2025

Encuentro con Hipatía de Alejandría

 

Hipatía de Alejandría (Fragmento Travesía)

14 de marzo de 415 

La guía que había conocido la noche anterior en la cena nos condujo hasta un ascensor. Nos dirigíamos a la primera excursión del Crucero: Alejandría, tour por la ciudad histórica. Apenas conteníamos la emoción de encontrarnos en este lugar mítico y maravilloso. 

Cuando se abrió la puerta, entraron ocho personas.  La Guía me hizo señas de esperar el próximo turno porque el cupo estaba completo. Mi esposo hizo ademán de salir, pero la joven lo frenó con una frase amable, «no se preocupe señor».

 Me miró con una sonrisa y me dijo:

Ahora empieza su aventura. Esta la tiene que hacer usted sola.

Intenté preguntarle a qué aventura se refería, pero ella se mantuvo en silencio mientras me llevaba hacia otro ascensor al fondo del vestíbulo. Nos paramos frente a una puerta de hierro pesada, y al abrirla, vi las rejas que se usaban en los ascensores del siglo veinte, en desuso desde hacía varias décadas.

La guía descorrió las pesadas rejas, me hizo entrar y pulsó unos números: 14-3-415 AD. Luego hizo lo mismo en una especie de control que llevaba en la mano. Yo no entendía nada. ¿Qué significaba 14-3-415 AD? La oscuridad y el silencio reinaron en el recinto. Experimenté una suerte de mareo por el movimiento inusual del aparato; sentí que atravesaba un pasadizo profundo y me desvanecí. Cuando recobré la conciencia se abrió la puerta y una luz intensa me cegó.

La visión se hizo más clara y me hallé ante un espectáculo asombroso. Frente mí se desplegaba un mundo como de película antigua. Columnas griegas monumentales y templos sin rastro de ruinas; una plaza empedrada en donde caminaban aldeanos vestidos con túnicas y carros halados por caballos. Hablaban una lengua desconocida. La guía que antes me había dejado en el ascensor apareció vestida con una túnica al estilo griego con la cabeza cubierta y me explicó:

Esta es su primera parada. Se encuentra en Alejandría el 14 de marzo del año 415. Conocerá a Hipatía. Estos audífonos le permitirán comunicarse en su idioma. Me entregó un control y dos dispositivos con un par de auriculares. Cada dispositivo tenía un control de canales que permitían elegir el idioma con traducción simultánea.

Aproveche la entrevista con Hipatía —prosiguió la guía—. Cuando termine, regrese a este punto y oprima este botón azul en el control, lo que me indicará que está lista para llevarla de regreso. No permita que se agote la batería, pues no hay forma de recargarla. Ah, retírese el reloj y las joyas; no deje ver nada que la identifique con su tiempo. Me examinó el rostro y me entregó un pañuelo húmedo para limpiar el poco maquillaje que llevaba. Luego me dio un paquete y me ordenó:

Póngase esta túnica con el manto sobre la cabeza y sujétese el cabello con esta pinza. Evite llamar la atención.

Obedecí. Me vestí con la túnica cruzada sobre el pecho y atada en la cintura con una faja. Luego cubrí mis cabellos con una especie de mantilla que caía sobre los hombros. Me sentí transportada a otra dimensión, como una estatua griega lista para una gran aventura.

La encontré sentada en el ágora frente a sus alumnos que la escuchaban embelesados. Me coloqué el aparato con los audífonos en las orejas y los cubrí con la mantilla lo mejor que pude. Mi piel cetrina y rasgos mestizos pasaron desapercibidos entre la congregación que rodeaba a la maestra. 

Hipatía de Alejandría 

    Hipatía hablaba despacio y con seguridad. Leía de un pliego de papiro que iba desenrollando poco a poco. Aunque no entendía nada de lo que decía esa mujer de mediana edad, me sorprendió la convicción de su voz firme y ademanes moderados. Vestía una túnica de color púrpura con un cordel amarrado a la cintura y llevaba una especie de manto que cubría uno de sus hombros y caía al descuido sobre su falda. Acomodé mis auriculares y pasé varios canales en el dispositivo de traducción hasta que encontré el número que me traía un lenguaje reconocible. Era griego antiguo.

Al principio era difícil comprender sus palabras porque el sistema de traducción no era preciso. Poco a poco me fui acostumbrando a su tono y a sus gestos, que decían más que las palabras. Lo que más me impresionaba era la concentración de sus estudiantes. El grupo estaba compuesto por unos diez jóvenes de tez oscura y dos jovencitas que parecían esconderse tras unas columnas. Cuando terminó de leer el pergamino, Hipatía mostró unos aparatos rudimentarios al tiempo que escribía sobre un lienzo con un estilete. Notaba que eran objetos curiosos para la audiencia. Hipatía hablaba de la unión entre materia y espíritu, trazando un paralelo del cuerpo y el alma. Identifiqué la grafía ψυχή, que recordé de mis cursos universitarios como “psiquis”.

Al término de la sesión, ella notó mi presencia. Tras el primer instante de perplejidad, me indicó con la mano que me acercara.

Me presenté con gestos y señalé hacia la costa, con la esperanza de que ella comprendiera que venía del otro lado del mar. Luego le mostré los audífonos y la animé a usar el dispositivo extra que llevaba conmigo. Ella lo miró con curiosidad sin saber qué hacer. Esperaba que aceptara el instrumento como algo novedoso y lo intentara. Le indiqué cómo ajustarlo en las orejas y comencé a hablarle.

This is an instrument to translate languages —dije. No pareció comprender, pero escuchaba el sonido que le llegaba a sus oídos.

Me miró sorprendida y en sus labios apareció una sonrisa. Le había hablado en inglés, obedeciendo al instinto de comunicarme en el idioma más reconocido en el mundo, pero ella pareció confundida.

Cambié los canales hasta encontrar español-griego y me apresuré a repetir: «Este es un instrumento traductor de lenguas». Hizo un gesto de asentimiento.

¿Cómo puede ser? La escucho y comprendo su lengua, aunque usted habla en otro idioma muy diferente. ¿Qué lengua es?

Me invadió la emoción al comprobar que el sistema funcionaba. Ella hablaba en griego y mi dispositivo lo traducía al español. Tendría que pensar mi respuesta para no delatarme. Era evidente que el español no estaba desarrollado todavía en el año 415. Lo más similar sería el latín.

Mi lengua deriva del latín. Vengo del otro lado del océano, donde se habla este idioma —respondí. Ella lo escuchó en la traducción simultánea al griego a través de sus audífonos.

Hipatía pasó de la primera sorpresa al asombro. Miró los audífonos con curiosidad y luego de ajustarlos de nuevo a sus orejas, me preguntó:

¿Y por qué ha venido?

He oído hablar mucho sobre Hipatía de Alejandría. Deseaba conocerla y conversar sobre sus experiencias.

¿Quién le habló de mí? ¿Cómo pueden saber sobre Hipatía en otras tierras más allá del mar si yo nunca he salido de mi pueblo?

Su fama se ha extendido por todo el orbe. Cuentan que Hipatía es una mujer con gran conocimiento sobre filosofía, ciencias, geometría y astronomía. ¿Es esto cierto?

Hipatía se sintió estimulada y comenzó a hablar:

Mi padre Teo, un gran filósofo y astrónomo me inició en la filosofía desde pequeña y tuve la fortuna de asistir a la academia bajo su protección. He dedicado mi vida a leer y a comprender cómo funcionan los astros, las formas geométricas y cómo se relacionan con la filosofía que nos viene de los antiguos sabios.

—¿Ha encontrado alguna barrera en su educación?

En realidad, mi padre y mi posición me han dado entrada a muchos foros que no son accesibles para mujeres. Sin embargo… —Hipatía miró hacia los lados y calló de repente.

Sin embargo… —la alenté a seguir.

¿Sabe? Es mejor que continuemos la conversación en otra parte —dijo, y se quitó los audífonos. Temí que las pilas se agotaran sin provecho.

Alejandría en la antigüedad

Le hice señas a Hipatía para que me entregara el dispositivo y lo apagué. Luego caminamos en silencio. Atravesamos calles angostas y senderos empedrados flanqueados por impresionantes columnas jónicas con capiteles que remataban en estatuas de mármol de diversos tamaños. La perfección de los detalles era asombrosa. Sin embargo, noté que la gente nos miraba con suspicacia. A pesar de mi intento por pasar desapercibida, mis rasgos llamaban la atención y unos hombres que parecían guardias por la armadura y los cascos espartanos, se fijaron en mí con extrema curiosidad. Hipatía apresuró el paso y me hizo señas para que me adelantara con prisa.

Por fortuna, no tardamos en llegar a su casa: una sólida construcción de piedra, con columnas robustas y capiteles de sobrio estilo dórico. La luz del la tarde despedía destellos sobre las vetas de mármol. En la entrada nos recibieron varias personas que se inclinaron ante Hipatía y yo la seguí un poco intimidada. Ella intercambió unas palabras con quienes parecían ser sus sirvientes. Eran muchachos jóvenes, de piel color aceituna y ojos de mirada profunda, que me miraban con desconcierto. Uno de ellos, con unos ojos vivaces, me preguntó algo que no entendí. Hipatía respondió por mí.

Nos sentamos en una amplia sala donde pude apreciar ánforas de diversos tamaños que decoraban la estancia. Al fondo divisé una serie de objetos: un aparato que semejaba un telescopio erguido hacia el cielo con un tipo de lente rudimentario, y una serie de instrumentos musicales de cuerdas. Pude identificar liras y cítaras como las que había visto en el museo arqueológico de Atenas. La sala se abría hacia un magnífico jardín rodeado de fuentes naturales y estatuas de las deidades del panteón griego. Los sirvientes nos ofrecieron una diversidad de viandas, incluyendo carnes, frutas secas, dátiles, higos y aceitunas. Hipatía se lavó las manos en una jofaina que le ofreció una joven y se las secó con una tela de algodón antes de coger un trozo de carne y vegetales con la mano. Yo la imité torpe en mis movimientos; recordé que esta tradición no se alejaba mucho de la que practican en Marruecos o en Etiopía.

Volví a acomodar los auriculares y ella hizo lo mismo. Reanudé la conversación.

Quisiera saber si hay obstáculos que se oponen al conocimiento.

Sí, las hay —respondió—. Desde que han entrado en vigor las sectas cristianas, sus sacerdotes se resisten a la investigación de los astros y las matemáticas. En nuestra tradición griega los dioses son afines al conocimiento. No hay oposición sobre el funcionamiento de los astros y las estrellas, y la filosofía se abre hacia todas las ciencias.

¿Y por qué se oponen las sectas cristianas? —inquirí.

Los cristianos son una secta derivada de los judíos que siguen a un profeta llamado Jesús. —Me hablaba como ilustrándome sobre algo que se insinuaba como novedad—. Ellos tienen una filosofía idealista que se basa en la creencia de un solo dios, al igual que los judíos. Y ahí es donde empieza la confusión. El dios de los judíos es también el de los cristianos. Sin embargo, ellos también creen que el profeta Jesús es hijo de Dios. Los cristianos católicos han propuesto que haya tres dioses en uno solo, lo que llaman trinidad, pero muchos no están de acuerdo. Esto ha creado disidencia entre ellos mismos.

Conozco algo de eso. Nunca se pondrán de acuerdo. ¿Qué pasa con los cristianos?

Bueno… —se quedó pensando y me miró con aprehensión.

¿Usted es cristiana?

La pregunta me tomó por sorpresa. Claro que soy cristiana y para colmo, católica, pensé, pero eso no se lo podía decir.

No se preocupe. Yo no vengo de parte de nadie. Mi interés es por usted y sus ideas.

Un poco más confiada, me confesó:

El obispo Cirilo ha prohibido que yo enseñe y que investigue. Me ha amenazado con despojarme de mis instrumentos y de mis códices. Yo le he tratado de explicar que no tengo ninguna animadversión con la figura de Cristo. La filosofía de Cristo es admirable. Él propone el amor como la base de su doctrina. Eso es maravilloso. El problema son sus seguidores, que tratan de imponer sus creencias a través del odio y la violencia.

Probó uno de los higos y continuó,

El asunto es muy complejo. Son los personajes como el obispo Cirilo, el máximo jerarca de la Iglesia cristiana, los que intentan demoler y destruir la herencia de los griegos. ¿No se da cuenta de que nuestros dioses han sido inspiración para el dios de los cristianos? Las deidades se revelan en la belleza de la naturaleza, en la inteligencia de los cuerpos celestes, en la maravilla del arte y en la búsqueda de la verdad. La divinidad está presente en la conjunción de materia y espíritu.

¿Y por qué se opone Cirilo?

Todo empezó cuando algunos de mis alumnos expusieron sus teorías sobre los astros y la concepción de que el sol no es un astro fijo en el cielo (Ouranos).

Me llamó la atención el uso de esa palabra, que reconocí por el nombre del planeta Uranio, referida al universo o firmamento en el sentido más extenso, lo que se conoce como morada espiritual.

—Intentamos demostrar con cálculos matemáticos la unión armónica de tierra y cielo en los sentidos natural y espiritual —prosiguió Hipatía—. Estamos investigando con instrumentos las relaciones de los astros con la tierra. Se quedó pensando y pareció temerosa de lo que diría a continuación,

Hay evidencias para presumir que el sol no es un ente estático, sino que tiene una órbita en forma de elipse, alrededor de la cual giran los planetas…, inclusive la tierra.

—Tiene mucho sentido —afirmé.

¿Usted cree? —preguntó sorprendida.

Claro que sí. Es la teoría heliocéntrica. Ha sido estudiada en muchos círculos de conocimiento. Recordé que Giacomo Bruno y Galileo fueron condenados por herejía siglos más tarde por exponer y probar estas mismas teorías.

No lo sabía —replicó, y sus ojos irradiaron súbito interés—. Quisiera saber más.

Lamenté mi falta de atención a los asuntos astrales, porque no me sentía capacitada para explicarle en términos científicos los postulados del heliocentrismo que ella anhelaba conocer. Así que proseguí por el lado que me interesaba.

¿Y por qué el obispo Cirilo se opone a estas teorías?

Según la secta cristiana, su dios es el único creador de todas las cosas. Nadie puede oponerse a la certidumbre de que él creó el mundo en siete días, incluyendo los astros, el cielo, las estrellas, las montañas y los mares. La posibilidad de que se demuestre que la tierra no es el centro del universo se convierte en herejía. Los romanos cristianos se apoderaron de esa palabra hairetikós, que originalmente significa “elegir”, para condenar a los que no creen en los dogmas impuestos como “verdades establecidas”. Es decir, que yo me encuentro en una situación delicada porque no me suscribo a estas “verdades”.

¿Qué piensa hacer? —No podía advertirle que debía huir, que saliera tan rápido como pudiera. El obispo Cirilo daría la orden de ejecutarla de la manera más atroz. ¿Cómo impedir lo que estaba segura de que iba a suceder? Las baterías empezaban a disminuir la carga y el sol descendía sobre el horizonte. Yo debía volver al barco antes del anochecer.

 
 En ese momento se oyeron ruidos. Uno de los sirvientes se asomó y le habló en susurro a Hipatía. Ella se alarmó y le dijo algo en respuesta. Traté de indagar qué ocurría, pero ella no dijo nada. Se apresuró a terminar de comer y me respondió con ansiedad contenida:

Seguiré dictando mis clases. Desde que murió mi padre he tenido que arreglármelas sola. El prefecto Orestes me protege y creo que él no permitiría que me pase nada. Pero también sé que los cristianos son implacables. Quieren imponer sus creencias en forma violenta. Lo cual contradice su doctrina basada en el amor. Al menos, eso fue lo que predicó el profeta nazareno. Hace un tiempo atacaron con violencia el Sarapeo, rompieron las estatuas, destrozaron el templo y todos sus haberes. Yo alcancé a salvar algunos códices, pero temí por mi vida.

¿La persiguen por ser mujer o por su conocimiento?

Los griegos admiran la sabiduría en todas sus formas. Las diosas del panteón griego están dotadas de fuerza y de sabiduría. Las ninfas, las náyades, las musas, aún las furias y las Moîrai.

Identifiqué la palabra “Moira” que se atribuye a las parcas o hilanderas que trazan el destino de la vida. Hipatía continuó:

Es cierto que en la vida diaria se les confina a las mujeres al hipogeo y al gineceo y a labores menores. En el caso de las nuevas creencias, el mandato es absoluto: las mujeres son las incitadoras a lo que ellos llaman “pecado”. Y se oponen a las leyes naturales del placer carnal. Algo con lo que no estoy de acuerdo.

Pero usted no tiene marido ni hijos? ¿Por qué no conformó un hogar?

Fue una decisión personal. Intento seguir las doctrinas que nos dejó Platón. Por eso he ofrecido mi vida a la búsqueda de conocimiento y de la verdad. Tampoco quiero estar ligada a un hombre que me controle o me someta a sus designios. Se puso de pie y afirmó con orgullo:

Soy dueña de mi saber y de mis decisiones.

Me miró en un tono de solidaridad al decir estas palabras, y agregó,

¿Usted me entiende?

Claro que sí. La entiendo y comparto su posición.

De pronto extrajo un pergamino de una especie de cofre y me lo dio. Lo examiné con cuidado sin entender de qué se trataba. Entonces, me explicó:

Es un volumen que estoy escribiendo. Es un estudio sobre el sol y la duración del año. Me baso en la teoría de que los planetas giran alrededor del sol. También me refiero al descubrimiento de la precesión de los equinoccios.

Miré con atención los pergaminos. No comprendía los signos griegos, pero pude captar algo de los diagramas que dibujaban los astros y el sol en el centro de ellos. Entonces recordé que El Libro III del Almagesto contenía un texto de Hipatía. No todo estaba perdido. Era su obra más reconocida y en la que dejó su huella en la historia.

Continúe escribiendo e investigando mientras pueda —le pedí, casi implorándole, con la certeza de que su tiempo se acababa.

Le devolví los pergaminos y ella se quedó mirándome con curiosidad.

Dígame cómo es que ha llegado hasta aquí sola, en una travesía por el mar. No se le ve cansada ni desgastada. ¿Cómo se arriesga a un viaje en una tierra en donde no sabe ni la lengua ni las costumbres? ¿Por qué conoce sobre las leyes de los astros que tanto hemos estudiado?

Me salvó el regreso del sirviente, quien se acercó y le dijo algo al oído. Me di cuenta de que era hora de partir.

¿Pasa algo? —me atreví a preguntar.

Son los parabolanos, la guardia armada del obispo Cirilo. Han advertido su presencia. Quieren saber quién es y qué hace aquí. Pueden ser muy violentos. Es mejor que se marche.

¿Cómo hago para regresar al puerto? Me espera el barco que zarpa esta noche.

¿A dónde? ¿Cuál es su próxima parada?

Por favor, ayúdeme a regresar al barco sin que lo adviertan los parabolanos.

Estas últimas palabras se oyeron recortadas. Las pilas se estaban agotando. Ella trató de responder, pero ya no la escuché.

En un último momento, hizo señas para pedirme conservar los audífonos. Supongo que esa invención maravillosa significaba mucho. Con gestos le indiqué de que no serían de mucha utilidad porque la pila se había agotado y no había forma de recargarla. Ella pareció comprender y se mostró muy agradecida e ilusionada con esa novedad. Al quitarnos los audífonos no nos pudimos comunicar más.

Adiós Hipatía —le hice un gesto de agradecimiento.

Ella se despojó de una especie de broche con la imagen en relieve de Platón. Me lo dio sin mediar palabra.

Lo tomé y le agradecí con un gesto y me marché de inmediato. Recorrí las vías de Alejandría hasta llegar a la plaza central. Allí se congregaban grupos de jóvenes y hombres que parloteaban en diferentes lenguas. No podía irme sin conocer la biblioteca de Alejandría. La busqué con la vista, pero temía extraviarme entre las sinuosas calles.

De pronto divisé a los guardias parabolanos que se giraron cuando me vieron. Se dispusieron a seguirme. Yo me cubrí el rostro y apresuré la marcha. Recordé las historias de estos hombres fanáticos, ignorantes y desalmados. Son los mismos en cualquier época: ciegos y violentos, seguidores de una causa que no entienden ni les importa, pero que les da una excusa para ejercer sus odios y mezquindades con sevicia. No podía aventurarme a correr la suerte de Hipatía. Noté que se acercaban los pasos y el sol se difuminaba tras las colinas. Había anochecido y me encontraba en un siglo donde no existía la electricidad ni las telecomunicaciones. Me invadió la desazón.

Gracias al faro de Alejandría que iluminaba desde la isla cercana al puerto, identifiqué el sitio de encuentro con la guía. Apresuré el paso, mientras me atropellaban los recuerdos del desenlace de Hipatía. Ella fue capturada por los parabolanos por mandato del Obispo Cirilo y condenada por herejía sin ningún juicio el 30 de marzo del año 415. La apresaron, torturaron y mataron de la manera más despiadada. Su cuerpo fue desmembrado para luego presentarlo como escarmiento de una mujer que se atrevió a contradecir el poder divino. El corazón me latía con intensidad. Si caía en manos de esos hombres, podría sufrir la misma suerte en una época y espacio que no eran los míos. Las luces del faro alumbraban el camino. Corrí hacia el muelle y en el proceso tomé el control y apreté el botón azul.




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