viernes, 16 de agosto de 2019

Recordando a víctimas del Terrorismo de Estado

Por Elvira Sánchez-Blake  

El vigésimo aniversario del crimen de Jaime Garzón ha abierto viejas heridas. Varias publicaciones han recordado a las víctimas del terrorismo de Estado de los años noventa, entre ellos a Garzón, este singular personaje que cautivó a los colombianos. Pero me pregunto, quién lo lee, a quién le importa. La sociedad colombiana vive adormecida, atacada por  la anomia, es decir, la pérdida de la capacidad de asombro ante hechos atroces.


    Con motivo de los 20 años del asesinato del humorista Jaime Garzón, varias publicaciones revelaron el resultado de investigaciones judiciales que arrojan luz sobre el Terrorismo de Estado que se propuso eliminar a los defensores de derechos humanos en los años noventa. Hoy se sabe que José Miguel Narváez fue quien dio la orden a Carlos Castaño para la ejecución de los crímenes de los ambientalistas del Cinep, Mario Calderón y Elsa Alvarado;  del penalista Eduardo Umaña Mendoza; del defensor de derechos humanos, Jesús María del Valle, y de Jaime Garzón.

    Todos esos crímenes ocurrieron entre 1997 y 1999, bajo el mismo esquema. Las víctimas eran defensores de derechos humanos y ambientales; miembros de Organizaciones no gubernamentales; denunciaban irregularidades de los poderosos y políticas corruptas.  Por estas razones fueron considerados objetivos militares y señalados por José Miguel Narváez en su lista negra. El esquema operaba de la siguiente forma. Narváez los denuncia ante la Brigada XIII del Ejército en donde el Coronel Jorge Eliecer Plazas Acevedo y el general Rito Alejo del Río, se encargan de hacer el seguimiento, organizar la operación y presentarla ante el jefe paramilitar, Carlos Castaño.  Este último da la orden a la Banda la Terraza, al mando de Don Berna y del Negro Elkin. Ellos organizan a los sicarios para que ejecuten la acción. El esquema contempla eliminar a los sicarios después de los operativos para no dejar huellas.  Luego, se desvían las investigaciones, con Mauricio Santoyo, comandante del Gaula en Medellín, a cargo de confundir las pesquisas de la Policía y de la Fiscalía con pistas falsas.

     En este esquema tan bien calculado no contaban con que Diego Murillo, alias Don Berna, fuera a confesar años más tarde los detalles del entramado.  Este paramilitar, quien era un alto mando y mano derecha de Castaño, se decidió a confesar ante el Tribunal de Justicia y Paz cómo funcionaban los operativos del terrorismo de estado. En la declaración que rindió el 13 de febrero de 2012, expone los operativos en cada uno de los casos.
    Con respecto al asesinato de los ambientalistas del Cinep, Mario Calderón y Elsa Alvarado,  asesinados el 19 de mayo de 1997, Don Berna declaró que el General Jorge Eliecer Plazas Acevedo había pasado la información a la Casa Castaño de que “los esposos Alvarado” (sic)  hacían parte de la estructura del ELN y eran los que manejaban la parte política y social. Entonces, “se tomó la decisión de trasladar a un grupo de la Banda La Terraza,  bajo el mando del Negro Elkin para ejecutarlos”[1]. Más adelante se supo que Narváez los señaló y pasó la información al organismo militar.

     Frente al homicidio del penalista Carlos Umaña, a quien mataron el 18 de abril de 1998, Don Berna dijo: “Esa orden no pasó por mí. La dio directamente el comandante Castaño. Pero todas las acciones que se ejecutaron fueron con el mismo modus operandi. Carlos Castaño adujo que el señor Umaña era parte de las estructuras del Eln y envió otro grupo a Bogotá. Allá contaron con el apoyo de algunos mandos militares” (...) En el caso concreto de la brigada de inteligencia donde estaba el coronel Plazas Acevedo. Estas personas se trasladan y ejecutan a Umaña en su residencia” (“Las confesiones de DB”).

     Sobre el defensor de derechos humanos, Jesús María del Valle, quien alertó sobre la catástrofe ambiental que causaría la represa Hidroituango,  Don Berna señaló que “Uno de los que incitó o le dijo a Carlos que había que asesinarlo fue el secretario de Gobierno de Antioquia de 1997, Pedro Juan Moreno”. Moreno fue el que le pidió a Castaño que matara a del Valle,  hecho que ocurrió el 27 de febrero de 1998. En este mismo crimen está implicado el que fuera gobernador de Antioquia, porque le molestó que del Valle denunciara las Convivir e investigara la masacre de El Aro (“Las confesiones de DB”).

     El último de esta serie de asesinatos correspondió a Jaime Garzón, el humorista y presentador de Televisión, quien pronosticó su propia muerte.  Don Berna declaró: “José Miguel Narváez llega con información de que Jaime Garzón no solo es facilitador de secuestros sino que hace parte de la estructura de las Farc, inclusive llega con una foto, en la cual Garzón esta con un fiyak o sea con una chaqueta camuflada, en una zona del Sumapaz, Carlos me dice que llame al negro Elkin que se dirija a hablar con él (sic), nos reunimos con el (...) Narváez se retira y Carlos dice que va a tomar la decisión de darlo de baja. Carlos (Castaño) explica ahí la necesidad de dar de baja hay Jaime Garzón, en la carpeta que deja el señor Narváez, donde se encuentra toda la información sobre él, que trabaja en una reconocida emisora de radio, que tiene un programa en la mañana, ellos viajan a Bogotá con la ayuda de inteligencia Militar.  Hacen el seguimiento y hasta que toman ... hasta que le dan de baja"[2]

     Don Berna fue claro en señalar a Narváez como miembro orgánico de las AUC, aseguró que tuvo oportunidad de conocerlo personalmente en el año 1997, época para la cual había mucha influencia por parte de miembros del Ejército, los cuales lo utilizaban como intermediario y era la persona que se encargaba de suministrar información sobre operativos contra las Autodefensas o personas que tuvieran vínculo con la guerrilla o la izquierda (“Nueva condena”).  Esta información es corroborada por Salvatore Mancuso, quien asegura: "Cuando llegaba información de personas prestantes como el doctor Narváez, normalmente se daba por cierta, porque él era un profesor de la Escuela Superior de Guerra y tenía acceso a información tan privilegiada; para nosotros era una información totalmente confirmada” (“Nueva condena”).
     Dichas  declaraciones confirman que Narváez fue determinante en la ejecución de esta serie de asesinatos. Fueron víctimas de la obsesión contra todo aquel a quien él consideraba “comunistas” en su imaginario. Es decir, a aquellos que hablaran de derechos humanos o ambientales, a los que pertenecieran o trabajaran con los afros, los indígenas, los campesinos; a los periodistas,  a los defensores de derechos LGBT y a las ONGs, a las que odiaba y tachaba de comunistas.
     Lo preocupante es que Narváez  es una persona educada. Estudió administración de empresas y economía en la Universidad Santo Tomás.  Luego obtuvo varios posgrados.  Fue catedrático en la  Universidad de la Sabana y en la Javeriana. Se familiarizó con las leyes y aprendió a manejarlas y a acomodarlas a su antojo. Su perfil psicológico lo describe como: "perspicaz y selectivo en la presentación de la información, para hacer énfasis en los relatos que le convienen a su defensa. Sabe que información omitir para no contradecirse (...) Es minucioso, meticuloso y exhaustivo”[3]. Es decir, un ser inteligente y obsesivo, que tuvo la suerte de aliarse con los poderosos que pensaban como él para un fin tenebroso.Según el diagnóstico de la Fiscalía, “la trayectoria profesional de Narváez sugiere un profundo interés por la academia y el conocimiento, así como una excepcional capacidad para capturar y dominar información sobre otras disciplinas como la seguridad, la defensa y el derecho”. En los años noventa comenzó a asesorar militares, y por este medio a paramilitares. Según las declaraciones de varios mandos, se le conocía como “el profesor” (“Lo que había en la mente…”)
     Narváez se convirtió en instructor del centro de entrenamiento paramilitar, la 21 (La Acuarela). Este centro  se conocía como el cuartel general de las autodefensas en tierras del Urabá Antioqueño.  Una de las cátedras se llamaba “Por qué es lícito matar comunistas”. Sus estudiantes se convertirían años más tarde en los peores asesinos de las filas paramilitares. Incluso algunos de ellos han dicho que “el profesor era demasiado radical”.  En sus clases y escritos señalaba que a la subversión había que cortarle la cabeza. Los objetivos no debían ser los campamentos guerrilleros, sino los ideólogos que propagaban la doctrina en la que se afianzaba la subversión.
     En junio de 1997 Narváez publicó el texto "Guerra política como concepto de guerra integral", en el tomo 2 de la revista Inteligencia Militar. En este texto esboza su teoría de que el Estado no había ganado la guerra contra la "subversión" por enfocarse en los actores armados, y no en su brazo político. Un aparte del texto resume la filosofía de Narváez:
    "El trabajo de la subversión desarmada ha logrado en el proceso colombiano  de conflicto interno más resultados en contra del Estado como un todo, que el trabajo del ente subversivo cargado de fusiles y ametralladoras. Es aquí donde se encuentra el verdadero centro del conflicto" (...) "Sin declaratoria de guerra, sin ubicación perfecta de los delincuentes infiltrados   y enmascarados entre el común de la gente, aparece en nuestro medio como un cáncer sin diagnosticar plenamente, la amenaza de la subversión política" (“Lo que había en la mente...”).

    Es bajo esta premisa que desencadenó la serie de asesinatos como parte de un plan criminal sistemático y generalizado contra defensores de derechos humanos en los años noventa. La serie de asesinatos se inició con Mario Calderón y Elsa Alvarado (en la que cayó también el padre de esta sin tener nada que ver), continuó con Jesús María del Valle, Eduardo Umaña Mendoza y culminó con Jaime Garzón.

     El fallo que condenó a Jesús Miguel Narváez por parte de la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá como determinante en el crimen de Garzón (no en los otros crímenes todavía), permite establecer “la existencia de un aparato organizado de poder con participación de las más altas esferas del Estado, que planificó y ordenó el asesinato del defensor de derechos humanos a través de la Banda La Terraza, y posteriormente desvió por años la investigación judicial”[4].

    Llama la atención que Narváez continuó su camino sin ninguna alteración y llegó a ser el subdirector del DAS en la primera década del año dos mil bajo el mandato de Uribe. Narváez se encargó de las chuzadas del DAS para identificar a todo aquel que mostrara oposición al gobierno. Además fundó el organismo de inteligencia G3 dentro del esquema de la persecución a aquellos “no afines al gobierno de turno”.  Según el informe de la Sala Penal del Tribunal,  “el terrorismo de Estado bajo la dirección de José Miguel Narváez, se concretó en la utilización del poder del Estado para intimidar, para sabotear, para destruir, para generar pánico entre sus objetivos”[5]

Narváez fue finalmente  acusado, aunque su caso sigue en curso por las interposiciones de funcionarios tan ejemplares como el exprocurador Alejandro Ordóñez. Pero, lo preocupante es que tuvo tiempo, recursos y apoyo para instruir y capacitar a muchos en las premisas de su ideología.  Son ellos los que continúan el legado de señalar, perseguir, ultimar y  asesinar a líderes sociales y a los defensores de derechos de cualquier tipo.  Son tantos seres a nuestro alrededor a los que se les niegan los derechos: los de los inmigrantes venezolanos (¡qué fastidio verlos en las calles con su prole de hijos!); de los indígenas y campesinos en zonas de cultivos ilícitos (eliminémoslos con glifosato); de los  líderes y lideresas que trabajan por la consolidación del acuerdo de paz (izquierdozos, guerrilleros); de los periodistas en zonas rurales que denuncian a los agentes armados que aterrorizan las poblaciones (aliados de la subversión); de los religiosos que claman por el cese al derramamiento de sangre (vendidos al comunismo). Son estos, los que perpetúan el terrorismo sistemático que mantiene el Estado, porque al fin y al cabo son los mismos que lo instauraron,  que lo continuaron y que siguen manteniéndolo en el poder.


Referencias

[1] “Las confesiones de Don Berna”. El Espectador. Sept 7, 2015. https://www.elespectador.com/noticias/judicial/confesiones-de-don-berna-articulo-584537

[2] Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, “Nueva condena contra Narváez es un retroceso para la verdad sobre el asesinato de Jaime Garzón.” Julio 26, 2019.  https://www.colectivodeabogados.org/?Nueva-condena-contra-Narvaez-es-un-retroceso-para-la-verdad-sobre-el-asesinato

[3] Revista Semana. Narváez: “Lo que había en la mente del asesino de Garzón”.  Agosto 13, 2019. https://www.semana.com/nacion/multimedia/crimen-de-jaime-garzon-narvaez-lo-que-habia-en-la-mente-del-asesino/579625

[4] Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, “Nueva condena contra Narváez es un retroceso para la verdad sobre el asesinato de Jaime Garzón.” Julio 26, 2019. ghttps://www.colectivodeabogados.org/?Nueva-condena-contra-Narvaez-es-un-retroceso-para-la-verdad-sobre-el-asesinato


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