domingo, 20 de mayo de 2018

Se extiende epidemia de matanzas en escuelas de EEUU


Otro tiroteo en una escuela, esta vez en Santa Fe, Texas. Lo más sorprendente no es el hecho en sí, sino la normalización de este suceso.  Ni siquiera ocupa un lugar prominente en las noticias. Está en segunda página opacada por  los grandes titulares y fotos destacadas de la boda real en Inglaterra. A quién le importa si esto sucede todos los días. ¿Solo diez muertos? No es nada. Entre los comentarios de la noticia se destaca que "el problema no son las armas, sino la falta de religión". Por lo tanto, se debe incrementar la enseñanza de religión en las escuelas, y fortalecer la seguridad con maestros armados y mayores cámaras de vigilancia. Estas son las grandes medidas para prevenir lo que ahora se ha convertido en una epidemia en este país: las matanzas en colegios.  Es como una enfermedad contagiosa que se extiende por todo el territorio, cada vez con mayor alcance y sin medidas de prevención.

Las noticias hablan de cifras, este es el atentado número 22 ocurrido en escuelas de EEUU hasta la fecha en el 2018.  En cada uno de ellos hay seres humanos, en la mayoría de casos, niños, adolescentes y maestros. Los victimarios obedecen a un perfil: muchachos jóvenes, desajustados, aficionados a las redes sociales, con acceso a armas de alto calibre en sus propias casas o a comprarlas en sus tiendas de barrio. No son sujetos adeptos a una ideología o un grupo político. No son personas con escasos recursos ni con pasado delictivos (en su mayoría). Son jóvenes que tienen acceso a educación, a salud y a bienestar y que sufren los desequilibrios propios de la adolescencia: familias disfuncionales, desadaptación social, acoso y manoteo (bullyin).  Todas esas facetas la enfrentan la mayoría de adolescentes en todo el mundo. La diferencia en EEUU es el acceso indiscriminado y absoluto a las armas de alto calibre y de largo alcance y la cultura de armas que se ha apoderado de este país.

Emma González, la estudiante activista de Parkland pronunció una frase que me conmovió profundamente: "The right to bear arms should not outweigh the right to life".  El derecho a portar armas no debería tener más peso que el derecho a la vida.  Pero, esto no es cierto. Para los políticos de este país, corrompidos por el National Riffle Association hasta la médula, la vida pierde valor ante la posibilidad de enmendar cualquiera de las provisiones de la segunda norma de la Constitución que garantiza el porte de armas a los ciudadanos. Esta prerrogativa tan peculiar produce un orgullo mayor que la primera normativa, de la libertad de expresión y de cultos. Actualmente, la religión sirve como aval al derecho de portar armas. La Biblia es el estandarte que utilizan los del NRA y los políticos conservadores para convencer a sus adeptos de defender sus derechos inalienables.

La respuesta a la matanza de la escuela de Parkland en febrero trajo una luz de esperanza cuando un grupo de adolescentes sobrevivientes se apoderó de los medios y lanzó una acometida sin precedentes para pedir restricción de armas. Los muchachos se convirtieron en líderes y modelos al enfrentar a los miembros del congreso, a los del NRA y a los políticos con un mensaje claro: queremos regulaciones que restrinjan las armas y otorguen garantías de seguridad en las escuelas. Sus slogans hicieron mella en la ciudadanía, "Never again. No more prayers, more gun laws". Las marchas por la vida que se desplegaron por todo el país reunieron miles de adeptos en cada lugar. Yo fui uno de ellos. Las manifestaciones fueron acicate para despertar conciencia en una ciudadanía que sin importar ideologías políticas, ve con horror, cómo los niños de este país sucumben ante masacres sin sentido. Sin embargo, tres meses después, las voces de estos manifestantes se han apagado y los congresistas siguen arrodillados ante el NRA. Nada ha cambiado.  El gobernador de Florida pasó una medida que permite armar a los maestros del estado y una petición para incrementar la edad para comprar armas de largo alcance, a los 21 años. ¡Gran cosa!

Vivimos en la sociedad del absurdo. Algo que tiene una lógica elemental, prohibir y censurar la venta de armas, así como restringir el porte de armas y la producción de las mismas. No es una medida  ideológica, es ante todo racional y lógica. Y los políticos que le infunden religión a la segunda enmienda constitucional, debería recordar que Thou shall not Kill es la ley número uno de la religión cristiana. Es hora de dejar de utilizar la religión como acicate de sus políticas infames. Las consignas que utilizan como banderas: "Las armas no matan, son la gente los que matan", "El problema no son las armas, sino la falta de religión", son tan maniqueas como la contradicción que encierran.


LAS ARMAS  SÍ MATAN, 
El PROBLEMA SON LAS ARMAS, 
NO LA FALTA DE RELIGION.

Elvira Sánchez-Blake

domingo, 13 de mayo de 2018

En homenaje a mi madre





Hoy se celebra el día de la madre. Esta es una fiesta que tiene un fin comercial y de mercadeo, pero también sirve como excusa para homenajear a nuestras madres, abuelas y familiares.  Hoy quiero recordar a mi madre, el ser que representa esa ancla fundamental en mi formación y personalidad. Mi vida y quien soy está marcada por la mujer que me engendró, me dio a luz, me crió, me amamantó, me nutrió durante toda su existencia con apoyo, seguridad, bondad, amor incondicional y comprensión. Tengo el privilegio de afirmar que tuve una madre (y padre) excelentes, con una relación de amor y respeto, en donde no hay sombras ni resentimientos. Todo lo que puedo recordar de los seres que me dieron la vida es belleza, bondad, apoyo y generosidad.


Agradezco a la vida haber estado presente el día de su deceso y los días que lo precedieron. La tarde de su partida, ella me pidió que le cantara la canción, "Azul" antes de dormir.  Había pasado mala noche por la tos que le impedía relajarse, y deseaba dormir. "Solo quiero dormir", me dijo, y me pidió la canción. "Azul" es realmente el nombre que le pusimos a la adaptación que  entonábamos en el colegio para las misas, pero en realidad, el título original de esa pieza es "Mañana de Carnaval", una Bossa Nova del brasilero Luiz Bonfá. Después de cantarle muy quedamente, ella se quedó dormida y por fin dejó de toser.  Esa noche ella ya no despertó, o si lo hizo, fue muy brevemente. La neumonía le había atacado de nuevo con toda su potencia y cuando dejó de toser fue porque se había presentado la falla respiratoria.  A la madrugada, ella se apagó como una vela con sus hijos y algunos de sus nietos a su alrededor. No sufrió. La vimos expirar y en cierta manera, fue un alivio. Ya no tendría más dolor.


Mamita descansó fiel a sus principios, a la vida plena que vivió dentro de sus valores morales y cristianos, tal como ella los creyó y los interpretó.  Hace ocho años ella se liberó del peso de la vida.  Hoy me siento en el deber de continuar hacia el futuro, asumiendo con  entereza el ejemplo y las enseñanzas de este ser tan maravilloso que la vida me dio como MADRE, en toda su dimensión.

Mi madre representa ahora ese estado de perfección que se alcanza en una vida de armonía, por lo que ella encarnó, nutrió y creó a partir de sí misma como ser humano. No es sólo lo que ella dio como mujer, esposa, madre, hija y amiga, fue su proyección a través de todo lo que fue. Somos sus hijos, sus nietos, los amigos y conocidos, que recibieron de ella ese nutriente fundamental de la simiente constitutiva de belleza y de bondad.  Mamita fue eso, “creadora”, el árbol madre que provee la semilla y la esparce a su alrededor para que crezcan y florezcan con frutos diversos que se multiplican a su vez con la simiente nueva y fecunda.  Mamita no ha muerto, pervive y se proyecta con su energía de árbol de la luz que no perece porque su magnetismo permanece en nosotros, sus receptores y generadores de nuevas descendencias. Tenemos el compromiso de ser portadores de su energía y nutrientes de la semilla que se regenera en cada ciclo. Mamita está presente en nosotros en su estado espiritual, cualquiera que sea el nombre que le demos, en esa Nirvana, estado de perfección o en el Paraíso espiritual, un estado de equilibrio espiritual que ella alcanzó en toda sus formas y que nos impulsa a seguir existiendo para transmitir ese legado de armonía que ella instituyó en cada uno de nosotros y en nuestra descendencia.


 Después de este día feliz,

Yo sé que otro día vendrá.
En nuestra mañana
tan bello final
Queremos decir a Dios:
Cantará el corazón
La razón del vivir
Cantará sin hablar
al decir....






Descansa en paz Mamita.

Elvira Sánchez Rueda







jueves, 8 de marzo de 2018

A propósito del día de la Mujer



 Esta fecha no es para felicitarnos unas a otras por el hecho de haber nacido mujer.  En cambio, nos ofrece un espacio para reflexionar sobre los avances pero también sobre el camino que falta por recorrer en materia de derechos y oportunidades para las mujeres.





Celebremos los logros alcanzados en materia de oportunidades, acceso a educación, posiciones laborales, a estamentos económicos y políticos. Esto en sí es un logro si comparamos con las limitaciones de nuestras madres y abuelas. Celebremos el derecho al voto (En Colombia se ganó en 1958). El derecho a entrar a la universidad, a tener títulos de propiedad (ganado en  los sesentas). La prerrogativa de no estar sujetas a padres, maridos o hermanos para gozar de una estabilidad económica. Todo esto, chicas, es reciente.  Celebremos que nuestras hijas y nietas no tendrán que verse sometidas por las imposiciones sociales y religiosas que impiden un desarrollo integral. Ellas tienen acceso  a decidir sobre su propia vida,  a escoger su pareja y el momento de tener hijos o no tenerlos; a elegir sus carreras y a ser independientes y autosuficientes. Celebremos que nuestra generación tuvo acceso a la educación gracias al camino arduo que recorrieron nuestras antecesoras.

Pero, también, reconsideremos todo el camino que falta por recorrer. En muchas culturas todavía las mujeres están sometidas a sistemas que las obligan a cubrir su rostro y a negar su  cuerpo. Muchas todavía no pueden acceder ni a una mínima educación, mientras el sistema privilegia que sus hermanos sí la tengan. Son demasiadas las mujeres que son vendidas o tranzadas en matrimonios forzados en edades tempranas para asegurar  una descendencia y después, condenadas de por vida a cuidar a sus hijos, maridos y familiares cercanos.  La mayoría de ellas  sepultaron esperanzas de surgir en algún oficio y a desarrollar sus talentos. Pero la economía del cuidado las liga de por vida a “cuidar”, “atender”, “criar” y a negar ambiciones y proyectos.  No vayamos muy lejos. En Colombia la educación básica de la mujer rural cubre apenas un 15% de la población y cero en la educación superior. Las campesinas se ven forzadas a trabajar en labores extremadamente arduas en el campo y a jornadas extras en el cuidado de la familia, mientras el salario lo reciben los hombres. Todo se cobija bajo el rubro del “bienestar familiar”, que muchas veces se gasta en licor o en otras actividades licenciosas. Ellas no tienen voz ni voto en estas decisiones, así como tampoco en el de la titulación de tierras. Muchas víctimas de la violencia que perdieron a sus maridos descubren con horror que no pueden reclamar títulos de propiedad por el hecho de ser mujeres.

En otras latitudes, las mujeres todavía están sujetas a procedimientos ignominiosos para asegurar la honra o son consideradas “impuras” durante la menstruación y deben someterse a prácticas inhumanas. Todo esto con el aval de mandatos legales y religiosos que están por encima de los derechos humanos. Los abusos sexuales que deben soportar una gran mayoría de mujeres a todo nivel son una práctica normalizada por la sociedad que hasta ahora se está considerando como un delito. Por primera vez hay leyes que denuncian las violaciones y los acosos sexuales, pero en la mayoría de los casos impera la ley del silencio a riesgo de que las víctimas sean tachadas de mentirosas,  deshonradas o histéricas. El movimiento #Metoo está revelando la  monstruosa estructura que ha mancillado por siglos la dignidad de las mujeres.

Un delito tan nefasto como el feminicidio está comenzando a ser considerado como tal tras siglos de imperar incólume en la sociedad. En guerras y conflictos armados, los hombres son las principales víctimas de asesinatos, pero las mujeres llevan la peor parte, la de ser laceradas en su cuerpo con violaciones y ataques contra su intimidad, dejando huellas más atroces que la misma muerte.  “Los hombres hacen la guerra, pero las mujeres cargamos con ella”, dice María Teresa Arizabaleta, una de las promotoras del voto en Colombia, quien a sus 85 años enarbola las consignas de la lucha por los derechos fundamentales de la mujer.

Por supuesto, hay que tener cuidado con las generalizaciones.  Porque hay también mujeres que abusan de sus propias congéneres.  Son las que utilizan sus atributos “femeninos” para explotar a los hombres con el fin de obtener privilegios, alcanzar posiciones o beneficios económicos  sin merecerlos. Hay también las que utilizan el poder para enarbolar las mismas armas del sistema dominante masculino con el fin de oprimir, rebajar  y denigrar a otras en posiciones inferiores. No hay nada más despreciable que las mujeres en cargos políticos con posibilidad de influir legislaciones, cuyas agendas se dirigen en contra de las propias mujeres en asuntos como derechos reproductivos o acceso a derechos fundamentales.  Estas no tienen perdón de Dios.

Y líbrame señor de las que utilizan la religión para calar en el fondo de las conciencias con el fin de perpetuar los sometimientos a las normas creadas por hombres y para hombres por los siglos de los siglos.  Pero también, hay que tener cuidado de no caer en los fanatismos de las que utilizan la retórica feminista para crear exclusiones y discriminar por cuestiones banales. Ese es el peligro de un discurso mal manejado.

Hoy, día de la mujer, celebremos los derechos adquiridos;  sigamos luchando por acceder a los no alcanzados; no cesemos en la búsqueda de que estos derechos cubran a la raza humana, de una manera integral y totalizante.  Pregonemos la dignidad humana dentro de la diferencia.

Elvira Sánchez-Blake