lunes, 18 de julio de 2016

Perdón con verdad (Elvira Sánchez-Blake)



¿Cómo lograr la paz en un país donde todos somos víctimas y victimarios?

Constanza Turbay Cote, la única sobreviviente de la familia Turbay asesinada por las FARC,  sorprendió al país cuando declaró que estaba dispuesta a perdonar a los asesinos de su familia si se conocía la verdad sobre los autores del crimen.  Este ofrecimiento hizo tambalear a los círculos sociales en su momento, 2013, cuando se iniciaban las conversaciones de paz en La Habana.  Ahora, cuando la firma de paz es una realidad, vale la pena recapacitar sobre lo que lo que significa el perdón en casos donde la insensatez supera los límites de la racionalidad.

Muchos aseguran que el asesinato de la familia Turbay fue una retaliación por los abusos que el clan de los Turbay cometió durante años de cacicazgo político en la región del Caquetá. Toda la familia Turbay, incluyendo el Presidente Julio César, los hijos, primos, sobrinos, hermanos y demás, ocuparon cargos de gran envergadura en la política de los años setenta, ochenta y noventa. Muchos de ellos tuvieron un protagonismo positivo y otros, muy negativo. Sin duda, muchas elucubraciones podrían hacerse sobre este asunto.

En el caso de Constanza, su afirmación de perdón sentó un precedente para lo que significa hoy la paz en Colombia. En una carta publicada en el año 2014 ella expresó,

"La solicitud de perdón sincero de ‘Iván Márquez’ cambió el escenario de víctimas y victimarios al de este nuevo comienzo, que pone en nuestras manos la enorme responsabilidad de edificar la paz. La decisión de perdonar es un acto personal en el que cada quien determina si toma el camino de la magnanimidad o el del abismo de los odios".

Esta magnanimidad de Constanza es difícil de entender, aún por personas cercanas a ella, pero yo que la conocí desde la infancia, puedo comprenderla y apoyarla con la esperanza de que otros sigan su ejemplo en las circunstancias que vive Colombia.

¿Recuerdas Constanza?
Cuando nos conocimos éramos tiernas e inocentes. Vivíamos en el mismo barrio y asistíamos al mismo colegio.  Su personalidad extrovertida me enseñó a confrontar miedos e inseguridades, a conquistar espacios y a construir cimientos que forjaron un destino.

Constituíamos un grupo de amigas, del cual Constanza era el polo magnético. Todas la rodeábamos en las buenas y en las malas. Nuestros devaneos eran tan inofensivos y divertidos que la Madre Lucía, nos bautizó Las duendes.


Recuerdo su apartamento de la noventa y dos. Estaba ubicado en un sitio elegante de Bogotá y este se convirtió en nuestro refugio para reuniones de adolescentes. A veces estudiábamos las odiadas matemáticas, pero la mayoría  de las veces, charlábamos, cocinábamos, hacíamos pegas a los admirados, ensayábamos vestidos y peinados de moda. De vez en cuando leíamos textos o poemas que nos caían y nos llamaban la atención y los comentábamos. Constanza tenía más experiencia y exposición a un mundo cultural rico y amplio por la vida política que la rodeaba y por los viajes y medio ambiente a que se encontraba expuesta por su familia.

Era una dicha aprovechar las giras de sus padres dedicados a la política, para hacernos cargo de la libertad incipiente que nos permitía liberarnos de la vigilancia adulta. Las amigas aprovechábamos para pedir permiso de quedarnos en su casa con la disculpa de estudiar para hacer travesuras inocentes.  Una noche, mientras estudiábamos trigonometría, nos comimos entre la dos una tartaleta entera que su mamá tenía reservada para una celebración. No me acuerdo cuál fue el castigo, pero sí conservo el delicioso sabor de la torta en mi memoria.

Pero no todo era travesura. Aprendimos a enfrentar desafíos académicos, como aquella vez que trabajamos intensamente en el análisis del Quijote. Para Constanza no era un simple trabajo escolar, era un reto que pretendía desmoronar la actitud desafiante de la profesora sobre nuestras capacidades intelectuales. En este trabajo Constanza me enseñó a pensar, no sólo a copiar o memorizar, como se acostumbraba en los métodos pedagógicos de la época.  Con Constanza descollábamos también en reflexiones filosóficas y en las competencias verbales. Ella se expresaba mejor que todas nosotras, podía mantener una conversación adulta sobre temas variados, noticias de actualidad, cultura, arte, literatura. Contrario al resto de adolescentes, ella se sabía comportar como adulta en una reunión o ante un público.

Mis padres y mi abuelita la adoraban. A pesar de las diferencias ideológicas y políticas de nuestras familias, mi padre sentía una admiración y un cariño especial por esta amiga mía, que aparecía en cualquier momento por la casa. En forma espontánea y con la mayor naturalidad se ponía a hablar con él sobre los temas del día. Un día se atrevió a pedirle apoyo para la causa política de su tío Julio César.  Mi papá, conservador y acérrimo opositor de la corriente que su tío representaba, le giró un cheque sin titubear.  Mi abuelita la veneraba porque Constanza llegaba con flores para ella y  le pedía que le enseñara a preparar el postre delicioso que había probado en el almuerzo. Mi mamá se sorprendía de que Constanza le pidiera un poco de Vic Vapor Rub para fregarse los ojos porque al día siguiente tenía que llorarle a la profe de biología para que le subiera la nota de un examen. Curiosamente, nunca reprocharon sus actitudes. En Constanza todo era aceptado.

Nos graduamos del colegio y comenzamos la vida universitaria con sus sabores y sinsabores. En esos años Julio César Turbay, era el candidato más opcionado a la presidencia. Una vez Constanza me invitó a que la acompañara a Neiva a la campaña electoral. Esa vez me enfrenté al complejo mundo de la política. Fue la primera vez que asistí a una rueda de prensa, y aún me acuerdo cómo me imbuí en la fascinación de ese entorno y lo que representaba. No sabía que pocos años más adelante, trabajaría en la oficina de prensa de la Presidencia de la República.

Y así fuimos creciendo y madurando y tasando los desafíos que cifraron nuestros respectivos caminos.  En ese proceso yo adquirí conciencia de que los retos que enfrentaba Constanza eran mucho más difíciles que los míos. Por pertenecer a su familia, que con la presidencia de Turbay se convirtió en el centro de todo el escenario político, mi amiga debía enfrentar los odios y ofensivas de quienes estaba en el lado opuesto de su vertiente política. Ella me comentaba acerca de las agresiones que recibía en la universidad por parte de profesores y compañeros. Su familia comenzó a ser blanco de amenazas y ataques personales. En un momento dado se fue dificultando ponerse en contacto con ella. A pesar de que ella se apartaba de la política, no podía excluirse de este mundo y este comenzó a envolverla y a aprisionarla. Ella empezó a viajar para tomar distancia y poco a poco perdimos contacto y nuestras vidas se bifurcaron.

¿En qué momento se desvaneció la dicha? ¿En qué instante el sino del infortunio se posó sobre la vida de Constanza?  Primero fue la muerte de Diana Turbay, secuestrada por la guerrilla y asesinada en el cruce de fuego cuando el ejército intentaba un rescate. La tragedia de Rodrigo Turbay, su hermano, muerto en cautiverio después de dos años secuestrado por parte de las FARC. Y después, lo peor,  la masacre imperdonable de su hermano Diego, junto con su madre en una campaña por la paz.

Constanza, la única de la familia que no se involucró en política, la más viva e inteligente, la líder, la que presagiaba el futuro más brillante, fue la víctima de una de las peores tragedias de la guerra en Colombia. No importa de qué bando, de qué ideología, de qué sector político. Ella quedó sola, desamparada, en medio del dolor más profundo. Sola y desamparada porque su duelo no le permitió construir una permanencia ni una prolongación de su estirpe. En una entrevista reciente dijo que con ella culmina la dinastía de los Turbay. Y yo me pregunto,  ¿en qué recodo de la vida se implantó el oprobio de la insensatez?

El gesto que ha asumido Constanza de perdonar a los agresores de su familia es doblemente significativo. Sienta el precedente de que el perdón puede ser posible en este país donde la cadena interminable de venganzas vengando venganzas no puede continuar impasible. Pero, en ese perdón hay una exigencia, la de la verdad. Conocer y denunciar la verdad es el ingrediente fundamental para que víctimas y victimarios puedan conciliar, convivir y en el proceso, reconstruir desde los cimientos la posibilidad de una país en paz.




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