jueves, 15 de diciembre de 2016

Repudio contra el Feminicidio (Elvira Sánchez-Blake)

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Uno de los hechos que más ha conmovido a la ciudadanía colombiana es el atroz asesinato, de la niña Yuliana Samboní luego de ser abusada sexualmente y torturada el pasado 4 de diciembre en Bogotá. Este es un acto que se suma a los feminicidios que ocurren con frecuencia no solo en Colombia, sino en toda Latinoamérica, como algo naturalizado y a veces condonado por la misma sociedad. En este caso específico llama la atención que el criminal fuera un individuo de la alta sociedad bogotana, profesional, miembro de una familia reconocida, y que la niña, fuera una menor de apenas siete años de origen humilde, hija de una familia desplazada de la zona indígena del Cauca. Este panorama revela una radiografía de la sociedad colombiana y de lo que representa en términos de injusticia, vulnerabilidad e impotencia.

La ciudadanía se ha movilizado en este caso con demandas de justicia y castigo contra el culpable. Las investigaciones han sugerido una cadena de redes  de comercio sexual detrás de este suceso. Los miembros de la clase alta se han rasgado las vestiduras tratando de comprender y de justificar al asesino sin mucho éxito. No hay nada que lo justifique, pero sorprende cuántas veces aparece en las noticias las menciones de su educación en el ilustre Gimnasio Campestre, el grado de arquitecto en la Pontificia Universidad Javeriana, y su vivienda en los Altos de Chapinero. Las redes sociales inundan el ciberespacio con indignación, pero también con comentarios sobre la pobre familia del inculpado y cómo afecta a sus allegados su deplorable actuación.

La verdad es que este crimen su suma a los muchos que ocurren diariamente en muchas partes, de los cuales no se sabe porque no circulan en los medios ni en las redes. Son parte de la naturalización de la violencia contra la mujer, así como lo son el abuso sexual, el maltrato doméstico, las agresiones y violaciones que hacen parte de la vida diaria. Refleja también la normalización del poder entre clases sociales y el cisma que existe entre las mismas.  No hace más de un mes ocurrió otro caso deplorable en Buga, el asesinato de Dora Lidia Galves, una empleada doméstica de 44 años, quien fue encontrada moribunda tras ser agredida sexualmente, empalada y quemada. La mujer permaneció viva todavía por tres semanas debatiéndose entre la vida y la muerte. Finalmente falleció el pasado 30 de noviembre.  ¿Qué puede ser más brutal que esto? El director de Medicina Legal, quien desmintió las acusaciones de violación y tortura, dictaminó la causa de la muerte por un aneurisma. Esto demuestra la inconsciencia y falta de sensibilidad total de una jerarquía social que trasciende más allá de las leyes y de la justicia para encubrir a los autores materiales, lo cual perpetúa la impunidad y la sevicia.

El feminicidio es una figura que nos recuerda los crímenes que se iniciaron en Ciudad Juárez en 1993, como una ofensiva contra las mujeres que trabajaban en maquiladoras. Estos crímenes se caracterizaron por la brutalidad con que los cuerpos eran mutilados y agredidos después de ser violados y torturados. Detrás de esto había todo una ofensiva de amedrentar a las mujeres que se atrevían a salir de sus roles tradicionales para trabajar en la industria manufacturera. Esta modalidad se extendió hacia Centroamérica como una peste. Amnistía Internacional ha reportado que por lo menos mil mujeres mueren anualmente como resultado de asesinatos atroces y de abuso sexual. ¿Por qué sucede esto? Las investigadoras sobre este tema están de acuerdo en que la razón “simplemente porque son mujeres," es suficiente.  El feminicidio busca ejercer control, disciplinar y domesticar el cuerpo de las mujeres y doblegar su comportamiento para ajustarlo a los requerimientos del sistema de poder patriarcal.

Este fenómeno se asocia con los movimientos en contra de todas las “ideologías de género” y de las políticas encaminadas a atender las necesidades de las mujeres vulnerables como se vio en el proceso de negociación del acuerdo de paz en Colombia. Es increíble que el mentado enfoque de género que aparecían en los puntos del Acuerdo fuera causa de consternación y de debate, más intenso aún que el de los de penalización de los miembros de las FARC. Carlos Andrés Duque se pregunta, 

¿A qué temen realmente los conservadores colombianos cuando denuncian la amenaza contra la “familia natural”? En el fondo, temen la igualdad. Temen la confrontación de las jerarquías y los privilegios sexuales y genéricos que ha detentado desde tiempos inmemoriales el binarismo tradicional patriarcal occidental. En el fondo saben que cuestionar la figura de hombre (y mujer), implica también desestabilizar el lugar de poder del hombre-blanco-propietario-heterosexual y en consecuencia el lugar de subalternidad de la mujer, del afro, del indígena, del gay y la lesbiana." 

En el caso del asesino de Yuliana, se perpetua este modelo, el de un hombre de clase alta, quien actuó desde su posición de poder,  y de la inmunidad que pareciera envolver a los miembros de su estrato social.

El asesinato de Yuliana se ha convertido en punto de debate y ojalá este sirva para poner sobre el tapete todas las formas de violencia y maltrato hacia la mujer; las agresiones físicas y psicológicas que en su mayoría son cometidos por sus propios compañeros y familiares. También, es relevante despertar conciencia sobre las múltiples formas de violencia que se generaron como parte  del conflicto armado en Colombia. Es indudable que el cuerpo de las mujeres ha sido uno de los puntos más vulnerables de agresión por parte de todos los bandos. Es verdad que los hombres eran el objetivo militar principal, pero las mujeres pagaban con su cuerpo como botín de guerra.  Recuerdo una entrevista en que la mujer me resumió su historia en tres frases. “A mí me mataron a mi marido y a mi hijo, luego me violaron y encima tuve que salir desplazada.” Es decir, que el castigo sobre los hombres es la muerte, pero en las mujeres la pena capital se ejerce sobre su cuerpo y su intimidad.

La figura de feminicidio fue reconocido como delito en Colombia en el 2015. Esto representa un avance a nivel legal, pero ojalá no sea solamente una figura, sino que los culpables sean reconocidos, castigados y penalizados con todo el peso de la ley.  En ocasiones como esta desearía que existiera la pena capital en Colombia. No hay ningún castigo suficiente para un crimen tan horrendo como el de Yuliana.

Referencias

Rubio, Mauricio. “Caspa, malcriado y clasista”. El Espectador. 14 dic, 2016.

Duque, Carlos Andrés. "Apuntes sobre feminicidios, sociedad patriarcal e "ideología de género".
Palabras al margen.  14 dic, 2016.

Pietro-Carrón, M,  Thomson M, y Macdonald, M.  "No more killings. Women respond to femicides in Central America." Gender and Development. Vol. 15. N. 1, March, 2007.

“Medicina legal resuelve misterio en el caso de Dora Lilia Galvez”. Revista Semana.


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