martes, 15 de enero de 2019

Los secretos de Espiral de Silencios/Spiral of Silence

Por Elvira Sánchez-Blake

            El 15 de enero salió al mercado la traducción de la novela Espiral de Silencios, editada por Curbstone books, una filial de Northwestern UP. La traducción estuvo a cargo de Lorena Terando, profesora de traducción e interpretación de de la Universidad de Wisconsin en Milwaukee. El prólogo lo escribió mi consejera mentora y amiga de Cornell University, Debra Castillo.

            El proceso de escribir y publicar esta novela primero en español y luego en su traducción al inglés ha sido un inmenso desafío durante años de labor, agonías y sacrificios, pero también me ha generado grandes satisfacciones. Todo el proceso ha contribuido a crecimiento interior y madurez intelectual. 
Todo empezó una tarde de 1993 cuando me reuní con una compañera de la Universidad del Valle donde tomaba un curso sobre género y literatura. Mi compañera me había pedido algún tipo de ayuda con un texto que estudiábamos.  Fue así como la invité a mi apartamento para conversar.  Como parte de la discusión del texto que nos ocupaba surgieron anécdotas de su vida.  Yo quise saber más y ella me contó su historia. Esa noche la recuerdo como una experiencia de gran intensidad. Al calor de una jarra de agua de panela María Isabel Giraldo me contó la historia dramática de su vida como militante de un grupo guerrillero y su lucha por sobrevivir en medio de los avatares de ser madre, guerrera y activista. Esa noche, ella también me entregó una carta dirigida a su hijo Miguel. Me pidió  que se la guardara. Miguel había nacido en la cárcel cuando ella tenía apenas quince años. El niño le fue sustraído de su lado con la pretensión de que no se admitían bebés en una prisión. Cuando ella salió amnistiada nunca lo pudo encontrar. Su búsqueda incesante la llevó a ser parte de el ELN y a convertirse en luchadora y activista.  En los últimos tiempos había desertado del grupo guerrillero y se encontraba huyendo por amenazas de muerte.  Después de esa noche nos vimos un par de veces en clase, pero al poco tiempo ya no regresó.  Lo que pasó después fue desconcertante. Ella no terminó el curso ni la volví a ver.  La busqué a través de contactos comunes y nadie supo darme razón. Simplemente desapareció. Yo me quedé con la carta a su hijo que en realidad es un poema: 
Yo madre cósmica
los alimenté con fuego
para luego abandonarlos 
en una tierra promisoria
en donde por ser se paga un precio,
el precio de la muerte.

            “Yo madre cósmica los amamanté con fuego”, se convirtió en  un aliciente. “Para luego abandonarlos en una tierra promisoria, donde por ser se paga un precio…” fue un estímulo… “El precio de la muerte” fue un compromiso con la petición de esta mujer. Tal vez no encontraría a su hijo. Quizás ella pagó el precio de la muerte.  Sin embargo, pensé que podría redimirla haciendo público su testimonio. Pero este proceso tomaría muchos años todavía.
Más adelante, durante el estudio de doctorado en literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell, empecé a buscar textos sobre la participación de la mujer en el conflicto colombiano.  Mi idea era establecer un paralelo entre la experiencia femenina en la violencia con otros testimonios latinoamericanos.  Ante la ausencia de obras que registraran narrativas de la mujer en medio de la violencia en Colombia mi alternativa fue recoger yo misma estos testimonios. Dada mi experiencia como periodista en las técnicas de reportaje y entrevista, empecé la tarea de buscar contactos con mujeres que estuvieran dispuestas a contar su historia.
Inés fue mi primer contacto. Ella era una sobreviviente de la violencia de los años cincuenta que participó posteriormente como enlace del M-19. El día que la conocí me llamó la atención el tapiz llamado “Mujer” que destacaba en su almacén de artesanías. En ese tapiz se cifraba su vida. La expresión hábilmente lograda en la figura del telar reflejaba cómo las torceduras de la vida han moldeado la mujer que era ella. Luego, conocí a María Eugenia Vásquez, una excombatiente del M-19, quien estuvo dispuesta a contarme su historia.  En ese momento María Eugenia  se encontraba escribiendo su libro  “Escrito para no morir: Bitácora de una militancia”. Tuve la oportunidad de leer varias versiones del mismo en mi tentativa de comprender y analizar las razones de su militancia. María Eugenia me contactó con otra compañeras y pude conocer a fondo las razones y motivaciones de las militantes de grupos revolucionarios desmovilizados.
Estas historias constituyeron una sección de mi disertación y de mi libro, Patria se escribe con sangre, publicado por la editorial Anthropos en el año 2000. Una de las consecuencias inesperadas de la experiencia de recolección de testimonios y análisis de las historias de la mujer en la violencia, me ocurrió en una forma de síntesis existencial. Algunas de las entrevistas con desmovilizadas no pudieron ser registradas y otras quedaron por fuera porque no se ajustaban a los requerimientos académicos.  La historia de María Isabel seguía rondando, pero no tenía una grabación, ni siquiera notas. Solo la carta que ella me dejó. Todos este tiempo de recolección de testimonios con mujeres que tenían experiencias similares me traían de nuevo su imagen. Me sorprendí recordando pasajes de esta historia y buscando cauces para poderla materializar. No podía hacerlo desde el testimonio puesto que era una historia inconclusa y  por carecer de herramientas etnográficas.
Decidí entonces escribirla en forma de novela. La uní con otras historias y empecé a tejer una ficción alrededor de los testimonios de historias de vida que había conocido y recolectado.  El resultado es la novela Espiral de silencios. Tres voces femeninas condensan sus historias inscritas en eventos históricos que parten de la década de los ochenta y se proyectan hasta comienzos del dos mil. En ellas se narran las historias de un paramilitar, un guerrillero y un sicario, hijos de la misma mujer. Las tres voces femeninas entretejen sus historias alrededor de la lucha entre estos bandos en el escenario de un pueblo antioqueño.  Al final las mujeres se unen para detener la guerra bajo las consignas ¡No más guerra, no más odio, no más sangre!”.  Esta idea nació como reconocimiento a los movimientos de mujeres por la paz que surgen en varias regiones de Colombia.
La novela es en suma un reflejo de la historia de Colombia reciente en busca de alternativas de paz desde una perspectiva femenina. Las historias que se narran son basadas en hechos y personajes reales. La protagonista, Mariate, se basa en María Isabel, la mujer que me contó su historia una noche al calor de una agua de panela. Yo me atreví a darle cuerpo y materialidad como una forma de redención y de expiación a través de la reconstrucción de su memoria y de su inscripción como forma de supervivencia. En cierta forma, me sentí portadora de una historia que en cierta forma redime la memoria de una mujer que no sobrevivió para contarla. La novela contiene además la carta a su hijo en forma de poema.
Pero la historia también recoge ecos de los testimonios de Inés, de María Eugenia y de las mujeres que participaron en las entrevistas recolectadas para mi proyecto académico.  Las historias se tejen como el tapiz de Inés en una sola figura que representa a todas y en forma alegórica “a una mujer emergiendo de las llamas del infierno contorsionada por el dolor. Los brazos extendidos hacia el cielo  intentan alcanzar las nubes donde se asoman querubines celestiales que le tienden la mano” (Espiral 161). El tejido aparece como eje de significación y como metáfora fundamental de la novela. Las tres voces narrativas se tejen a lo largo de la novela en forma discursiva para unirse al final en la causa que las une. El tejido como alegoría representa a la vez las iniciativas de mujeres que a través del bordado, el tejido, las cochas y los textiles, han plasmado sus memorias y sus retos por la supervivencia a lo largo y ancho del país en la búsqueda de paz y de estabilidad.
Espiral de silencios también se inspiró en las iniciativas de mujeres que emergían a principios del dos mil y que tenían como fin resistirse a la guerra en regiones afectadas por la violencia. Estas iniciativas fueron tomando fuerza y adquiriendo poder político hasta constituirse en una de los promotores del proceso de paz que se han consolidado actualmente en Colombia. Las organizaciones de mujeres se unen para denunciar y oponerse a los grupos armados de todas las vertientes políticas: insurgentes revolucionarios, grupos paramilitares, militares y estatales, para reivindicar los derechos humanos de la sociedad civil.  Sus acciones generan confianza y solidaridad de organizaciones campesinas, indígenas, afrodescendientes, de desplazados, de víctimas, de familiares de víctimas de secuestrados y desaparecidos.
Estoy convencida de que la literatura posee una magia y una clarividencia. Mi novela profetiza la fuerza de las mujeres que desde el principio del milenio han crecido y fortalecido la lucha de las organizaciones por la reivindicación de los derechos fundamentales.  Varias de estas organizaciones como La Ruta Pacífica de  las Mujeres  se han consolidado como un movimiento que influyó notablemente en las negociaciones de paz. Sus consignas, La Paz Haremos, Ni un peso ni un paso para la guerra, No parimos para la guerra, complementan las arengas de la novela: No más guerra, no más odio, no más sangre, como un clamor colectivo para detener la guerra.
            Por último, la novela es también mi propio testimonio como portadora de un secreto de gran trascendencia. Como periodista de la Oficina de prensa de la Presidencia, tuve la oportunidad de ser testigo inmediato de varios acontecimientos históricos que marcaron la historia del país. Uno de ellos fue la toma del Palacio de Justicia y su posterior holocausto. No solo viví los acontecimientos en primera fila, sino que presencié la usurpación de poder de los militares al presidente Belisario Betancur el 6 de noviembre de 1985.  He contado esta historia en varios foros, publicaciones y entrevistas, pero siempre ha sido puesta en tela de juicio. Esto me ha llevado a considerar las múltiples facetas de la verdad. Porque la verdad es elusiva y porosa y depende de la intención de quién la dice.  El impacto que este evento tuvo en mi propia existencia lo resumo en palabras de una de mis personajes, Norma:
Yo me hacía la que no comprendía nada, pero en el fondo comprendí muchas verdades. Me di cuenta de la farsa en que vivíamos: la vulnerabilidad del estado y la falacia de democracia que nos ufanábamos de poseer. Yo que hasta ese momento prefería no saber ni entender, ese día ante la magnitud de lo ocurrido, abrí los ojos ante una realidad inconmesurable: ese 6 de noviembre el país vivió una de las tragedias más grandes de su historia, que marcaría el fin de un proyecto de paz y el principio de una era inexorable de violencia (Espiral 98).
Al escribir mi propia versión de los hechos he podido revelar esta verdad como un secreto a voces. No importa cómo se lea o cómo se interprete. El secreto ha sido develado por medio de la ficción.  De la misma manera, en la novela cuento otros episodios que tuvieron un impacto fundamental como la toma de la Embajada de República Dominicana  y el robo de armas del Cantón Norte por parte del M-19;  el nacimiento del movimiento MAS que precedió a los paramilitares, el principio de la era de terror de Pablo Escobar, así como otros eventos decisivos de la década de los ochenta.  Mi deseo utópico es que la coyuntura actual después de la  firma de paz le dé la oportunidad al país de emerger de las cenizas y contrariar la condena en la que pareciéramos  naufragar sin esperanza, y que la resume una personaje de mi novela:
"Señorita,  no está viendo nada nuevo.  Yo llevo años viendo la misma
guerra en diferentes épocas. Es como una mala película que repiten cada
veinte años con nuevos actores, cada vez más sanguinarios" (Espiral 150).
Así, salpicado de verdad, ficción, reflexión y un toque de esperanza, Espiral de silencios condensa los eventos que desencadenaron la violencia del fin de siglo y principios del milenio. La novela como totalidad permite una reflexión sobre la historia y la ficción y provee una forma de comprender los efectos de la historia individual en la colectividad de la nación.  
La traducción
La traducción de la novela al inglés también ha experimentado un proceso largo y complejo. Lorena Terando se comprometió a traducirla después de leer la novela en el año 2011. Yo la había conocido en el 2000, cuando ella era estudiante graduada en SUNY Binghamton.  Ella estaba buscando traducir autoras colombianas para su proyecto doctoral. Yo le recomendé el libro de María Eugenia Vásquez y este se convirtió en su proyecto de grado y en un libro de mucho éxito editorial. En el momento en que se encargó de mi novela, Lorena era profesora de traducción e interpretación de la Universidad de Wisconsin en Milwakee. Actualmente es la jefa de la Facultad. A Lorena le debo la pasión que puso en la traducción, y el esfuerzo en encontrar la editorial que la publicó.
La traducción contó con el apoyo de mi profesor y mentor, Jonathan Tittler, a quien estoy por siempre en deuda. Debra Castillo aceptó la tarea de escribir el prólogo, el cual enmarca la novela en las circunstancias históricas y le da el contexto al proceso de escritura desde sus primeros pasos. Por último, en todo el transcurso de escribir la novela, primero en español y luego en inglés, estuvo a mi lado mi compañero de vida, Roberto. Tras bambalinas su consejo y acierto han sido fundamentales. Roberto estuvo pendiente desde el comienzo de que la versión en inglés conservara el tono y el estilo del original. El postscript en inglés fue de su autoría principalmente, por el cual estoy eternamente agradecida.
Spiral of Silence es en suma, un conjunto de muchos factores que convergen en esta realización. Doy gracias a todos los que apoyaron, intervinieron e hicieron posible esta publicación.
La novela se puede ordenar en este enlace:












sábado, 8 de diciembre de 2018

Pájaro más rama más trino: la parábola de Belisario



 Por Elvira Sánchez-Blake


El Presidente Belisario Betancur solía iniciar sus discursos con una parábola.  Cuando un pájaro se posa en una rama no es ya el mismo pájaro ni la misma rama, y si además, trina, entonces, ya no son ni el mismo pájaro, ni la misma rama ni el mismo trino, porque ocurre una confluencia de factores que inciden en la constante transformación: el devenir histórico. Esta parábola servía para ilustrar las teorías del filósofo Heráclito sobre el fluido constante que provenía del célebre aforismo, “Nadie se baña dos veces en un mismo río”, y al que Belisario agregaba, “ni es el mismo hombre el que se baña en él”.

Pienso en esta analogía para recordar a Belisario Betancur, Presidente de Colombia durante los años 1982-1986, quien falleció el 7 de diciembre pasado a la edad de 95 años. Son muchos los recuerdos que afloran al rememorar los cuatro años en que fungí como redactora de la Oficina de Prensa de la Presidencia. Cubrir su mandato día a día en mis labores de periodista se convirtió en un aprendizaje intenso de vivencias que me ha tomado el resto de mi vida decantar y comprender.  Yo viví junto con Belisario un período de la historia de Colombia pleno de acciones funestas. Es una época que se recuerda con resquemor. Fue el tiempo del surgimiento de grupos guerrilleros, de la consolidación del narcotráfico; del incremento de secuestros, atentados  y extorsiones;  una época de confrontaciones entre gobierno, militares y empresarios. Fue cuando ocurrió el Holocausto del Palacio de Justicia, la encrucijada que rompió la historia del país en dos, y el que marcaría el recrudecimiento de la violencia que azotó al país en las siguientes tres décadas.

Yo reclamo justicia para Belisario.  Él debe ser recordado como el presidente que concibió el primer proceso de paz inteligente y justo, Su concepto de paz abordaba las “causas objetivas y subjetivas de la subversión”. Tantas veces lo dijo, y yo lo he venido a comprender con el proceso de paz reciente, en el que finalmente se aplicó este concepto.  En esa época Belisario no fue comprendido, como tampoco su proceso, y los “enemigos agazapados de la paz”, frase célebre de Otto Morales Benítez, menos aun,  cuando muchas fuerzas oscuras se empeñaron en obstruir e impedir que se consolidara el proceso de paz.

Pienso que sobre Belisario recayó el peor castigo: ser testigo viviente durante tres décadas de la degeneración del proceso que él inició, en uno de desangre y horror. ¿Sería un castigo por su soberbia al no confrontar la verdad de lo ocurrido en el Palacio de Justicia? Su empeño en asumir una responsabilidad que no le correspondía fue mayor que el compromiso con la verdad. No poder aceptar que los Militares lo despojaron de su poder como primer mandatario y lo tomaron como rehén para hacerse cargo de la situación que culminó en una carnicería, al final del cual lo devolvieron al poder.  Haber asumido esa responsabilidad era preferible a revelar la verdad: la debilidad de las instituciones democráticas frente a un aparato de represión brutal.  No creo que haya pasado un día de su vida en esos treinta tres años en que este pensamiento no lo haya atormentado. Un hombre recto, integro y honesto como fue  Belisario debió haber sido martirizado por ese secreto que nunca esclareció ante el país.[1]

Paradójicamente, la parábola del devenir histórico cumple así su precepto. La culpa de Belisario no fue por haber tomado las decisiones equivocadas en la toma del Palacio de Justicia, como muchos creen. Fue por no haber enfrentado la verdad. Estoy convencida de que si el país hubiera sabido la desmesura de la acción militar que se tomó el poder bajo la dirección del entonces Ministro de Defensa, Miguel Vega Uribe, se habrían conocido mucho antes las arbitrariedades que se cometieron durante la toma y después de ella. Esto le daría al pueblo la posibilidad de juzgar a los culpables, tanto a la guerrilla, como a los militares, las dos fuerzas enfrentadas, y así se hubiera ahorrado mucho dolor. Quizás, este conocimiento habría impedido la actuación subsecuente de las fuerzas armadas por fuera de la ley y la consiguiente  creación de los paramilitares que se tomaron el destino del país en las siguientes décadas para enfrentar a la vez a unas guerrillas fortalecidas como resultado de un  proceso de paz trunco.

Es posible que con ese conocimiento se hubiera juzgado a los culpables de uno y otro lado y se habrían tomado las medidas para evitar que numerosos individuos indefensos cayeran como víctimas de horrendas masacres a manos de uno  y otro bando. Se hubiera podido evitar que las maquinarias de los militares unidas a las autodefensas cobraran tantas vidas bajo la supuesta excusa de luchar contra la subversión con mecanismos ilegales y por métodos ilegítimos. Quizás la lucha del narcotráfico no hubiera sido tan despiadada y sangrienta. Todo el conflicto que degeneró en un Estado deslegitimado se hubiera evitado, o tal vez hubiera sido menos cruento, si Belisario como presidente hubiera actuado con responsabilidad ante el país para defender la legitimidad de las instituciones y aceptar que en un momento crucial fue depuesto como el líder elegido democráticamente. En ese sentido le cabe a Belisario la responsabilidad de haber alterado el devenir histórico. Su famoso “pájaro, rama más trino” no cabe en este enunciado. El pájaro que no trinó devino en un silencio cómplice y funesto. 

Como hombre, como gobernante, como gestor cultural, sin embargo,  honro hoy homenaje a su memoria. Que en paz descanse Belisario.


[1] La verdad sobre la toma del poder durante el Holocausto del Palacio de Justicia se encuentra consignada por mi testimonio en los libros, Palacio sin máscara, de Germán Castro Caycedo y en mi novela, Espiral de silencios.

lunes, 15 de octubre de 2018

Sobre violencia sexual en la era del #Metoo



 En su artículo de la revista The Nation, “When Women Get Mad”, Katha Pollit  se pregunta, por qué los hombres siguen siendo los dueños del mundo pese a que las mujeres han conquistado espacios en todas las esferas. La respuesta no la atribuye Pollit a la violencia masculina, el acoso sexual o la discriminación. En cambio señala a las mujeres como las autoras de ese destino.  Pollit asegura  que son las propias mujeres quienes no se han convencido de su propio poder y de sus capacidades, sino de que su principal rol consiste en “complacer a los hombres”.  Esta explicación que parece simplista a primera vista permite comprender las contradicciones que vive actualmente la sociedad.

En días pasados fue confirmado  como juez de la Corte Suprema de Justicia Brett Kavanaugh, luego de ser acusado por varias mujeres de asalto sexual. En la misma semana el Premio Nobel de Paz le fue otorgado a dos activistas defensores de las víctimas de violencia sexual.  Los recipientes del premio son Nadia Murad, una activista Yazidi, quien sufrió a manos del ISIS la tortura y abuso sexual. El otro galardonado es el doctor Denis Mukwege, un médico especializado en tratar víctimas de violaciones en la República Democrática del Congo.

Lo que sorprende es que estos dos eventos en apariencia aislados convergen en las implicaciones del fenómeno de violencia sexual en todos los ámbitos y el surgimiento del Movimiento #Metoo en medio de controversias violentas y desmesuradas.

No es aventurado decir que medio mundo presenció desde sus pantallas el show mediático en que se convirtió la sesión de declaraciones por parte de la profesora Christine Blasey Ford y la defensa del juez Kavanaugh.  Blasey Ford expuso los hechos en forma moderada, comedida y factual, ante una corte inquisitorial que a todas luces pretendía encontrar alguna falla en su argumento. Por el contrario, el juez se mostró agresivo, “histérico” y  amenazante. Es decir, perdió la compostura y dejó ver su incapacidad para mostrarse imparcial, lo cual debe ser el mayor atributo en un juez. Pese al escrutinio feroz a que fue sometida Blasey  Ford, y a la incapacidad de los interrogadores de encontrar incongruencias en su testimonio, la profesora  fue ofendida por los republicanos, acusada de ser parte de un montaje de manipulación; su declaración fue rechazada, y en días posteriores, se convirtió en el hazmerreir de los senadores y del propio Presidente. Peor aún, las mismas congresistas que al principio apoyaban su causa y se mostraban simpatizantes, le volvieron la espalda al momento de votar en la confirmación del Juez, quien al final quedó eximido de toda responsabilidad y convertido en “víctima de los ataques insolentes de la era del Movimiento #metoo.”

¿Se repite la historia? Pareciera que no hubiéramos evolucionado nada desde la confirmación de otro juez en 1991, Clarence Thomas, a la misma Corte Suprema de Justicia, acusado también de acoso sexual por una profesora de leyes, Anita Hill.  A la postre,  tanto Anita Hill como Christine Blasey Ford se convierten una vez más en las víctimas del escarnio ante la sociedad. En ambos casos, sus historias conmovieron a un sector de la sociedad, pero no condujeron al resultado esperado convirtiéndose en doblemente víctimas.

Llama la atención en el último caso que haya sido una senadora, Susan Collins, la que marcó la diferencia con su voto, al poner por encima la necesidad de complacer al sistema republicano compuesto por hombres blancos poderosos, que la solidaridad de género. Su cambio de parecer en el último momento, tras haber declarado la credibilidad y apoyo al caso de Blasey, para luego retractarse y expresar su apoyo al juez, con la excusa de que no existían suficientes pruebas, fue inexcusable.  Demuestra una vez más que las mujeres sobreponen la necesidad de aprobación por parte del estamento masculino al derecho de las propias mujeres y la solidaridad que conlleva. Confirma que las mujeres que acceden a posiciones de poder y autoridad con oportunidades de cambiar estructuras se someten a la presión del sistema y se convierten en parte del mismo.

Una vez más queda demostrado que el mundo sigue sumido en estructuras patriarcales dominantes imposibles de permear y de desmontar.



miércoles, 11 de julio de 2018

Ellos piden cifras, nosotros ponemos los muertos


Por Elvira Sánchez-Blake

El día que Estados Unidos se comprometa a reducir el número de consumo de sustancias alucinógenas, ese día tendrían el derecho de reclamar la reducción del número de hectáreas de cultivos ilícitos.

Es cierto que Estados Unidos atraviesa por un grave problema de incremento de adicción a drogas y a opioides. Las tasas de intoxicaciones, sobredosis y suicidio asociados con el consumo son alarmantes. La mayoría de los afectados son niños, adolescentes y jóvenes menores de 25 años. Los que sobreviven, tienen vidas limitadas y muchas veces, el problema se extiende hacia los familiares y las nuevas generaciones. Todos están de acuerdo en que es un círculo vicioso que no se soluciona solo con medidas punitivas o reforzando sistemas carcelarios.

Del otro lado se encuentran los productores de los cultivos ilícitos. En Colombia, los cultivadores de coca son campesinos que viven del producto porque no tienen otras opciones o porque se ven conminados a hacerlo por negociantes que les compran las cosechas por una miseria.  Este es su medio de vida y el sustento de poblaciones consideradas vulnerables y que han vivido en medio del conflicto armado por generaciones. Ellos son las víctimas de la violencia descarnada que genera el tráfico de drogas.

En medio de estos dos se encuentra una amplia red de procesadores, traficantes, negociantes y lavadores de activos, que son los que se lucran del negocio y no sufren ninguna de las desventajas.  Los primeros en la red son los narcoparamilitares, los que controlan el cultivo y producción en estas zonas. Se llaman  Águilas Negras, Los Rastrojos, Gaitanistas o  Clan del Golfo. Con métodos criminales se encargan de asegurar que nadie se interponga en el negocio. Son los que tienen a su cargo eliminar líderes sociales, defensores de derechos humanos, mediadores, o alguno que llegue con programas de sustituir los cultivos ilícitos. A ellos, por supuesto, no les convenía que se efectuaran los acuerdos del gobierno con las FARC. Por años, tenían la ventajosa excusa de ejercer sus deleznables métodos para  “acabar con la subversión”.  Además, eran socios de los miembros de las Farc que ejercían el negocio.  Estos son los criminales que están eliminando a los líderes sociales con un método sistemático y bien calculado. El propósito es intimidar y  crear un régimen de terror en sus territorios. Y lo hacen con impunidad total porque estos criminales cuentan con el apoyo de las fuerzas de policía, los mandos militares y miembros poderosos del nuevo gobierno.  Esto explica porque desde la elección del nuevo mandatario se han ejecutado a más de 20 líderes sociales. Pareciera que las fuerzas paramilitares se han afianzado en su poder con una campaña de exterminio de líderes indígenas, miembros de juntas de acción comunal y a seguidores de la campaña de Petro.  La indolencia de las autoridades y la indiferencia de la población de las ciudades les permite actuar con libertad y sin atenuantes de ningún tipo.

La ola de violencia que deviene del negocio de la coca está en su apogeo.  Los acuerdos de paz logrados con tanto esfuerzo durante cinco años se desploman con el advenimiento del nuevo gobierno.  El compromiso pactado en los acuerdos de desmontar gradualmente los cultivos de coca con procedimientos inteligentes que respondían a las necesidades de los productores otorgando alternativas por las vías de no violencia, se fueron al traste.

Los que exigen cifras, números y resultados no han comprendido que el fenómeno de las drogas no se soluciona con la destrucción de las plantaciones de coca ni con métodos violentos.  Todo el glifosfato del mundo no es suficiente para exterminar la producción de coca.  Los cultivos se trasladan de lugar, mientras las poblaciones que viven en las zonas sufren sus efectos devastadores y los sistemas ecológicos experimentan pérdidas irreparables. El fracaso del Plan Colombia lo demostró. No se redujeron las cifras de la producción de coca, pero sí se incrementaron las cifras de violencia.  Los billones de dólares que se invirtieron en la erradicación de la coca fueron a las arcas de los militares y paramilitares para reforzar su armamento y sus maquinarias de guerra contra las poblaciones vulnerables. Veinte años después se repite la historia. El  recién elegido presidente de Colombia acaba de acceder a todos los requisitos de Estados Unidos para destruir, eliminar, fumigar, arrasar y someter así la voluntad de todo el pueblo colombiano a sus designios poderosos.

Mientras tanto, los norteamericanos que se encuentran en medio de la cadena productiva de la droga son los que reciben los beneficios y ninguno de los inconvenientes.  Son los que viven en lujosos condominios de las jugosísimas rentas del negocio que les llega limpiecito y con desinfectante. Son los que se dedican a predicar la moral y las buenas costumbres. Son los que eligieron a un gobernante que como ellos, ha amasado su fortuna del lavado de activos. Este gobernante con desfachatez y cinismo se atreve a exigir resultados desde su púlpito de poder, amenazando con descertificar al país productor e imponer sanciones. Todo esto sin considerar que sus estrafalarios resorts, campos de golf, hoteles sin ocupación, compañías fantasmas, enormes edificios enarbolados con gigantescas Ts en torres fálicas, continúan generando exorbitantes ganancias, gracias al sacrificio de cultivadores y consumidores del nefasto producto.

Una versión ampliada de esta entrada apareció en:
http://palabrasalmargen.com/edicion-134/a-nadie-le-interesa-que-se-reduzca-la-produccion-ni-el-consumo-de-drogas/

martes, 19 de junio de 2018

Peste del insomnio

Elvira Sánchez-Blake

Colombia amaneció con la peste del insomnio. El insomnio que envuelve a los que olvidan los subterfugios de los poderosos para mover las fuerzas oscuras del país en su inexorable condena a repetir el pasado por los siglos de los siglos.

Ganó Duque. Se salvó el país del "castrochavismo". Con esa patraña de manipulación millones de votantes acudieron a las urnas, no por convicción en las virtudes del futuro gobernante, sino amedrentados por la amenaza de un cambio de estructuras que prometía el contrincante. Un cambio que implicaba una estrategia de inclusión, de diversidad y de pluralismo; una estrategia que garantizaba la consolidación de la paz arduamente alcanzada en la presente administración.  En cambio, eligieron un candidato joven, inexperto, que representa el continuismo, la corrupción, el clientelismo, la maquinaria política, y especialmente la alianza con el jefe mayor del paramilitarismo que ha producido Colombia. Es decir, que seguimos en las mismas y con los mismos.

Quisiera creer y por un momento confiar en que este joven de cara inocente podría tener criterios propios y desligarse de los aliados que lo mancillan, porque admito que él no tiene un pasado criminal. Simplemente, no tiene un pasado. Su experiencia es tan escasa, que esta puede ser su única virtud: ser inexperto y por lo tanto maleable. Pero, se sabe que su elección se la debe a Uribe y al respaldo de los sectores políticos y empresariales más corruptos de Colombia y que son de todos conocidos.

Quisiera pensar que las promesas del presidente electo en su discurso de aceptación son honestas:  que el proceso de paz no se va a hacer trizas,  que trabajará con todos los sectores, que tratará de consolidar la unión, bla bla bla.. Pero no es cierto, porque su elección pendió de su alianza con la maquinaria que domina el país y es indudable que este joven es solo la fachada para el continuismo de quien está obsesionado con el poder y se propone gobernar en cuerpo ajeno, Alvaro Uribe Vélez.

El insomnio, la ceguera, la ignorancia y la sumisión son los males que han aquejado a Colombia durante sus doscientos años de  existencia como república independiente. "Patria Boba", el apelativo con que se designó a la etapa post-independencia, actualmente se convierte en  PATRIA IDIOTA. Lo profetizó Bolivar en sus discursos de independencia y lo han seguido recordando los pocos líderes lúcidos que ha tenido el país de tiempo en tiempo.  Lo promulgó Rafael Uribe Uribe, a principios del siglo veinte, abogando por un país con libertad y autonomía, libre de las ataduras con la Iglesia y de las componendas políticas.  Lo advirtió Gaitán a mediados del siglo con su fervor de caudillo,  invocando la necesidad de un sistema inclusivo de gobierno para evitar un conflicto sangriento. Lo proclamó Galán a finales de siglo, cuando el país se desangraba en una lucha de múltiples bandos. Todos estos líderes fueron asesinados con impunidad.

Santos abrió el camino a una posible conciliación de bandos opuestos tras más de sesenta años de conflicto interno. Este era el momento de consolidar este esfuerzo con un gobierno amplio y pluralista. No se pudo, no fue posible.  Continuamos sometidos a las fuerzas oscuras que nublan el pensamiento y la posibilidad de superar las exclusiones y de incorporar a las poblaciones olvidadas que hacen parte de este país. Era la oportunidad de incluir a los seres invisibles: los indígenas, los afros, las mujeres, y a los de pensamiento diferente. Es decir, a implementar por fin los derechos fundamentales e inalienables del conglomerado humano que compone la nación.

Melquiades curó la peste del insomnio en Cien años de Soledad, cuando regresó de la muerte con una "sustancia de color apacible". El pueblo de Macondo recobró la memoria y se avergonzó al encontrar los rastros  que evidenciaban la lucha por no olvidar: etiquetas pegadas a cada objeto y las paredes  escritas con solemnes tonterías para recordar la vida. Era una vergüenza colectiva y pronto se deshicieron de ellos. García Márquez problematiza así el horror de caer en el olvido, la peor peste que afecta a un pueblo cuando se olvida de su pasado y repite los mismos errores en forma circular hasta que el desgaste progresivo e irremediable de su eje sucumbe a la autodestrucción.

¿Será que requerimos de etiquetas para recordar la historia sanguinaria y sin sentido que ha marcado a Colombia por dos siglos de independencia? ¿Qué brebaje necesitamos para superar la fase de la patria idiota? ¿Será posible impugnar la condena que vaticinó Gabriel García Marquez a los pueblos  que repiten su historia por olvido y por ceguera, a la fatalidad de no tener una oportunidad sobre la tierra?

Este artículo fue publicado en el Portal del Boletín Palabras al Margen:
http://palabrasalmargen.com/edicion-132/peste-del-insomnio/