Por Elvira Sánchez-Blake
(Foto El Tiempo, Nov 26, 2019)
El taxista me preguntó qué significaba
“toque de queda”, la noche del viernes 22 de noviembre cuando todos los que nos
encontrábamos en Bogotá nos vimos obligados a movilizarnos a las casas ante el
anuncio intempestivo del gobierno que ordenaba que nadie podía estar en las
calles de la ciudad a partir de las nueve de la noche.
El Paro Nacional había iniciado el jueves
21 de noviembre y para el viernes había desembocado en hechos violentos y
vandalismo. El pánico cundía en la ciudad y la medida pretendía retomar el
control por parte de los organismos del Estado. Recordé entonces épocas funestas de
Estatutos de Seguridad, Toques de Queda, Estados de Sitio y otras barbaridades
de la época de López Michelsen y Turbay Ayala. Sentí el peso de los años y le
respondí con candidez al taxista de 30 años, lo que significaba la medida y lo
afortunado que era de no haber sido parte de aquellos tiempos de represión
legitimada por parte de militares y del Estado.
Los colombianos menores de 40 años
desconocen esos fenómenos que otrora fueran cotidianos en el quehacer del país.
Ellos están más familiarizados con la Seguridad Democrática de Uribe, pero
pocos han experimentado la represión de épocas recientes, porque esta se ha
reservado a las poblaciones rurales y a los territorios olvidados, habitados en
su mayoría por grupos indígenas y campesinos, que son las verdaderas víctimas
de los actores violentos: guerrilla, paramilitares, bandas criminales y
organismos de seguridad del Estado.
Lo cierto es que tuve la oportunidad de
vivir la jornada de paro de esta semana en forma directa. Las protestas
comprendían una gama de reclamos desde todas las vertientes. Las centrales obreras y sindicatos marcharon
en contra de las reformas laborales propuestas por el gobierno. Una reforma
pensional que podría suprimir el régimen de prima media y extender le edad de
pensión. Los estudiantes protestaban
porque sienten que con estas reformas se les está negando el futuro y porque no
hay inversión en la educación. Los gremios económicos rechazan la reforma
tributaria. Para mí, el grupo con mayor razón para protestar lo conformaban los
líderes sociales y las víctimas del conflicto armado. El gobierno ha logrado hacer añicos los
Acuerdos de Paz. El incumplimiento de los puntos acordados se evidencia en los
continuos asesinatos de líderes sociales y defensores de derechos humanos; en
la escalación de la violencia y en el rompimiento de los protocolos en asuntos
tan delicados como la sustitución de cultivos ilícitos y desmonte gradual del
narcotráfico. Además, se
empeña en acabar con la JEP y se niega a la restitución de las tierras para los
desplazados. Por último, este gobierno se ha empeñado en borrar todos los
esfuerzos de recopilar y mantener la Memoria que había logrado el Centro de Memoria Histórica. Duque nombró a un pelele que pretende
borrar la historia y se ha ocupado en desmontar los esfuerzos del CNMH.
(Foto El Tiempo, Nov 26, 2019)
O sea, que las razones para marchar eran
válidas y contundentes. Me complace comprobar que una gran parte de la ciudadanía
se esté despabilando. De pronto, descubrieron que su voto por Duque para
presidente fue un error mayúsculo. Abrieron los ojos ante la realidad de haber sido
manipulados por una estrategia de propaganda en contra del castrochavismo. El
resultado era de esperar: un gobierno fallido, pusilánime, incapaz de afrontar
los retos de un país como Colombia. Duque se encuentra arrinconado entre las
fuerzas de su partido recalcitrante que exige militarización y mano dura, y los
reclamos de los ciudadanos que lo eligieron.
Lo mejor es que a pesar de que se presentaron actos vandálicos generados por la misma fuerza pública: el ESMAD y los que azuzaron la violencia por las redes sociales, que condujeron a la muerte de seres inocentes, los últimos días han transcurrido en paz. El concierto sinfónico, la chocolatada y los cacerolazos armónicos han primado sobre los vandalismos.
Veo con complacencia que hay una conciencia ciudadana creciente que se enarbola sobre la manipulación del partido dirigente. Por una vez, la indolencia de los privilegiados se hace patente y se denuncia, como bien lo puntualizó Alonso Sánchez Baute al referirse a la muerte de Dilán, el muchacho de 18 años que fue atacado por un oficial del Esmad:
[L]a
indolencia es tan profunda que ha pasado
a ser bien vista por “la gente de
bien”, quienes justifican el asesinato de los hijos ajenos sin una pizca de empatía, solidaridad y compasión mientras
rezan, hacen retiros en Emaus y van a
misa todos los domingos. No hay duda: la indolencia es mil veces peor que el odio[1].
Hay una luz al final del túnel. No sé si Duque
podrá sortear el clamor ciudadano. Es muy pronto para predecir el resultado de
esta jornada cívica de protestas legítimas. Sin embargo, veo una esperanza en
una ciudadanía que despierta de la modorra, la ceguera y la peste del insomnio
en que ha vivido sumida durante los últimos doscientos años.
[1] Sánchez-Baute, Alonso. “Indolencia”. Revista Semana. 26 de noviembre de 2019. https://www.semana.com/autor/alonso--sanchez-baute/451